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Rosalía Winocur

Foto: Alessandro Maradei

Investigación de Udelar concluye que la familia y el entorno próximo “licúan” la influencia de las redes y que las burbujas informativas son “porosas”

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“Hay que relativizar el impacto de las redes en la toma de decisiones políticas”

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Las redes sociales digitales son las fuentes más importantes de información para gran parte de la población, pero no son las fuentes más importantes de socialización de la información política. Ese lugar lo siguen ocupando la familia y los entornos más próximos, según una investigación realizada por la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República, a cargo de la doctora en Ciencias Antropológicas Rosalía Winocur, y en la que participaron docentes y estudiantes de maestría y licenciatura. Con un abordaje antropológico, se estudiaron las prácticas de consumo y socialización de la información política de un grupo de 40 personas durante la última campaña electoral. “Para nosotros, un presupuesto clave era la necesidad de recuperar la perspectiva de los distintos actores sociales, cómo cada actor le da significado a su experiencia de buscar la información y de decidir luego qué es creíble y qué no, los lugares donde socializa y con quiénes comparte, quiénes son sus referentes significativos”, explicó Winocur. En ese proceso, descubrieron que las burbujas informativas son en realidad porosas y que para entender ciertos fenómenos, las “mayorías silenciosas” son más relevantes que las “minorías gritonas”.

¿Por qué les pareció importante estudiar este tema, y con este enfoque?

Porque la mayoría de los estudios que nosotros encontramos, y que son muy conocidos además, corresponden a una manera de pensar hegemónica en este momento sobre el impacto de las redes en todos los ámbitos de la vida cotidiana, en particular sobre las decisiones políticas. Son estudios muy conocidos que no sólo circulan en revistas especializadas sino en la prensa, todo el tiempo: los casos típicos y emblemáticos de la elección de Donald Trump y del papel de Cambridge Analytica, del brexit, de Jair Bolsonaro. La idea no era tanto cuestionar esa evidencia, sino decir que esa evidencia se basaba en una sola fuente de información, que son las propias redes, el comportamiento de la gente en las redes, en base a distintas técnicas: el cuestionario en línea, la observación en línea o el análisis de bases de datos. Sentíamos que ahí había un presupuesto que se había asumido de manera implícita de que si uno quiere entender las transformaciones en la opinión pública y el impacto de las redes sociales digitales, basta con observar lo que pasa en las redes. Eso es lo que cuestionamos. Porque las personas no pasan las 24 horas en las redes y tienen muchos espacios donde socializan la información política que trascienden a las redes. Aunque las incluyen –porque gran parte de la conversación cotidiana surge de lo que obtienen de las redes–, no son espacios equivalentes. Otro presupuesto que también cuestionamos es pensar que todo el mundo se comporta igual que quienes son más activos en las redes. No fue un estudio para cuestionar la evidencia del papel de las redes, sino para cuestionar que lo que sucede allí sea la única fuente para decidir cómo se comportan los ciudadanos y ciudadanas respecto del consumo y la socialización de la información.

¿Cómo se seleccionó a las personas que participaron en la investigación?

No fue una muestra estadística sino significativa, porque lo que busca es integrar casos que resulten emblemáticos para dar cuenta de la diversidad de opiniones. Por un lado, buscamos que hubiera cierto equilibrio en la composición de las variables clásicas: género, edad, ocupación, nivel de estudios. Pero al mismo tiempo buscamos que los casos seleccionados representaran la mayor variedad posible de situaciones, desde un jardinero en Paysandú que no había terminado la primaria hasta un administrador de redes o alguien que trabajó en la campaña del senador Juan Sartori. Entrevistamos a personas de Canelones, Maldonado, Paysandú y Montevideo. Se hizo una entrevista inicial con cada una de las personas, que duró más o menos dos horas. Las preguntas disparadoras fueron cómo se informaban de las noticias, dónde y con quiénes. Lo interesante de esas entrevistas es que cuando tú pones a los informantes en esa situación de explicar lo que hacen y por qué lo hacen, hay un movimiento inmediato de recurrir a su biografía: porque mi madre..., porque mi padre..., porque todos los días hacemos esto... Ese lugar de significación es muy difícil reconstruirlo en las redes. ¿Cómo lo reconstruís? En esa entrevista les propusimos que a lo largo del año, cada cierto tiempo, te permitieran mandarles una pregunta por Whatsapp y ellos respondían con un audio o con un mensaje. Y al final, seleccionamos a un grupo de 15 personas para hacerles una nueva entrevista un poco antes del balotaje.

¿Cuáles fueron los principales hallazgos de la investigación?

Quizás el más importante, porque les da marco a los demás, es que el ámbito doméstico, la familia y las redes próximas siguen siendo claves para la socialización de la información política, independientemente de los lugares donde se consume la información. Las personas cotidianamente discuten, conversan, intercambian, al igual que sucedía cuando la televisión era la reina (ahora, en cierto sentido, la televisión no es la reina pero es como la reina Isabel: es una vieja que está ahí). Además, ese ámbito se organiza en rutinas que son significativas: el desayuno, la cena.

¿En qué sentido incide ese ámbito familiar o próximo?

Te doy un ejemplo. Un caso paradigmático siempre son los jóvenes, porque parece que los jóvenes ya no miran la televisión, ellos te dicen que se informan por las redes. Pero después seguían conversando y aparecía el tema de cómo les impactaba la información en sus decisiones políticas, de voto. Hubo un caso muy chistoso de un joven que después de contarnos todas las redes que tenía, nos dijo: “Para votar, lo que dice mi vieja es muy importante. Capaz que está mal, pero para mí lo que ella dice es muy importante. Yo le pregunto cosas, o ella está mirando cosas en la tele, y empieza a comentar”. Ningún joven declara que mira la tele; no obstante, tienen un consumo marginal, obligado en ese ambiente. Otra chica, de 19 años, nos decía: “Esto de las redes para informarse y para tomar la decisión de a quién voy a votar es relativo. Todo depende de cómo tu familia haya pasado la dictadura”. Es como que toda la información que obtienes de las redes la metes en la licuadora de la familia o de los referentes. En el caso de una persona que entrevistamos, cuando finalmente tomó la decisión de votar al Frente Amplio dijo: “Es que a mí lo que me ocurrió en secundaria fue muy fuerte”. Para tratar de explicarse a sí misma, contó que llegaron las compañeras del exilio y eran todas comunistas, iban a los bailes todas juntas... ¿Qué conclusión se puede sacar respecto de esto? Que las redes son las fuentes más importantes de información, pero eso no quiere decir que en términos políticos sean las fuentes más importantes de socialización. El envase donde se procesan las decisiones políticas no es el de las redes: uno de los envases donde se procesa eso, como mecanismo de reducción de complejidad, es la licuadora de la familia. El impacto de las redes en la toma de decisiones es un impacto que hay que relativizar, hay que entenderlo en función de situaciones que siguen siendo muy significativas para la gente. También de las trayectorias políticas. Por ejemplo, el caso de alguien del Frente Amplio que ahora iba a votar a Guido Manini Ríos. Bueno, en realidad no había votado al Frente Amplio, había votado al Pepe [José Mujica] caudillo y ahora iba a votar a otro caudillo. Ese era uno de los pocos que aparecían polarizando en las redes, con una mentalidad muy conservadora, pero en la vida cotidiana él no tenía ese nivel de polarización. Él necesitaba trascender en las redes peleando, pero en la vida cotidiana era alguien muy querido en el edificio, que hablaba con todo el mundo. Entonces, también eso fue interesante. Así que cuidado con las inferencias: los que más polarizan, los que más gritan, no necesariamente representan el mismo nivel de polarización fuera de las redes. Y lo único que él entendía del discurso de Manini Ríos era la necesidad del orden, porque había muchos chorros y no sé qué. Y si hubiera estado el Pepe, lo hubiera votado al Pepe, decía, “porque es el único que nos entiende a nosotros”.

Otro hallazgo de la investigación fue que los medios tradicionales siguen jugando un rol importante.

¿Cómo establecía la gente la credibilidad de lo que les llegaba por todos lados? ¿Cómo decidía qué era cierto y qué no? Ahí aparecieron, por un lado, los referentes familiares, lo que es consistente con el primer hallazgo: que alguien, ya sea en el grupo de Whatsapp o en alguna reunión familiar, dijera: “Esto no es así, esto es falso”. Ahí los jóvenes adquirían una autoridad interesante, porque ellos tenían mecanismos más sofisticados para identificar las noticias falsas. Pero, por otro lado, estaba el referente del informativo. O alguien leía algo en las redes y, si quería confirmar, se iba a los portales, sobre todo al de El Observador, Montevideo Portal. Los que eran más de izquierda se iban a la diaria; los de derecha, a El País. No es solamente el periódico sino el formato noticia. Ellos asociaron la palabra “noticia” con la palabra “credibilidad”. ¿Y las noticias dónde están? En el informativo y en los portales de los periódicos.

Las mal llamadas “noticias falsas” imitan el formato de las noticias tradicionales, pero en este caso no es el formato el que da credibilidad, sino el lugar donde se encuentran esas noticias, que son los medios tradicionales.

Claro. Los chiquilines te decían: yo nunca voy al portal de El Observador, pero si me llega una noticia que alguien me dice que viene de El Observador o de la diaria, la doy por cierta. Si uno quiere entender qué importancia, qué influencia siguen teniendo las noticias de los medios legitimados, no le bastaría con ver la cantidad de audiencia o de seguidores que tienen, sino que tendría que ir a esos lugares, donde siguen siendo un referente. Eso no significa que las personas les den una carta en blanco, ni al informativo ni a los periódicos. Porque después les preguntabas: “¿Qué es lo que hace el informativo para que tú le creas?” “No, bueno, hay que creerles la mitad, porque ya se sabe que todos tienen diferencias políticas y de ideología, y además responden a intereses económicos”. Y yo les decía: “¿Cómo estableces qué creer?” Entonces, nuevamente regresaban a su biografía, a su familia, a la facultad, para referirse a cómo aprendieron a ser críticos. Son recursos heredados de una generación para la otra. Entonces, me empecé a preguntar si todos esos recursos no actúan en el tsunami de la información como recursos de reducción de complejidad, recursos para clasificar la información, para volverla consistente.

Los hallazgos de esta investigación son consistentes con aquellos primeros estudios sobre los efectos de los medios masivos, que apuntaban a que la incidencia de los medios no es directa, sino que está mediada por los grupos de pertenencia y por los líderes de opinión.

Sí, por supuesto que eso es así, no ha cambiado. Lo que uno relativiza es que esos líderes de opinión tengan un poder unívoco, omnipotente, para influir. En investigaciones que se hicieron en Estados Unidos, que cuestionaron que las burbujas y las cámaras de eco fueran tan homogéneas y tan determinantes, llegaron a la conclusión de que las burbujas más homogéneas estaban entre las personas de más de 65 años y también entre las más conservadoras, y que en todo el resto del espectro, no; eran muy porosas. Nosotros también vimos eso: son muy porosas, y además, abiertas al disenso, aunque eso no se muestre. Es más, la hipótesis fuerte que tengo es que la funcionalidad de la polarización no es tanto alinear en un extremo u otro, sino marcar los límites de la disputa, los contornos. Porque te dicen: “Los que polarizan no discuten entre ellos, no les interesa escuchar la opinión de los otros. Es como una catarsis. ¿Yo para qué voy a escribir algo? Veo la opinión esta, extrema, y veo esta otra opinión, extrema, y algunas cosas que dice este me hacen sentido, y después construyo mi propia opinión”. Los influencers existen, pero ese poder no es unívoco ni omnipotente.

¿Notaron alguna diferencia en los hallazgos en función de variables demográficas o socioeconómicas?

Por supuesto que hay diferencias, y todas las diferencias que encontramos son absolutamente consistentes con todos los estudios que andan en la vuelta. Menor nivel de estudios, menor nivel socioeconómico, mayor aislamiento o mayor edad, todo eso contribuye a que las fuentes de información sean mucho menos diversificadas. En las personas con mayores estudios, con mayor capital sociocultural, obviamente que las apreciaciones sobre la realidad son más políticas, y entre las personas de menores estudios y condición socioeconómica, las apreciaciones son más morales, de juzgar los hechos según cómo en sus propios marcos se entiende lo que está bien y lo que está mal. En el caso de una empleada doméstica, le llegó a su grupo de Whatsapp una noticia de que OSE iba a cortar el agua. Ella se la creyó, pero después dijo: “En el informativo OSE dijo que eso era mentira”. Eso es interesante. Las investigaciones siempre apuntan al impacto de cuando llega la noticia falsa, pero no al proceso que viene después. En este caso, no era sólo la credibilidad que le daba que el noticiero desmintiera, sino la credibilidad de OSE. Las realidades políticas, las instituciones en cada país, relativizan. No es lo mismo Brasil que Uruguay.

La legitimidad de las instituciones incide a la hora de la credibilidad.

Claro. Hay una retórica de malestar social, pero después, cuando les preguntás si eso va a desestabilizar a Uruguay, te dicen: “No, acá las instituciones son fuertes. Si hubiera ganado Manini estaría preocupado, pero acá la mayoría no son como Manini”. Entonces, hay una especie de consenso, un imaginario social de que las instituciones son creíbles.

En una entrevista reciente con El País de Madrid, Noam Chomsky decía que a las personas ya no les importan los hechos. ¿Qué constataron ustedes? ¿La verdad es importante?

Es interesante lo que vos traés, porque es una cosa que también nosotros nos preguntábamos. Una persona nos contó que una madre pasó un chisme a un grupo de Whatsapp sobre que una profesora estaba coqueteando con un padre. Esa persona le dijo a la que pasó el chisme, por privado, que ese grupo no es para traer esos chismes y que ella no sabía si eso era cierto. Cuando le preguntamos por qué no lo había dicho en el grupo de Whatsapp, respondió: “Ah, no, porque yo no me quiero pelear con nadie”. La relativización, la consideración, es algo que sucede en el ámbito presencial o en el chat privado. En esos grupos donde son 30, siempre confrontan uno o dos y los demás escuchan, pero aunque suscriban una posición, no consideran que ese sea el mejor lugar para discrepar. Eso te da la entrevista cualitativa: vos podés explorar significados de cada cosa que ellos hacen.

Explorar los silencios también, lo no dicho.

En esta investigación los silencios fueron, como objeto de estudio, más importantes que los gritos. Y la mayoría silenciosa fue más importante para entender que la minoría gritona.

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