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Foto: Pablo Vera, AFP

Una mirada desde las calles de Santiago de Chile

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Maxi Goldschmidt, desde Santiago de Chile.

En las calles de Santiago las palabras se repiten. Agua, agüita, agüita con bicarbonato. Más de un millón de personas a esta hora, las 23.00: empieza el toque de queda.

Médico, médico. Ambulancia. Resiste, cabro, cómo te llamas. Relevo, relevo. Relevo es cuando se carga un herido de gravedad y no se aguanta más el peso. Se grita relevo y alguien asiste a esa persona que lucha por su vida.

Las brigadas de salud no dan abasto. Llevan una semana atendiendo a miles de personas gaseadas, golpeadas o con balas en los cuerpos. Más de 30 perdieron un ojo.

Fuerza. Resiste. Vamos, cabro. Aguante. Cuál es el nombre. Ricardo. Ricardo cuánto. Ricardo y no se entiende el grito. Ricardo Acuña, por las redes sociales, grita una joven.

Los primeros días venían más perdigones en las piernas. Ahora en la cabeza y los ojos, dice Martina, antiparras verdes, casco ciclista, rociador en la mano, estudiante de Medicina.

Ricardo cuelga, está vivo pero cuelga. De su ojo brota sangre que no pueden parar. Lo suben a una ambulancia. Muchos teléfonos filman, para difundir rápido.

Aunque aquí en Santiago no hay nada que informar. Sebastián Piñera dejó el poder. Ya no lo tiene. El pueblo se lo arrebató ayer con la manifestación más grande en la historia de Chile.

***

Estamos pidiendo por favor que los militares vuelvan pronto. A los cuarteles.

Dice la tele, que también cambia su discurso, ante una evidencia que traspasó las fronteras.

Los videos de muertos y heridos son virales hace días. Debe haber gente buena debajo de esos trajes blindados. Pero acá sólo se los ve pegando, disparando, matando a un pueblo.

En la tele un soldado baila, otros portan una bandera, otros reciben saludos de otros ciudadanos. Pero ese Chile no está en la calle. Está en sus casas. Ese Chile teme algo que nunca imaginó.

En la calle se baila y se combate. Miles tiran piedras y retroceden cuando el gas es insoportable. O caen cuando les impacta una bala. A pocos metros de esa ronda de ayuda espontánea al herido, se baila.

Asesinos. Renunciá. Asesinos. Pacos traidores. Asesinos. El pueblo unido. Asesinos. Ya se van. Hay instrumentos por todos lados. Guitarras en alto en las escalinatas de la Biblioteca Nacional. Miles cantan una canción de Víctor Jara, de Violeta Parra, entre gas lacrimógeno.

Jaime tiene 72 años. Rosa, uno menos. 48 de casados. Ella lleva bastones ortopédicos. Queremos pensiones dignas que alcancen para vivir. No nos alcanza ni para los remedios, dice Rosa. Jaime viene, además, por Alex Nuñez. Compañero de trabajo, lo mataron a golpes los pacos.

Esta multitud, alegre y pacífica, abre grandes caminos de futuro y esperanza. Todos hemos escuchado el mensaje. Todos hemos cambiado. Eso dice Piñera. A nadie le importa.

Los pueblos se sorprenden a sí mismos. Les hacen olvidar a base de recetas vencidas su poder, su fuerza.

Lucina tiene 36 años y dos balazos en la pierna. Fue el lunes, hoy vino en muletas. Creemos que fueron francotiradores, porque venía corriendo de los pacos y le dieron de frente.

En las puertas de la estación Baquedano pintaron acá se tortura. Se torturó hace unos días. A Nicolás lo metieron en la comisaría debajo de la estación de subte y lo torturaron. Mientras, escuchó tiros y vio cuerpos colgados. Hay una denuncia y muchas pruebas.

Rodean la Casa de La Moneda. Hay niñas y niños. Muchos con barbijos y máscaras. Muchas bicicletas. Motos. Tablas. Limones. Humo, disparos, sartenes y gas lacrimógeno. Disparos. Piedras.

La noche será larga. Hoy no hay toque de queda que valga. No hay amenazas ni muerte. No hay nada que pueda impedir el destino que decide este pueblo.

Chile despertó. Recuperó la memoria. La memoria y la fuerza ancestral de nuestros pueblos. Los que enfrentaron la conquista. Los que resisten. Las calles están llenas de banderas mapuches. De chilenas y mapuches.

Mucha gente llora, los ojos rojos, no ve nada. Mucha gente le acerca un limón, o le tira espray en la cara. Agua, agüita, agüita con bicarbonato.

Maxi Goldschmidt es corresponsal argentino y trabaja en la revista Cítrica. Nos mandó esta crónica desde Santiago anoche, a las 23.00, al borde del cierre. La escribió como pudo, entre los cacerolazos y las corridas que se escuchaban en su hotel, a pocos metros del Palacio de la Moneda.

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