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Protesta contra el gobierno del presidente chileno Sebastián Piñera, el 27 de diciembre, en Santiago.

Foto: Claudio Reyes, AFP

Después del estallido: un análisis de la actuación de los partidos tras las protestas en Chile

9 minutos de lectura
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El politólogo Fernando Rosenblatt analiza cómo actuaron los partidos políticos ante las protestas masivas en Chile, qué papel tuvo el movimiento feminista y cuáles fueron los primeros efectos del debate constitucional.

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Las protestas que dejaron las calles de Chile desbordadas de manifestantes marcaron los últimos meses de 2019, y sus repercusiones se proyectan más allá de 2020. Una de sus consecuencias es la convocatoria a un referéndum, el 26 de abril, en el que se definirá si se inicia el proceso de redacción de una nueva constitución para reemplazar a la actual, heredada de la dictadura de Augusto Pinochet.

Este referéndum, convocado por el gobierno de Sebastián Piñera y acordado con partidos de oposición, significa un paso histórico y puede incidir en los problemas de fondo que tiene Chile. Pero también puede tener el efecto de apartar de la discusión pública las raíces sociales y económicas de esta crisis, que requieren soluciones urgentes, advirtió el politólogo uruguayo Fernando Rosenblatt desde Chile, donde vive desde hace varios años. “Todo esto comenzó como otra cosa, como una discusión sobre la riqueza en Chile, la desigualdad, los abusos, las pensiones indignas, la atención en salud, pero el proceso constituyente se comió la agenda”, agregó.

En entrevista telefónica con la diaria, Rosenblatt, que es profesor de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales e investigador del Instituto Milenio Fundamentos de los Datos, señaló también que los partidos políticos chilenos no estuvieron a la altura de esta crisis, analizó el papel que puede jugar el movimiento feminista en este proceso, y cómo se enmarca lo que ocurre en Chile en el contexto de la región.

¿Cómo está el ambiente político en Chile ahora, a más de 70 días del comienzo de las manifestaciones, y con una represión que dejó 29 muertos y casi 2.000 heridos?

Si bien ha bajado la intensidad con relación a lo que fue octubre y noviembre, todavía hay un clima tenso, y sigue habiendo espasmos de protesta, por así decirlo. No tienen la masividad que vimos antes. Pero esto puede volver a explotar en cualquier momento. La situación es muy inestable, hay mucha crispación, mucho enojo con el gobierno. La Policía, Carabineros, está totalmente deslegitimada, pese a que era una de las instituciones más valoradas en Chile. En las encuestas de opinión pública Carabineros y la iglesia católica aparecían como las más valoradas. Y esto nos puede llevar a hablar de cuestiones más estructurales de qué es lo que está pasando en Chile, o qué ilustra Chile de lo que está pasando en América Latina.

¿Qué es lo que ilustra?

Chile es un caso perfecto para analizar cómo la estabilidad política no tiene que ir de la mano necesariamente con el cumplimiento de la función de representación democrática. Chile vivió un período de muy alta estabilidad política y también macroeconómica, pero con una creciente erosión de sus instituciones de representatividad democrática –léase partidos, Congreso, etcétera–. Tenemos un sistema de partidos totalmente destruido, que nominalmente tiene partidos estables, pero están totalmente desconectados de la sociedad. Eso se pudo ver durante las protestas. En Uruguay, si hay una protesta, si hay movilización, uno va a ver banderas del Frente Amplio (FA). El FA y el movimiento social están imbricados, hay conexión, por ejemplo, en el feminismo. El feminismo está dentro del FA. No quiere decir que todas las feministas sean frenteamplistas, pero hay feministas frenteamplistas. Esto en Chile no existe. No veías una sola bandera de ningún partido durante las movilizaciones, y si a esto le sumás el desprestigio de otras instituciones que no son de representatividad democrática, como Carabineros o la iglesia católica, nos quedamos sin instituciones legítimas. Recordemos que Chile lleva ya varios años de escándalos muy fuertes de corrupción. Involucraron a la política, con el financiamiento de las campañas y de la política en general, con leyes que eran dictadas desde empresas. Esto salpicó a la derecha pero también a la centroizquierda. Hubo escándalos terribles de abuso sexual en la iglesia católica, y si a eso le sumás escándalos de corrupción al interior de Carabineros, no queda nada. Todo esto está atado con alambre, y ese alambre es la estabilidad macroeconómica. Si esto no ha explotado aun más –y han sido meses terribles– es porque Chile, a diferencia de otros lugares, tiene cierta estabilidad macroeconómica. No hay inflación, hay buenos registros de desempleo. Por supuesto que la igualdad es el problema de fondo que gatilló todo esto, pero estoy tratando de interpretar por qué el estallido no terminó en guerra civil. Creo que faltaron muy pocos ingredientes. La política, al mismo tiempo, no ha estado a la altura para nada.

¿Cómo actuaron los partidos políticos ante esta crisis?

La única instancia en la que demostraron estar a la altura fue en el acuerdo al que se llegó el 15 de noviembre para iniciar un proceso constituyente. En el caso del gobierno, es una tragedia, están haciendo el ridículo. Lo bueno es que la gente se lo está tomando con cierta gracia ya. Todo esto de los falsos videos [de las protestas, que Piñera denunció públicamente y atribuyó a gobiernos de otros países], la supuesta intervención extranjera, ese informe de big data [que presentó el Ministerio del Interior sobre quiénes se manifiestan en redes sociales a favor o en contra de las movilizaciones]. Es todo una vergüenza. Pero pensemos en la izquierda, este nuevo Frente Amplio que tiene Chile, que de amplio no tiene nada.

¿Por qué?

Porque ¿dónde están la Democracia Cristiana, el Partido Comunista, el Partido Socialista? No están dentro del Frente Amplio. No hay una vocación de construcción de mayoría y de un proyecto político permanente. Están hablando entre ellos mismos, casi de la misma manera en que funcionan las redes sociales, como una caja de resonancia de lo que uno piensa, entre gente que es más o menos homogénea. Un ejemplo de esto es la Unidad Social, que agrupó a decenas de organizaciones de la sociedad civil con reclamos comunes [sindicatos, organizaciones estudiantiles, feministas, militantes por los derechos humanos]. Uno se preguntaba, y yo le pregunté a algunos dirigentes, por qué el Frente Amplio o los partidos del Frente Amplio no firmaron el manifiesto de la Unidad Social. ¿Dónde está la convergencia entre el movimiento social y el político? ¿Dónde están los esfuerzos? “Lo que pasa es hay desconfianza hacia los partidos”, dicen. Pero la confianza es algo que se construye, y la política, entre otras cosas, supone construir confianza. Para construir proyectos colectivos hay que construir confianza. Hace falta hacer política, en el sentido más elemental del término, y eso supone construir organización, construir mayorías, proyectos de largo plazo. Por lo tanto, lo más preocupante no es cómo se va a ir canalizando el conflicto ahora. Creo que la intensidad de la violencia va a bajar. Ayuda el verano. Ayuda el proceso constituyente. Ayuda –esto es una hipótesis– el rol del movimiento feminista.

El estallido se termina y después viene el orden. La pregunta es qué tipo de orden vas a tener en los próximos diez o 15 años, cuál va a ser la nueva normalidad política en Chile.

¿Cómo incidió el movimiento feminista?

Cambió el ánimo, cambió el sentido de la lucha en la calle, entre otras cosas, bajando la violencia. A su vez, el movimiento feminista, y especialmente el reclamo de paridad en la [eventual Asamblea] Constituyente, juntaron dos cosas que hasta el momento estaban divorciadas: el proceso constituyente y los reclamos por la desigualdad. Una de mis grandes preocupaciones era que toda esta discusión sobre el proceso constituyente se iba a comer lo que era la base de todo esto: una discusión sobre las bases materiales de la sociedad chilena y la distribución de la riqueza. Luego devino en una discusión sobre el proceso constituyente que, hay que reconocerlo, es un debate de élites, aunque tenga repercusiones de otros tipos. Por supuesto que es muy bueno que haya una constitución en democracia, que se termine con la constitución de Pinochet, pero todo esto comenzó como otra cosa, como una discusión sobre la riqueza en Chile, la desigualdad, los abusos, las pensiones indignas, la atención en salud y el proceso constituyente se comió la agenda. Y el movimiento feminista logró juntar las dos cosas, al poner de relieve la desigualdad a la que están sometidas las mujeres. La irrupción del movimiento feminista de manera decidida en este estallido social fue muy importante en la dirección que tomó este asunto. Pero, de nuevo, sigue habiendo una ausencia de política. Por supuesto que el movimiento feminista está haciendo política, el movimiento social está haciendo política, pero falta una política canalizada institucionalmente. El estallido se termina y después viene el orden. La pregunta es qué tipo de orden vas a tener en los próximos diez o 15 años, cuál va a ser la nueva normalidad política en Chile.

¿Qué se puede esperar?

Mi gran temor es que pasemos a vivir en una especie de Venezuela del período que va de 1983 hasta antes de [que en 1999 llegara al gobierno Hugo] Chávez, que fue un ciclo de muchos y muy intensos conflictos políticos, crisis económicas. Esos años, antes del chavismo, fueron un ciclo terrible. Se corre el riesgo de que vivamos en una inestabilidad, permanente crispación, espasmos de estallidos. Porque también hay que tener claro que se perdió el miedo, se perdió el miedo a protestar, a romper todo, y romper todo es una muestra de incapacidad de canalización política. ¿Por qué en Uruguay no se rompe todo? No hay ninguna superioridad cultural ahí. Lo que pasa es que en Uruguay, los partidos son capaces de canalizar e integrar verticalmente los intereses de la sociedad, cada uno con sus intereses y con sus movimientos, y además tenés un sindicalismo fuerte. En Chile no tenés nada de eso. Entonces, sucede con frecuencia que, como no hay canalización del conflicto, la olla en un momento explota. Y esta vez realmente explotó, y ya no hay vuelta atrás. Se perdió el miedo, no está Pinochet, hay un cambio generacional. Ya el movimiento estudiantil había expresado esto. Si a eso le sumás una muy mala forma de canalizar conflictos y agregar intereses de manera institucional, y la desigualdad, tenés un caldo para estallidos.

¿El proceso constituyente tiene posibilidades de dar cabida a los diferentes reclamos que se están expresando ahora?

Esa es una de las grandes preocupaciones que tenemos con algunos colegas. El proceso constituyente es una discusión de élite. En realidad las preocupaciones de la sociedad eran otras. Porque la Constitución tiene efectos, por supuesto, no estoy diciendo que reformar la Constitución no sirva para nada, pero como decíamos con Juan Pablo Luna en una columna publicada en Ciper, un medio de investigación periodística, es urgente un pacto social. Estamos convencidos de que realmente el asunto pasa por ahí, tiene que ver con la distribución de la riqueza. Ahora todo el mundo está concentrado en el proceso constituyente, y eso ha opacado otras discusiones que son muy importantes, urgentes. El movimiento social simplemente las puso al frente, pero hace años que son urgentes. Nadie predijo el estallido, pero todos sabíamos que esto tarde o temprano iba a explotar.

Más de 70 días de protestas y represión por parte del Estado dejaron en Chile 29 muertos, más de 350 personas con lesiones en los ojos y 21 con pérdida del globo ocular. Casi 2.000 personas sufrieron heridas, más de 1.500 de ellas por el impacto de perdigones.

¿Cómo se sale de esta crisis?

Ah, no lo sé. En Chile creo que no va a alcanzar el proceso constituyente, creo que este pacto social en el que insistimos tanto con Juan Pablo Luna es indispensable. Crear unas bases de un nuevo modelo de desarrollo en Chile, con un nuevo estado de bienestar, es fundamental. Si no, no va a haber estabilidad en el largo plazo. Lo más paradójico de todo esto es que quienes más lo entendieron fueron los empresarios. La CPC, la Confederación de Producción y Comercio, que es básicamente la cámara de las cámaras, con un poder imponente y además con un poder político, con una incidencia política muy fuerte, salió a decir que ellos estaban dispuestos a meterse las manos en los bolsillos y que “doliera”. Usaron esa expresión, y más de una vez. Esto no lo decían por altruistas, vieron la gravedad de la situación, vieron que el costo puede ser mayor. Increíblemente nadie les tomó la posta. En parte porque hay mucha desconfianza. Entonces, ¿quién lideraría ese proceso, ese pacto social?

Las protestas en Chile de alguna manera se han emparentado con las que hubo en Colombia, o incluso con las de Bolivia antes del golpe contra Evo Morales. ¿Tienen algo en común?

Yo creo que esto refleja la tremenda falla de la democracia representativa, la osificación o la nula existencia de mecanismos institucionalizados y dinámicos para agregar y canalizar intereses. Esa es la primera falla. Durante demasiado tiempo nos preocupamos por la estabilidad, y con razón. Veníamos de las dictaduras, de mucha inestabilidad, y la preocupación por la estabilidad está bien; el problema es que era un componente necesario pero no suficiente. Si a esa ausencia de canales institucionalizados para la agregación de intereses, de partidos con cierta vitalidad, se le agrega la desigualdad estructural, todos los problemas económicos que afectan a las sociedades de América Latina, y se agregan también escándalos de corrupción, se suma todo esto.

¿La región se volvió más impredecible?

La región es permanentemente inestable. Creo que los problemas de la desigualdad estructural, los problemas vinculados al desarrollo hacen que esto sea así. Aun si tuvieras la mejor política posible, las tensiones estructurales son tan fuertes, el conflicto distributivo es tan fuerte, que necesitás una altísima política o una amenaza externa que te obligue a converger.

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