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Federico Barreto

Foto: Andrés Cuenca

“En Uruguay la renovación tiene cara de 50 o 60 años”

9 minutos de lectura
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El director del Inju, Federico Barreto, y su mirada sobre los procesos de recambio en la izquierda.

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Federico Barreto tiene 29 años y hace un año que se encuentra al frente del Instituto Nacional de la Juventud (Inju). Para él existen dos abordajes posibles en materia de políticas públicas de juventudes. Uno, instrumental, en el que la “mejor convivencia” se construye con “jóvenes activos y comprometidos”. Otro, el que propone impulsar, en el que los jóvenes son sujetos de derecho y se los reconoce por el valor que tienen en sí mismos.

Barreto, que integró la Comisión No a la Baja, cuestiona las medidas de endurecimiento punitivo aprobadas recientemente, como la modificación al Código de la Niñez y la Adolescencia, y reitera que estas medidas sólo conducen a “resultados fallidos”. “Hay muchos jóvenes frenteamplistas, que tal vez no tenemos tanta visibilidad, que estamos intentando impulsar acciones como las que promovimos en la campaña del No a la Baja y que claramente van en otra línea”, reconoce.

También habló de la renovación en el Frente Amplio (FA), y cuestionó que esta tenga cara de “50 o 60 años”: “Creo que es un mensaje bastante problemático para la generación que tiene 30 años, pero muchísimo peor para quienes tienen 20, porque significa que tienen que recorrer dos veces más su vida para ser tenidos en cuenta en un espacio de toma de decisiones de mayor escala”.

En el recorrido por la historia del Inju se puede distinguir una etapa más fundacional, vinculada a la promoción de la Tarjeta Inju, y una segunda etapa en la que se consolida como el organismo que impulsa las políticas públicas en materia de juventudes. ¿Cuál es el enfoque que quisieron darle en este período?

En una lógica de proceso, creo que se podría simplificar el trabajo del Inju en tres ejes de acción. El primero tiene que ver con la promoción de la participación juvenil, que tal vez es algo con lo que nació la institución y sin dudas se fortaleció y multiplicó en los últimos años mediante los Fondos de Iniciativa Juvenil, las carreras 5K y el Consejo Uruguayo de Juventudes. En segundo lugar, trabajamos por incorporar el paradigma de la diversidad de las juventudes en distintos organismos, con programas que impulsamos y gestionamos nosotros, pero también promoviendo que otros organismos protagonicen estas acciones. En tercer lugar, que creo que es el diferencial de los últimos años, profundizamos el trabajo con las juventudes más excluidas y vulnerables mediante el programa Jóvenes en Red y el programa de apoyo al egreso que hacemos con el Instituto Nacional de Inclusión Social Adolescente.

¿Las políticas del Inju se dirigieron mayoritariamente a los jóvenes de clase media?

Creo que partimos de una mirada de juventudes homogénea, y cuando uno piensa que los jóvenes son todos iguales termina trabajando con algunos y excluyendo a otros. Eso fue parte de un diagnóstico que hicimos y que hoy nos lleva a tomar distintas acciones. Sin duda uno de los caminos más desafiantes que todavía tenemos por avanzar es con los jóvenes más excluidos. No me cabe ninguna duda de que el Inju tenía poca vinculación con ellos, pero hoy estoy bastante contento de poder decir que estamos trabajando uno a uno con los jóvenes que están en situación de mayor exclusión. Esto ha implicado profundos aprendizajes, y nos obliga a generar diálogos con el Ministerio del Interior, la Fiscalía y el Poder Judicial. Cuando uno cambia la forma de trabajar en política, y parte de la propia vida de las personas, entiende que no puede trabajar con programas parciales o compartimentados, sino que tiene que ganar en integralidad. También nos estamos planteando como un desafío a futuro, aunque todavía no sabemos cómo lo vamos a resolver, generar puntos de encuentro entre la diversidad de las juventudes. Hemos desarrollado una buena caja de herramientas para trabajar con los jóvenes que están más integrados, no necesariamente la élite en términos económicos, pero sí en lo cultural, la que tiene biblioteca en sus casas, la que avanza de forma bastante satisfactoria en sus trayectorias educativas y laborales. También creo que en estos años hemos venido trabajando muy bien con los jóvenes más excluidos. Ahora, tal vez nos ha costado un poco generar cajas de herramientas para que ellos generen espacios de trabajo conjunto, comunitario, sin que nosotros, como instituciones públicas, tengamos que estar intermediando. Esto fue un aprendizaje importante para nosotros, reconocer que hay profundas fracturas sociales, segmentación territorial y que todo eso determina las trayectorias y, sobre todo, las posibilidades de encuentro entre distintos jóvenes, y si el Estado o alguna organización social no interviene de alguna forma, realmente no se encuentran en toda su vida.

La consigna de este año es “836.027: tenemos los valores contados”, ¿a qué apunta?

Nos parecía importante poner el número exacto de los jóvenes que hay en Uruguay. La idea es que cada uno tiene valor en sí mismo y es importante trabajar por cambiar esta concepción de que hay jóvenes de primera, segunda o tercera. Hay visiones que entienden que los jóvenes, por medio de la meritocracia, se resuelven, tienen igualdad de oportunidades, buenos resultados educativos, son emprendedores y todos esos mitos que se generan en torno al joven ejemplar, y, por otro lado, está la otra idea de que hay jóvenes desinteresados, que no están comprometidos, que han perdido los valores y que poco más son un parásito de la sociedad. Esa dicotomía es absolutamente falsa, pero sobre todo es muy peligrosa. Sigue predominando una visión de temor y desconfianza de los jóvenes que todavía cuesta erradicar.

¿Cómo se deconstruye esta concepción?

Hay distintos abordajes posibles en materia de juventudes en la región. Básicamente hay dos enfoques que pueden impulsarse desde las políticas públicas. Un enfoque de riesgo, en el que una mejor convivencia se construye con jóvenes activos y comprometidos, pero ahí el joven es instrumental a un cierto objetivo: tener una sociedad en paz y segura. Lo que se busca no es que los jóvenes tengan derechos, sino que las personas mayores estén tranquilas. Nosotros creemos que es importante trabajar desde un paradigma de derechos, reconocer al joven como valor en sí mismo y trabajar desde las oportunidades. Hay un abismo entre ambos enfoques.

¿Cuál es el enfoque que predomina en Uruguay?

Las políticas de juventudes nacen como respuesta a los problemas de seguridad. Difícilmente nazcan desde el reconocimiento de una perspectiva de derechos y del valor de juventudes en sí mismas; nacen como colchón ante los problemas de convivencia e intergeneracionales. Todavía estos modelos conviven acá, sin dudas. Por ejemplo, en las mesas interinstitucionales que conformamos sabemos que se requiere un esfuerzo permanente para instalar esta idea, no lo vemos como que estemos perdiendo o vamos lento, sino que sabemos que como cualquier conquista de derechos no es algo que se conquista, se aprueba la ley, se resuelve el problema y nos vamos todos tranquilos a nuestras casas.

Luego del triunfo del No a la Baja se avanzó en el endurecimiento de las penas para adolescentes. ¿Cómo se explica esto?

Esto se explica porque está presente este enfoque de riesgo. Si bien hay muchos de nosotros que luchamos contra este viejo enfoque, que asocia mejores índices de seguridad con mayor cantidad de personas recluidas en las cárceles, sabemos que la mayor punibilidad ha sido la receta ensayada, por lo menos en el último siglo, por no decir muchísimo más, y está claro que lejos de obtener resultados con esta metodología, estamos permanentemente consiguiendo los mismos resultados fallidos. Creo que cuando dimos la discusión sobre la baja de la edad de imputabilidad logramos, por lo menos, hacernos escuchar y poder plantear estos argumentos, pero igual esta mirada, este paradigma sigue muy instalado en Uruguay, porque tenemos una sociedad relativamente conservadora y esto también termina presente en nuestras instituciones, por ejemplo en el Ministerio del Interior, así como en el ámbito político, donde se sigue creyendo que la mejor alternativa es endurecer las penas y multiplicar la población privada de libertad. Nosotros creemos que esa no es la forma y estamos contentos con algunas medidas que se han impulsado en los últimos años, como puede ser la modificación del proceso penal, que es significativa, pero de alguna forma se ha invisibilizado y ha quedado un poco perdida en esta discusión coyuntural de si tenemos más presos o menos presos, si es más efectivo o menos efectivo, que creo que nos ha llevado a perder perspectiva de lo que verdaderamente significa cambiar de modelo en términos de proceso penal.

El FA votó la modificación del Código de la Niñez y la Adolescencia, en el que se aumentan los plazos de la privación de libertad como medida cautelar. ¿Qué lectura hacés de su posicionamiento?

Estas últimas medidas no nos dejan otra opción que decir que estamos profundamente en contra y que se están repitiendo algunos errores que no nos llevan a ningún lado, pero sería un poco reduccionista decir que todos comparten esa visión. Hay muchos jóvenes frenteamplistas, que tal vez no tenemos tanta visibilidad, que estamos intentando impulsar acciones como las que impulsamos en la campaña del No a la Baja y que claramente van en otra línea. Si uno ve el ritmo de transformaciones en el último tiempo, también es verdad que estamos avanzando a un ritmo interesante, no suficiente, por supuesto que no es suficiente, pero es importante. Sin lugar a dudas sigue habiendo medidas que pueden resultar contradictorias, pero sería muy ingenuo pensar que eso no iba a pasar en un proceso de transformación. Nunca hay que dar una batalla ganada y eso lo vemos con la agenda de derechos, donde tenemos que seguir permanentemente en la ofensiva, porque hace falta bastante poco para enfrentar un retroceso.

¿Los jóvenes están encontrando mayor espacio de incidencia en la militancia social que en las estructuras políticas convencionales?

Hay una predominancia de los compromisos por causas. Nos tenemos que preguntar si efectivamente había participación juvenil en las estructuras partidarias hace algunas décadas. Si uno reconoce esta diversidad de manifestaciones políticas, hasta me parece que hay más juventudes políticamente comprometidas que antes. Lo que tiene que ver con la parte de la participación política-partidaria, sin lugar a dudas, es un desafío permanente para todos los partidos políticos, incluso para el FA, que es donde milito, porque justamente nos obliga a responder preguntas: ¿deberíamos convocar a los jóvenes de las organizaciones sociales para que se integren a las estructuras político-partidarias o está bárbaro que mantengan esa militancia social como forma de transformación de la sociedad, desde una perspectiva de izquierda y de derechos? ¿Vemos como una derrota no llegar al quórum que nos gustaría en las asambleas de la política partidaria o lo vemos como parte de la expresión de distintas formas de participación juvenil? Podemos tener estructuras político-partidarias, pero si no tenemos gente en la calle luchando probablemente la perspectiva de transformación quede medio renga.

Con el tema de las candidaturas se volvió a instalar el debate sobre el recambio en el FA. ¿Cómo visualizás el proceso de renovación en el oficialismo?

Voy a ser duro, pero en Uruguay renovación tiene cara de 50 o 60 años y eso es verdaderamente problemático. Esto sí es una diferencia a nivel regional; no pasa en otros países. Creo que es un mensaje bastante problemático para la generación que tiene 30 años, pero muchísimo peor para quienes tienen 20, porque significa que tienen que recorrer dos veces más su vida para ser tenidos en cuenta en un espacio de toma de decisiones de mayor escala. Te puedo asegurar que he visto gurisas de 18 y 19 años que están absolutamente capacitadas para estar sentadas en las bancas del Poder Legislativo y le pasarían el trapo a muchos diputados y diputadas que tenemos, con total cariño lo digo, pero es importante que podamos avanzar en este tema.

¿Tiene que haber renovación en la fórmula presidencial?

Estoy convencido de que este período va a ser de transición generacional. No me asusta, creo que va a ser muy rico. Ojalá que se abra una ventana para las generaciones más chicas, creo que eso va a pasar, y la verdad que lo veo con buenos ojos. Las organizaciones sociales y los frenteamplistas están pidiendo que se respeten criterios generacionales y de género, eso sin duda no se puede omitir, sería un gran error hacerlo.

La agenda de los jóvenes

El director del Inju explica que en la construcción del próximo programa del FA, en particular en el capítulo de las juventudes, se optó por trabajar ciertos ejes, quizás un poco “tradicionales”, con la intención de no reducir la participación juvenil a la nueva agenda de derechos, sino de profundizar la reflexión sobre temas que hacen a “una profunda exclusión y discriminación de los jóvenes”. En materia de educación, se hará hincapié en la reivindicación por el tema presupuestal, pero asegura que no se reducirá sólo a eso. “Entendemos que es necesario modificar la matriz de nuestro sistema educativo. Vemos que todavía existen muchas estructuras del sistema que son bastante expulsivas para los jóvenes que están en una situación de mayor vulnerabilidad y deberíamos dar vuelta la torta”, agrega, y adelanta que decidieron incluir la dimensión de los cuidados con el objetivo de que los centros educativos brinden una solución para ampliar, en particular, “la participación de las mujeres, que muchas veces ven obturada su trayectoria educativa por el tema de los cuidados”. En relación con la salud, se intentará profundizar en la educación sexual, y en materia de convivencia se planteó la necesidad “de multiplicar los programas que trabajan en el egreso de los adolescentes de las instituciones penitenciarias”. Para Barreto se necesita repensar el tema de la vivienda, porque es una “parte trascendental del proceso de emancipación y autonomía de los jóvenes”. “Si un joven puede acceder a su vivienda después de los 30 años, toda su juventud y adolescencia está verdaderamente comprometida. Ante casos de violencia intrafamiliar, los jóvenes tienen que tener herramientas para independizarse. Se habla de educación y trabajo como las principales dificultades para los jóvenes, pero los problemas de vivienda son verdaderamente estructurales”.

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