De un tiempo a esta parte, cada vez que se celebra una cumbre de la OTAN se ha hecho habitual oír hablar del compromiso de los miembros de la Alianza Atlántica de dedicar 2% del Producto Interno Bruto (PIB) a defensa. En particular, Donald Trump ha insistido enormemente en que este pacto se cumpla. No obstante, este debate tiene más de una década.
Ya en 2002 se barajó establecer 2% como requisito para que un Estado pudiera formar parte de la OTAN, pero al final esto no se incluyó en el compromiso resultante, más centrado en la ampliación de la Alianza y en los efectos del ataque del 11S. En la cumbre de Riga de 2006 se volvió a traer a la mesa esta medida, mencionando por primera vez el doble compromiso de establecer 2% del PIB como porcentaje mínimo para destinar a gastos de defensa y dedicar 20% de este presupuesto a comprar equipamiento. Sin embargo, tampoco en esta ocasión se adoptó formalmente esta resolución. En la declaración redactada al final de la cumbre, los aliados únicamente se comprometieron a detener el descenso de inversión estatal en defensa que se venía produciendo desde el final de la Guerra Fría. Habría que esperar casi una década más para que el compromiso del 2% se convirtiera en oficial.
Así pues, la decisión de que los miembros de la OTAN aumentarían su gasto en defensa paulatinamente hasta alcanzar 2% del PIB en una década se adoptó finalmente en la cumbre de Gales de 2014. En consecuencia, en los últimos años el presupuesto dedicado a defensa se incrementó 5%. Sin embargo, no existen consecuencias para aquellos Estados que no cumplen los objetivos, sino que se trata más bien de un compromiso político, pero no vinculante. Además, son pocos los países de la Alianza que cumplen el objetivo del 2% y aún menos los que cumplen ambos: el del 2% del PIB destinado a defensa y el del 20% del presupuesto de defensa destinado a equipamiento.
Hay quien sugiere que el objetivo de 2% como meta política debe ser revisado. Se plantean críticas como que el porcentaje fijado es arbitrario, que el 2% del PIB destinado a la defensa debería incluir otros gastos que no necesariamente se contabilizan hoy día, como el destinado a hacer más seguras las infraestructuras 5G, que prometen ser vitales para el futuro. Otros discuten que se pueda tomar el gasto en defensa como una muestra del compromiso por la seguridad de Europa, poniendo en duda que más de 3% del PIB estadounidense que es destinado a defensa esté destinado sólo al viejo continente.
El compromiso del 2% no es una obligación legal ni vinculante, por lo que oficialmente no hay consecuencias en caso de no cumplirlo. Ahora bien, se trata del asunto que ha centrado la polémica en el seno de la Alianza en los últimos años, y probablemente seguirá siendo una cuestión fundamental del debate sobre la OTAN en los años venideros.