“La microbiota es todo un conjunto de bacterias, hongos y virus en el intestino, que funciona como si fuera un órgano en sí. Es esencial para la salud, nos protege de infecciones, le enseña al sistema inmune cómo funcionar y produce muchas sustancias que son esenciales para nosotros, y hasta ayuda a que el cerebro se desarrolle” afirmó, en diálogo con la diaria, el gastroenterólogo irlandés Eamonn Quigley, que trabaja en centro de trastornos digestivos del hospital Houston Methodist, de Texas (Estados Unidos). El investigador estuvo en Uruguay el 7 y 8 de noviembre para dar un curso de actualización que organizó la Clínica de Gastroenterología de la Universidad de la República. Quigley fue presidente de la Organización Mundial de Gastroenterología (WGO, por su sigla en inglés) desde 2005 a 2009 y en setiembre recibió el Master of the WGO, junto al gastroenterólogo uruguayo Henry Cohen.
Los estudios de la microbiota tienen apenas unos 15 años, dijo Quigley, quien, pese a estar a la cabeza de esos avances, sigue maravillándose con el conocimiento que han permitido alcanzar las técnicas moleculares: “Nos permiten comprender la composición genética de las bacterias; de esa manera se puede saber qué función tienen y, con otras técnicas, saber qué es lo que producen”, detalló. “Ahora estamos comenzando a descubrir cómo cuando la microbiota no es normal puede llevar a la enfermedad, sobre todo en la infancia, porque al nacer los intestinos son estériles y adquirimos una microbiota completa desde el nacimiento hasta los tres años de edad. Durante esos primeros años el niño y su microbiota son muy vulnerables a los antibióticos o a cualquier otro factor que pueda alterar la microbiota”, agregó.
La preocupación sobre el uso (y especialmente sobre el abuso) de antibióticos fue lo que llevó a Quigley y a Cohen a participar en una investigación que desarrollaron en Asia, en donde encuestaron a pediatras y médicos de adultos. Quigley se excusó de dar detalles porque el trabajo todavía no se ha publicado, pero adelantó que “entre los médicos todavía hay bastante desconocimiento sobre los antibióticos” y agregó que “el público tiene dos ideas en general: una es que para cualquier enfermedad que tengan deberían recibir un antibiótico, y otra es que están muy asustados de los antibióticos. Necesitamos reeducación sobre el uso adecuado de los antibióticos porque existe una crisis, porque cada vez hay más infecciones resistentes y hay muy pocos nuevos antibióticos en desarrollo para tratarlas, y eso involucra educar tanto a los médicos como al público sobre el uso apropiado de los antibióticos, porque en situaciones adecuadas salvan la vida”. La alteración que pueden provocar no es menor: “demasiados antibióticos en la infancia puede ser un factor que desencadene el síndrome de intestino irritable”, señaló.
¿Cómo modificar la microbiota?
En diálogo con la diaria, Cohen describió las cuatro formas en que se puede modificar la microbiota para que sea más saludable: por la dieta, el uso de probióticos, de antibióticos y el trasplante de materias fecales. La dieta es la mejor forma, planteó Cohen, que aconsejó “una alimentación saludable en la cual la persona combine todo lo que le gusta y tolera, en cantidades moderadas”. “No estoy con las modas que dicen que no tomes leche de vaca porque es de un animal diferente al ser humano –hace miles de años que se está tomando leche de vaca– ni con las dietas que dicen que el gluten es malo para todos”, planteó. Indicó que le resulta interesante la dieta mediterránea –en base a vegetales, con pequeñas cantidades de carne vacuna y pollo, mucho pescado, frutas, verduras frescas, nueces, legumbres, aceite de oliva– porque mantiene bajos varios factores de riesgo de enfermedades cardiovasculares, pero aclaró que no le gusta recomendar una dieta particular, sino amoldarse a las necesidades de las personas, porque depende de si necesitan bajar de peso, subirlo o mantenerlo.
Cohen definió los probióticos como “elementos vivos que una vez consumidos tienen un efecto positivo en la salud del individuo”. Dijo que esa definición es importante “porque no todo lo que se vende como probiótico, ni siquiera la minoría, va a cumplir realmente con esa definición”; pidió tener cuidado porque “muchos de ellos no cumplen con las condiciones técnicas de laboratorio para llegar a donde tienen que actuar dentro del organismo” y porque el mercado de los probióticos mueve miles de millones de dólares y “entra por los ojos”. Afirmó que “los probióticos tienen que ser usados igual que cualquier otro medicamento: tenemos que usar los que tienen una evidencia científica que demuestre su utilidad, cuando los consideramos necesarios, en la menor cantidad posible y en el menor tiempo posible, porque no existe ningún medicamento que no tenga algún efecto secundario eventual. Los probióticos tienen una especificidad de indicación; por ejemplo, lo indico porque mandaron al paciente a tomar antibióticos y quiero evitar que tenga una diarrea, entonces, veo cuál es el probiótico cuya evidencia demuestra que es más útil para esta situación. Y hay una especificidad de cepa: los probióticos son en general bacterias y hay algunos que son levaduras, entonces no todas las cepas bacterianas o de levadura son iguales”.
Los antibióticos pueden perjudicar la microbiota, pero también pueden mejorarla, dijo Cohen, por ejemplo para que la microbiota “fermente menos y produzca menos gas y el paciente se sienta mejor”.
En cuanto a los trasplantes de materias fecales (que todavía no se hacen en Uruguay), Cohen comentó que “hoy en día hay una única indicación aprobada universalmente, que es en pacientes con infección por clostridium difficile que han fracasado en tratamientos habituales con antibióticos y tienen amenaza sobre su vida: el trasplante de materias fecales ha demostrado resultados fantásticos que exceden en algunos casos el 90% de sobrevida y por el momento con pocos efectos secundarios, aunque empiezan a aparecer”. El trasplante se hace por vía rectal y las heces también se pueden poner en cápsulas para ser tomadas por vía oral.
La microbiota y el cerebro
Se habla de la existencia de un diálogo entre el cerebro y el intestino. Quigley explicó cómo ocurre eso: “Sabemos desde hace muchos años que el intestino y el cerebro se comunican todo el tiempo y el intestino tiene su propio sistema nervioso; hay tantos nervios en el intestino como en la médula, y el intestino puede generar reflejos sin ninguna participación del sistema nervioso central, tiene órgano sensorial propio. En un estado de salud se comunican sin que haya ningún problema, pero si pensamos en una situación de estrés, el cerebro sobreestimula al intestino, por ejemplo, tenemos una diarrea. Ahora que hay más investigación sobre microbiota se está estudiando cómo la microbiota se comunica no sólo con el intestino sino también con el cerebro, y si se estudian ratones que no tienen microbiota, se ve que el desarrollo de su cerebro es diferente y su conducta también”. Añadió que “hay una sugerencia de que la microbiota puede ser importante en la depresión, en el Parkinson y aun en el autismo, pero no está confirmado, falta más investigación todavía”.
Cohen dijo que el diálogo cerebro-intestinal “es fundamental para que otros órganos funcionen bien”. Explicó que “los hijos de madres que toman antibióticos y/o de madres que los tuvieron por cesárea –que en el canal de parto no adquirieron las bacterias de la madre– tienen más chances de desarrollar enfermedades en la infancia y en la vida adulta”. “Hay cosas que van demostrando que los chicos que nacen en esas condiciones pueden tener más chances de ser alérgicos, obesos, autistas, y hoy se sabe también que enfermedades más de la vida adulta, como la depresión, el Parkinson, el Alzheimer, podrían tener que ver también con alteraciones de la microbiota; por eso es tan importante que eso funcione adecuadamente y que realmente se usen antibióticos sólo cuando hay que hacerlo”, insistió Cohen.
Quigley dijo que los desafíos actuales de su disciplina “no son tanto vinculados a enfermedades agudas sino a enfermedades crónicas”, y especificó que todavía falta avanzar mucho en el cáncer de esófago y de páncreas, porque se están volviendo más frecuentes pero siguen matando a las personas”. Las enfermedades intestinales, como la enfermedad inflamatoria de colon, son frecuentes en países como Estados Unidos, Uruguay y Argentina, señaló Quigley, y poco frecuentes en África. “Al occidentalizarse los países se vuelve más frecuente la enfermedad, eso debería darnos una pista de las causas”, señaló. ¿Por qué? “Tal vez por la dieta o por las bacterias, tanto a las que estamos expuestos como a las que dejamos de estar expuestos”, respondió. También lo dijo Cohen, quien comentó que el hecho de que los niños jueguen en la tierra, en el pasto o toquen a los animales les permite crear anticuerpos, algo que no se da en ambientes en que los padres aplican desinfectantes que sacan 99% de las bacterias, y dijo que “todo eso puede ser contraproducente, porque el organismo no se va defendiendo”.