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Foto: Federico Gutiérrez

Germán Ávila: En Colombia está en marcha “un ataque que busca desarraigar a los movimientos sociales”

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Activista social colombiano.

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Desde joven Germán Ávila sufrió la violencia de la que son víctimas los líderes sociales en Colombia. Cuando era dirigente estudiantil, en la década de 1990, fue amenazado y tuvo que abandonar la zona en la que vivía. Más adelante se integró a la Unión Sindical Obrera, y también entonces recibió amenazas y presiones.

En 2016, cuando en un referéndum fue rechazado el acuerdo de paz firmado entre el gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Ávila previó que la ultraderecha, tal como define al uribismo, llegaría al gobierno de su país. “Esto se va a poner imposible”, le dijo a su esposa, y decidió dejar Colombia.

En Uruguay, donde ahora reside, Ávila sigue militando por una Colombia sin violencia y advierte que, después de la desmovilización de las FARC, el aumento de los asesinatos de líderes sociales muestra que los grupos paramilitares siguen activos. Además, considera que estos se verán fortalecidos durante el gobierno de Iván Duque, que asumió la presidencia el martes 7.

¿Cómo evalúa la situación política de Colombia desde el referéndum de 2016 hasta la actualidad?

La ultraderecha en Colombia siempre fue muy fuerte y lo ha hecho valer, incluso a través de la fuerza o de los medios de comunicación más grandes, que son afines y no tienen ningún reparo en plantear las cosas desde esa perspectiva. Esto hace que la gente, en términos generales, termine confundiendo opinión con información, pensando que lo que opina uno u otro es lo que efectivamente está pasando. El sector más importante de la ultraderecha, el uribismo, fue muy debilitado por el proceso de paz, porque de alguna manera Colombia entera se volcó a apoyar ese proceso [mientras se llevó a cabo]. En la medida en que sintió que perdía ese terreno, buscó alianzas con sectores religiosos conservadores, sobre todo evangélicos y católicos.

Sin embargo, la ultraderecha ganó el referéndum sobre el acuerdo de paz con las FARC.

El debate acerca del acuerdo con las FARC tuvo una increíble cantidad de propaganda negra, se llegó a decir que se iban a reducir las jubilaciones para pagarles a ex guerrilleros, que se iba a “enseñar homosexualismo” en las escuelas de Colombia, que los ex guerrilleros iban a cobrar un sueldo vitalicio. Quienes estábamos a favor del Sí terminamos dedicándonos a desmontar esas mentiras en lugar de a explicar realmente el acuerdo. Perdimos esa oportunidad, y la desinformación hizo que la gente rechazara un acuerdo que no leyó. El No ganó por un muy pequeño margen. Eso llenó de aire nuevamente a la ultraderecha en Colombia, y hasta ellos se sorprendieron. Ese domingo en la tarde se conoció el resultado y ellos se pronunciaron recién el miércoles, porque no sabían qué decir ni qué proponer para seguir. Pero la ultraderecha quedó súper fortalecida y ya se veía que podía ganar las elecciones.

Y lo hizo, de la mano de Iván Duque.

La ultraderecha en Colombia está en su punto más alto y tiene un presidente que es peligrosísimo, porque es un muchacho que no tiene ni idea de lo que está haciendo, tristemente. Duque va a ser presidente con 42 años, es un muchacho, y no tiene ningún tipo de experiencia en términos de administración pública en ningún ámbito. Siempre fue un tecnócrata al servicio del empresariado, cosa que no está mal. Llega al escenario político como asesor técnico, y luego [en 2014] se lo incluye en la lista para el Senado del Centro Democrático. [El ex presidente Álvaro] Uribe encabezaba la lista, la gente lo votó, y 29 senadores entraron, junto a él, al Senado, pero nadie sabía quiénes eran los integrantes de la lista. Con esa bancada Uribe termina de formar un movimiento político electoral con gente de su bolsillo; ante las elecciones presidenciales elige una terna de candidatos y después, en particular, a Duque. Se instaló en el uribismo una frase que anticipaba lo que iba a pasar: “Yo voto por el que diga Uribe”.

La victoria del uribismo no debería ser una sorpresa; Uribe ganó todas las elecciones desde 2002, con excepción de las celebradas en 2014, de las que dependía el futuro del proceso de paz.

Sí, no siempre tuvo una mayoría aplastante, pero sí se mantuvo como el más respaldado. El tipo tiene una fuerza política y electoral muy grande, eso no se puede negar. Es cierto que puede haber habido fraude en las últimas elecciones presidenciales, pero eso no es lo que le dio la victoria a Duque.

En las elecciones anteriores la continuidad del proceso de paz nucleó a muchos partidos, desde de izquierda hasta de centroderecha, detrás de la reelección de Juan Manuel Santos. Una vez firmado el acuerdo, ¿se perdió la capacidad de unirse, aunque sea en varios grupos?

Ese es nuestro gran defecto en Colombia. Hay una caricatura muy buena que muestra a dos personas de izquierda y a dos de derecha. Los de izquierda dicen “Tenemos tantas cosas en común, pero hay detalles que nos separan”, y los de derecha, “Tenemos tantos detalles que nos separan, pero en el fondo tenemos todo en común”. Lo que nos ha pasado a las fuerzas alternativas en Colombia es que desafortunadamente nos gana el purismo, a cual más puro y a cuál más “el” sector representativo, de vanguardia, revolucionario, ambientalista... Ha sido muy difícil consolidar un proyecto unitario y alternativo de centro, porque no estamos hablando realmente de izquierda. Lo que ha ocurrido en Colombia ha sido básicamente la ultraderecha rancia contra el liberalismo, pero la izquierda como tal no aparece porque siempre están las reivindicaciones liberales mínimas. Gustavo Petro no proponía la nacionalización del capital; por el contrario, el debate se daba en torno a condiciones mínimas de ciudadanía, brindadas por cualquier país en el siglo XX. Educación universitaria gratuita y un sistema de salud de cobertura universal fueron los grandes temas que puso Petro en el debate. Colombia está 70 años atrasada en el debate administrativo de la nación. Y eso se presentó como que quería convertir a Colombia en Venezuela. Mientras tanto, hasta las elecciones la ultraderecha se mostró monolítica y fuerte, aunque después empezaron las divisiones.

¿Se están produciendo fracturas en la ultraderecha?

Lo que se veía como una gran mayoría del uribismo en el Senado se rompió. Se habían alineado todos atrás de Duque, pero a partir de que se instaló el nuevo Congreso, el 20 de julio, empezaron a verse fisuras. La directora del Fondo Monetario Internacional [Christine Lagarde] advirtió al nuevo gobierno colombiano que si no se respetaban los acuerdos de paz no iba a haber más inversión de su parte. No por un tema de humanidad: Colombia es un país muy grande y riquísimo en recursos naturales, y uno de los grandes problemas que tenía la inversión privada era la guerra, porque había zonas a las que no se podía llegar. El freno a la expansión de las empresas en el territorio colombiano lo ponían las FARC, y ahora esa puerta está abierta por primera vez a zonas de inversión que están prácticamente vírgenes. Los organismos internacionales ven ese inmenso potencial en términos de recursos naturales, sobre todo en la Amazonia colombiana.

¿El acuerdo de paz es el que está causando esta división?

El sector que se ha beneficiado con la guerra se mantiene en contra del acuerdo, y es minoritario pero muy poderoso. La mayoría de los sectores económicos y poderosos de Colombia quieren su continuidad por lo mismo que el Fondo Monetario Internacional, porque quieren invertir en esos lugares a los que antes no podían llegar. Ellos están diciendo: “Teníamos que unirnos para no permitir que llegara Petro, porque eso sí nos ponía en problemas, pero no estamos todos de acuerdo”. En la ultraderecha hay gente que tiene las manos manchadas de sangre y gente que no, y eso genera una división.

En cuanto a la violencia hacia líderes sociales la situación está bastante peor que antes, ¿a qué lo atribuís?

Si leemos las cifras vemos que desde la declaración del cese al fuego, en agosto de 2016, la muerte de soldados y policías cayó 99%, o sea que la violencia contra soldados y policías disminuyó. Sin embargo, aumentó exponencialmente la violencia contra los movimientos sociales. Eso permite concluir en que de los que ejercían violencia en Colombia en el marco de la guerra únicamente uno dejó de hacerlo, el otro pasó a hacerlo más. El Centro Nacional de Memoria Histórica, una entidad gubernamental, dice que en el transcurso de la guerra, que fue entre 1964 y 2016, las FARC cometieron 35.000 homicidios, y que los paramilitares o grupos denominados de autodefensa fueron autores de 100.000 entre 1987 y 2006. En la mitad de tiempo cometieron el triple de homicidios. No estamos hablando de una entidad autónoma que actúa de manera desconectada de la realidad colombiana: el paramilitarismo es, ha sido y será, durante el gobierno de Duque, una política de Estado. Son miembros civiles y militares del Estado que han utilizado esa herramienta para desarrollar su accionar político y conservar el poder. Con el crecimiento de la ultraderecha y su regreso al poder ellos quedaron con libertad para hacer lo que se les dé la gana.

¿A qué tipo de tareas se dedican predominantemente los líderes sociales que están siendo víctimas de violencia?

Los líderes sociales que están siendo asesinados en Colombia están asociados fundamentalmente a grupos organizados que trabajan por la restitución de tierras arrebatadas mediante grupos paramilitares. Un segundo grupo es de liderazgos campesinos que han decidido hacer frente a algunos grandes proyectos, sobre todo vinculados con megaminería e hidroeléctricas. También han sido asesinados los líderes campesinos que se oponen a las megaplantaciones de palma africana, que son nocivas para la tierra. Lo que sucede ahora en Colombia es la reedición de los problemas de los 80 y los 90: un ataque que busca desarraigar a los movimientos sociales y que está dirigido a la población que está organizada y propone alternativas a lo que está pasando en sus regiones.

¿Qué cabe esperar en este sentido para los próximos años?

En el mejor de los casos, que nos dejen de matar...

¿Es realista esperar eso?

No, pero no podemos pedir menos. Hoy queremos dar una discusión política alrededor del programa del próximo gobierno, que tiene que presentar su plan de desarrollo y las organizaciones sociales quieren ser consultadas. Pero lamentablemente no estamos pidiendo eso, estamos pidiendo que respeten la vida de la gente que no está de acuerdo con el gobierno. No hemos podido hacer ni un debate serio programático desde que fue electo Duque, porque todos los encuentros giran alrededor de la vida de la gente. Se nos va a venir una ola de refugiados y desplazados brutal, como ocurrió hace más de dos décadas, porque está pasando lo mismo. En los primeros ocho días de gobierno de Duque hubo ocho líderes sociales muertos, uno por día.

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