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Azul y Blanco, 19 de enero de 1972.

El candidato de Cabildo Abierto a la intendencia de Artigas, Roque Moreira, participó en un Congreso de la Confederación Anticomunista Latinoamericana durante la dictadura

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Esta organización internacional denunciaba a “comunistas” y “marxistas” en los ámbitos de la educación, la cultura y la religión; Moreira piensa hoy que la “gran falencia” es que no pasaron “de la palabra a la acción”

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“Hoy se van a conmemorar 100 años de existencia de un partido que durante 70 fue obediente totalmente de las directrices que venían de la Unión Soviética”. Así explicó Guido Manini Ríos, líder de Cabildo Abierto (CA), los motivos por los que su partido resolvió no participar del homenaje parlamentario por los 100 años del Partido Comunista del Uruguay que se realizó esta semana. A nadie debería sorprenderle: Manini Ríos y algunos de los principales referentes de CA hunden sus raíces ideológicas en el anticomunismo de los años 60 y 70, notorio en personalidades políticas como Benito Nardone, en movimientos locales como la Juventud Uruguaya de Pie (JUP), y en alianzas transnacionales como la Liga Mundial Anticomunista o la Confederación Anticomunista Latinoamericana. En una serie de notas –la primera se publica hoy–, la diaria recordará estos vínculos personales y políticos, y rastreará los elementos en común que tienen los discursos de las derechas actuales en Uruguay con el nacionalismo, el ruralismo, el catolicismo, el antiliberalismo y el “pánico moral” de los que hacía gala la extrema derecha en la etapa previa a la dictadura cívico-militar.

El anticomunismo en la década de 1960 y 1970 fue bastante más que la oposición a los partidos comunistas y a la Unión Soviética; fue un elemento aglutinador de las derechas, y fue también una ideología y un rasgo de sensibilidad, advierte la historiadora Magdalena Broquetas, así como una manera de englobar a una parte de la sociedad que estaba “de espaldas a la patria”, sostiene el historiador Gabriel Bucheli. Estos representantes de lo “antinacional” no eran sólo los marxistas; la extrema derecha entendía que había un complot internacional orquestado por el marxismo, el judaísmo y la masonería para destruir la cultura occidental y cristiana, al que denominaban “sinarquía”. Este concepto aparece, por ejemplo, en los discursos y en la prensa de la JUP, que integró en su momento Hugo Manini Ríos, hermano de Guido y hoy director del semanario La Mañana. El falangismo español y el franquismo también usaban este término.

Existe una importante producción de investigaciones sobre los grupos anticomunistas y sus conexiones interamericanas, por ejemplo, a través de los programas de entrenamiento militar en la Escuela de las Américas en Panamá, la difusión de la Doctrina de Seguridad Nacional y la cooperación entre las Fuerzas Armadas latinoamericanas. La acción de grupos anticomunistas en Uruguay y sus conexiones internacionales en el contexto de la Guerra Fría es un tema abordado por Broquetas en su libro La trama autoritaria, derechas y violencia en Uruguay (1958-1966). Allí la historiadora plantea la confluencia de dos grupos en el anticomunismo uruguayo: por un lado el sector nacionalista, antiliberal, popular y católico integrista, por otro lado, un sector liberal conservador, autoidentificado como “demócrata” y de carácter laico.

Además, según la investigación de Ignacio Araújo y Ernesto Bohoslavsky en “Los circuitos de la represión anticomunista entre Asia y América Latina en la segunda guerra fría: Paraguay y la World Anti-Communist League”, los lazos entre anticomunistas asiáticos y latinoamericanos datan por lo menos de mediados de la década de 1950, pero se potenciaron en nuestra región a partir de 1972, “en el despliegue de estrategias y discursos anticomunistas seguidos de formas represivas extremadamente violentas”.

La Liga Mundial Anticomunista fue fundada en 1967, durante el I Congreso Mundial Anticomunista realizado en Taiwán. A partir de allí se desarrollaron cuatro congresos mundiales anticomunistas. Según indican Araújo y Bohoslavsky, la Liga fue “una organización global vinculada a actividades terroristas, propagandísticas y políticas que fue lanzada en el este asiático en el final de la década de 1960”. Después de 1972, la Liga intensificó sus lazos con grupos anticomunistas de América Latina y empezó a pesar más la participación de organizaciones políticas y bandas paramilitares salvadoreñas y guatemaltecas “extremadamente violentas y racistas, embarcadas en sus propios procesos de lucha contra guerrillas rurales”, señalan los historiadores. De esa forma, agregan, a partir de ese año y hasta principios de los 80 la Liga se convirtió en una red global que proporcionaba “las herramientas ideológicas, legitimidad, armas y dinero a actores anticomunistas asentados en varios puntos del planeta para desarrollar la ‘guerra contrarrevolucionaria total’”.

El Diario, 22 de abril de 1969.

El anticomunismo congregaba un amplio espectro ideológico que se refleja en los conferencistas invitados a la primera reunión de la Liga en la región, que se desarrolló entre el 24 y el 27 de agosto de 1972 en Ciudad de México: Julio Meinvielle, presbítero argentino antisemita; el gran orador y senador estadounidense Walter Judd y el literato chino Lin Yu Tang. Entre los delegados presentes en esta reunión se encontraban el antiguo presidente de la Federación Argentina de Entidades Anticomunistas, Apeles Márquez; el dirigente de la JUP, Hugo Manini Ríos; la viuda de Benito Nardone, Olga Clerici, y el responsable de la creación y dirección de los escuadrones de la muerte en Guatemala, Mario Sandoval Alarcón, según consta en las actas de esas reuniones y fue difundido por Araújo y Bohoslavsky en el artículo ya citado.

la diaria quiso conversar de este tema con Hugo Manini Ríos, pero según explicaron desde La Mañana, su director no estaba “interesado” en la entrevista.

La investigación de Patrice McSherry de 2009, “Los estados depredadores: la operación Cóndor y la guerra encubierta en América Latina”, conecta el trabajo de esta red global anticomunista de contactos de origen asiático con la Operación Cóndor, en el contexto de la Guerra Fría, y sostiene que la Liga buscó “establecer estructuras de autoridades paralelas a (y muchas veces en oposición) a gobiernos electos democráticamente e instituciones democráticas”. Ejemplo de este poder paralelo es la intervención contra el movimiento sandinista de Nicaragua o los apoyos a las dictaduras en Guatemala, Honduras y El Salvador, países donde se había dado un movimiento político y social anclado en la teología de la liberación. En este entorno se trazaron redes de gobierno y de la sociedad civil, incluyendo a las religiones, para combatir o prevenir el comunismo.

En 1987, Edgard Chamorro, ex dirigente de la “Contra” que operaba en Nicaragua desde 1979 para derrocar el gobierno de la revolución sandinista, confirmó que durante el gobierno de Jimmy Carter hubo contactos secretos entre la CIA y los primeros organizadores de la Contra. Según la investigación de McSherry, Chamorro afirmó que en una reunión de la rama latinoamericana de la Liga Mundial Anticomunista realizada en Buenos Aires, Roberto D’Aubuisson, neofascista salvadoreño, logró acordar que oficiales argentinos adiestraran a paramilitares en su país para formar escuadrones de la muerte y combatir “la subversión”.

La versión latinoamericana del anticomunismo

La Confederación Anticomunista Latinoamericana (CAL), que funcionó al menos entre 1972 y 1983, era una rama de la Liga.

La Liga Mundial desarrolló un claro proyecto represivo contra líderes progresistas cristianos, especialmente católicos, aplicado en varias naciones latinoamericanas. En este contexto se desarrolló desde la CAL una coordinación de inteligencia transnacional similar a la del Plan Cóndor, ambos respaldando la Doctrina de Seguridad Nacional. “Después, la Liga ya pasa a tener un carácter mucho más exterminista, y a estar mucho más centrada en la cuestión represiva, de coordinación de vigilancia y de coordinación de la represión. Pero desde los años 50 lo que nosotros encontramos es que forman índex con nombres de marxistas y comunistas –hay muchos católicos ahí– e intercambian información, forman archivos”, explica Broquetas.

En 1977, en pleno contexto de coordinación regional de gobiernos militares bajo el Plan Cóndor, se realizó el III Congreso de la CAL en Asunción, con la participación de delegados de diez países y la presencia de autoridades de gobierno. A este congreso, celebrado en marzo de 1977, asistieron los dictadores de Paraguay, Alfredo Stroessner, y de Bolivia, Hugo Banzer, que presidía esa sección latinoamericana de la Liga Mundial.

Los Archivos del Terror, que fueron descubiertos en Asunción por el abogado y educador popular Martín Almada en diciembre de 1992, dan cuenta del seguimiento, operaciones y coordinaciones del Plan Cóndor para la represión y desaparición de líderes sindicales, sociales, intelectuales y religiosos. Allí, según el relevamiento realizado en estos archivos por el proyecto Fe en la Resistencia, se encuentran innumerables documentos sobre el seguimiento a los religiosos considerados peligrosos por los gobiernos de la región.

Según lo que muestran estos archivos, en la reunión de Asunción participaron 12 delegados por Uruguay, que en aquel momento estaba en plena dictadura. Entre ellos, el ex consejero de Estado Buenaventura Caviglia Cámpora, una figura clave en la represión a sacerdotes católicos progresistas y miembro destacado del núcleo uruguayo de Tradición, Familia y Propiedad; Fernando Bosch, quien fue vicerrector del Consejo Nacional de Educación de la dictadura y dirigente del Movimiento por el Resurgir Nacionalista, agrupación expulsada del Partido Nacional por presuntas vinculaciones nazis; el empresario Gonzalo Aznárez, vinculado a la familia de la ex azucarera Rausa; el coronel Roque Moreira, actualmente retirado militar actuando políticamente en CA; Martín Gutiérrez, psiquiatra acusado de infligir torturas; y Diego Ferreiro, director del semanario ultraderechista Azul y Blanco.

La Mañana, edición del interior, 30 dejulio de 1970.

En una entrevista con la diaria, Roque Moreira brindó su visión sobre su participación en esta reunión y sobre el anticomunismo.

Sin máscaras

Según consta en la documentación del Congreso, la CAL tenía una Comisión de Prensa, Radio y Televisión que en aquella reunión de Asunción en 1977 acordó “investigar a escritores, periodistas, comentaristas y locutores” que fueran “comunistas” para “desenmascararlos ante las autoridades competentes como subversivos”. Asimismo, acordó realizar “manifestaciones populares, con padres de familia, maestros, estudiantes, obreros y campesinos” en contra de los medios “comunistas”, “desenmascarándolos como dañinos para el sentir patriótico del pueblo”, así como fundar periódicos y estaciones de radio y televisión anticomunistas, y brindar apoyo publicitario a los medios anticomunistas.

La CAL también tenía una “Comisión de lucha contra la infiltración comunista en los medios religiosos”. En el encuentro en Paraguay, esta comisión acordó “denunciar públicamente la existencia de una política y una estrategia claramente definida y planificada de infiltración comunista dentro de la Iglesia y sus diversas organizaciones, como uno de los medios para la captación del poder”; crear “un órgano central especializado de documentación e información acerca de las actividades del marxismo leninismo infiltrado en las iglesias de cada país latinoamericano”, e “identificar a los eclesiásticos de Latinoamérica de notoria militancia marxista a efectos de desenmascararlos y denunciarlos”, entre otras medidas. A su vez, la comisión expresaba sus “votos de apoyo, confianza y solidaridad” a los “gobiernos anticomunistas” de América Latina –llámese dictaduras, en la mayoría de los casos–.

En la declaración final de aquel congreso, la CAL lamentaba la posición de Estados Unidos de condicionar su apoyo militar y económico a las dictaduras latinoamericanas al cese de las violaciones a los derechos humanos. Alegaba en cambio que la acción de las dictaduras “en ocasión de la heroica defensa de sus posiciones nacionalistas y anticomunistas” constituía un “deber moral de defender el Mundo Libre”. Añadía que “solamente ejerciendo acciones militares y psicopolíticas inteligentes y audaces” se podría evitar la reiteración de “desgracias” como la de Cuba: “Con la ayuda de Dios y el voluntarioso trabajo de todos, es posible afirmar el triunfo de la verdad sobre el error. En otros términos, del nacionalismo sobre el comunismo”.

Los recortes de prensa que ilustran esta nota forman parte del proyecto CSIC I+D “Derechas, imágenes y anticomunismo en el Uruguay de la Guerra Fría. 1947-1985”, coordinado por Magdalena Broquetas.

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