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Rafael Paternain, Natalia Montealegre, Gabriel Gatti, Brenda Bogliaccini y Marcelo Rossal, durante la presentación.

Foto: Martín Varela Umpiérrez

Las desapariciones están entre nosotros

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Un nuevo libro del sociólogo Gabriel Gatti propone ampliar el concepto de “desaparecidos” para contar esas vidas invisibles que se producen “sistemáticamente” en el mundo actual.

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Leído por Abril Mederos.
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Desaparecidos. Ese concepto casi sagrado que designa una ausencia definida, un rostro conocido, un pasado ubicable en una línea de tiempo, un lugar al sur en el mapa. Pero también una idea que se vuelve maleable en el libro de Gabriel Gatti para abarcar otros olvidos, otras invisibilidades y otras violencias. La de los niños y niñas que atraviesan Europa, la de la población expulsada del censo en República Dominicana, los cadáveres no identificados de los sin techo de San Pablo, la población en situación de extrema miseria en Montevideo, los niños perdidos en India.

Gabriel Gatti es hijo de Gerardo Gatti, dirigente sindical desaparecido en 1976 en Buenos Aires, cuando Gabriel era “chico, mucho”. Gabriel es hermano de Adriana, desaparecida en 1977. Es sociólogo pero se define como desaparecidólogo, porque ha pasado largos años buscando conceptualizar ese dolor. “¿Estaban muertos? ¿Estaban vivos? ¿Fueron secuestrados? ¿Estaban siendo torturados? ¿Estaban encerrados en algún presidio? ¿Se fueron nomás? ¿Se perdieron? Ninguno de los términos con los que se construían esas preguntas abarcaba todas las dimensiones de lo que estaba sucediendo”.

Desaparecidos es un concepto casi sagrado, y en Desaparecidos. Cartografías del abandono Gatti lo profana a conciencia. Ese ser “ni vivo ni muerto”, “siempre ausente y siempre, también, lo contrario”, es el del rostro en el cartel en las marchas del 20 de mayo pero refiere también a “gente perdida, gente que espera, gente que se seca en un desierto, que se ahoga en un mar, que vaga por la ciudad, gente que se congela. Gente que ya ni es gente, o que no lo fue nunca, gente a la que hace rato no sabemos ni cómo nombrar ni cómo pensar”.

Este viaje de Gatti comenzó en pandemia, trazando con su hija Ainara un mapa de los desplazamientos de los desaparecidos, en el que 1976 fue el Big Bang. Siguió en varios países de América Latina, con etnografías y entrevistas con organizaciones de derechos humanos y humanitarias, con periodistas, con académicos, con desaparecidos que sin embargo están. Y así fue que el concepto se fue agrandando para abrazar a más y más invisibles, para que entraran allí los desaparecidos en la periferia de Bogotá, las mujeres indígenas muertas en las reservas de Nuevo México o de Canadá.

Claro que hay similitudes entre las “viejas” desapariciones y las actuales: “porque hay sistematicidad u ocultación (en casos de trata o de feminicidio), porque hay Estado (en las migraciones masivas, en abandonos, en expulsiones colectivas)”. Pero la propuesta de Gatti es trascender esos encuadres y entender la desaparición como el resultado “de una catástrofe general que borra o no deja entrar a muchos en los marcos que nos permiten reconocerlos como sujetos”. “Acordemos llamar a esto desaparición, considerémosla ‘nueva’, si se quiere. Y probemos a definir así la nueva desaparición: es el borrado sistemático de muchos sujetos de los marcos de percepción (visibilidad, comprensión, gestión) compartidos, para los que no existen o para los que dejan de existir”, dice el sociólogo. “Es vida abandonada en un mundo que la produce sistemáticamente. Es un nombre para el que no tiene cuento (que no se narra, que está fuera del relato común), el que no tiene cuenta (que no se cuenta, que está fuera del registro), el que no se tiene en cuenta (que no se cuida, que está fuera de lo que importa)”, dice Gabriel.

Y entonces las viejas consignas, como “¿Dónde están?”, cobran un sentido distinto: “¿en qué agujero cayó?, ¿qué celda le retiene?, ¿en qué frontera se paró?, ¿qué ruta sigue?, ¿en qué prostíbulo está?, ¿cuál desierto quiso atravesar?”.

En medio de un mundo que produce vida abandonada sistemáticamente, están los cultores de los jardines, los que pretenden que todos y todas quepan en el sueño de la ciudadanía, quienes llevan adelante ciertas formas de “eugenesia progresista”. Gatti dice que si bien este trabajo lo “conmueve”, tiene “mucho de ficción y no poco de delirio”. Gatti cree que el mundo es una mierda, y lo dejó claro el miércoles durante la presentación del libro en la sala Maggiolo de la Universidad de la República. Allí también aclaró que este concepto de desaparición no puede utilizarse aislado sino en red con otros: muerte social, apatridia, invisibilidad y ocultación.

En la presentación de la obra, académicos reconocidos del medio como el sociólogo Rafael Paternain y el antropólogo Marcelo Rossal, y militantes sociales y políticas como Brenda Bogliaccini, del Partido por la Victoria del Pueblo, elogiaron el libro, su cuidada escritura, su metodología ecléctica. “El libro genera urgencias políticas, porque hay un mundo que no entendemos. El mecanismo silencioso de la invisibilidad es el centro de la preocupación”, resumió Paternain. “Los desaparecidos no son una cuestión de afuera de la modernidad, sino de dentro de nuestro modo de pensar”, apuntó Bogliaccini, y se refirió a las “millones de fracturas” que tiene la sociedad uruguaya. Rossal destacó el concepto de la desaparición “no como concepto descalificador, no como lo usa [el dictador argentino Jorge Rafael] Videla”, sino “como lo usan las madres, como concepto protector, para darles una entidad de lucha y hasta recuperar la dimensión sagrada de la vida humana”. También en relación a los seres humanos “que son tratados como menos que cosas”, en “un mundo global que produce sistemáticamente estas circunstancias”.

La sala Maggiolo es muy solemne, y Gatti lo hizo notar más de una vez durante la presentación. A lo lejos, confundió un retrato de Dámaso Antonio Larrañaga con un mapa. De esos que trazaba con su hija, de esos con múltiples direcciones y posibilidades. Para él la sociología precisa moverse, escribir de otra manera, o de lo contrario no tendrá “ninguna posibilidad” de entender el mundo contemporáneo.

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