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Lavadero de la cooperativa de usuarios Dodici, donde trabajan las personas que pasaron por el taller Sala 12 y están viviendo de forma más independiente, aunque todavía supervisada.

Foto: Andrés Cuenca

Usuarios del Vilardebó construyeron una casa, un lavadero y formarán una cooperativa de vivienda

7 minutos de lectura
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Ellos mismos tomaron las riendas de su recuperación y ahora buscan allanar el camino para la vida en comunidad.

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Reciclada desde los escombros por usuarios del hospital Vilardebó, la casa Trébol se para en el medio del barrio Reducto, de Montevideo, como el primer proyecto de varios hombres fuera de la institución. Amplia y luminosa, con cuatro cuartos, cocina, sala de estar, comedor y dos baños, la casa de medio camino se convirtió en hogar para muchos, aunque sea temporal. La vida en el encierro del hospital es tediosa, no hay mucho para hacer; por eso la auxiliar de enfermería Selva Tabeira creó, en 2008, el taller Sala 12, un espacio de trabajo donde los hombres –la mayoría pacientes judiciales, personas que cometieron delitos graves bajo un brote psicótico y que por orden del juez están internadas en el Vilardebó– pudieran ocupar la mente y las manos en proyectos que a su vez sirvieran para mejorar el hospital. Equipados con donaciones, fundaron una iniciativa que pronto les quedó chica; los primeros usuarios decidieron ir por más y crear su propio hogar, fuera de las paredes del inmenso Vilardebó. Así fue como Selva se hizo cargo de un nuevo proyecto: en 2015 recibió en comodato una vieja casa a pocas cuadras del hospital y tramitó las salidas para que los usuarios la reconstruyeran. Estaba en ruinas: no tenía piso ni revoque, faltaban puertas y rejas. El trabajo era inmenso pero los hombres, junto con Selva y otros actores del hospital, la dejaron pronta en un mes. Hoy viven ahí ocho personas y la diaria pasó a visitarlas.

Cuando se termina la jornada de trabajo en el taller Sala 12 algunos de los usuarios retornan a su cama en el hospital, pero otros salen y recorren las pocas cuadras que los separan de la casa Trébol. Las casas de medio camino son estructuras sanitarias de atención integral donde viven los usuarios que han conseguido alcanzar un mayor grado de autonomía junto con el equipo técnico durante las 24 horas; son espacios pensados para una estadía mediana, de seis meses a dos años. Esas casas y las residencias con apoyo –que tiene un mayor grado de autonomía– son estructuras previstas por la Ley de Salud Mental como alternativas a la internación en hospitales y asilos psiquiátricos. La Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE) ha creado algunas y para este año planea aumentar la cobertura, pero los usuarios del taller decidieron no esperar.

Marcelo, Gerardo, Jesús, Fabián, Pablo, Juan, Marcelo y Héctor son los hombres que viven ahora en la casa Trébol; otros pasaron antes y otros vendrán después. Comparten los cuartos y los espacios comunes pero eso no representa un problema. Se dividen las tareas del hogar: hacen los mandados, cocinan, limpian y mantienen el orden. Son más que amables con quien llega a visitarlos, siempre tienen un refresco para ofrecer o una comida para compartir. Decoraron la casa ellos mismos con artesanías hechas por ellos y por sus amigos; hay cuadros, lámparas y adornos. Están cómodos: cuentan con una luminosa sala de estar con un gran sillón y un comedor en el que hay televisión y un equipo de música. El tiempo que no pasan ahí están trabajando, algunos en el taller Sala 12, otros en el lavadero que iniciaron mediante una cooperativa, y uno de ellos consiguió un trabajo en una fábrica de pastas; cada uno tiene su dinero, aunque lo manejan con supervisión.

“La diferencia entre los pacientes que están en el hospital y los que están en la casa es la autonomía. Tenemos confianza en ellos, ya no les preguntamos cómo van en el trabajo, porque sabemos que lo hacen bien”, destacó Selva. Para pasar del Vilardebó a la casa Trébol hay que trabajar por lo menos seis meses en el taller. Selva es la que evalúa cómo están avanzando en su proceso y, junto con el equipo técnico, define si pedir un traslado es lo mejor. De todas formas, aclaró que, más allá de su autorización, lo que necesitan es el pase del juez, que es quien tiene la última palabra sobre la situación de los pacientes judiciales. El equipo de profesionales ve la casa de medio camino como lo que es: un lugar de paso. “Ellos van a vivir a la casa, pero después de estar ahí un tiempo, pedimos que vayan a vivir a los apartamentos que tenemos; eso implica mayor responsabilidad porque están solos, y están ahí hasta que pidamos el cese de las medidas curativas”, dijo Selva.

Estos hombres pasaron mucho tiempo en el hospital antes de poder llegar a la casa. Marcelo, por ejemplo, estuvo más de una década internado en el Vilardebó. Para él la posibilidad de estar en la casa es excelente y se ha ganado la confianza de todos. “La gente que va a la casa es muy seleccionada”, enfatizó Selva. La enfermera contó orgullosa: “No hemos cometido errores en la casa. Los pacientes que han venido no han creado problemas: siempre han mantenido una buena conducta con el barrio, con los vecinos, ni siquiera salen a fumar a la vereda. Los vecinos los quieren muchísimo”. Ellos están muy orgullosos de haber llegado a la casa y de haber participado en su construcción, recuerdan entre risas los días en que cargaban lo que construían en el taller y caminaban en fila india hasta la casa para seguir trabajando ahí, y hoy concuerdan en que lo mejor de estar en la casa es la recuperación de su libertad.

Nuevas oportunidades

Como si haber hecho su propio hogar no fuera suficiente, los muchachos apostaron por más: crear su propia fuente de trabajo. De este modo, Selva emprendió otro proyecto. “Yo estoy en todos lados, esa es mi ventaja. Veo lo que necesita el hospital y lo que necesitan ellos. Así fue que vi la necesidad del lavadero”, explicó. En octubre de 2017 se pusieron las máquinas en marcha. Hoy en día, siete personas trabajan en el lavadero cooperativa Dodici, que se encarga de lavar la ropa de cama y los uniformes del personal del hospital, también trabaja para la red de atención primaria de ASSE y para Tarará Prado, un centro de estadía financiado por el Ministerio de Desarrollo Social. Marcos, Marcelo, José Luis, Alexis, Martín, Jorge y su esposa, Estefanía, trabajan ocho horas, de lunes a viernes, reciben un sueldo y cobran más si trabajan los días feriados, tienen licencia y sobran aguinaldos; se trata de derechos laborales básicos que algunos de los hombres experimentan por primera vez en su vida.

“Cuando llegan al lavadero ya no estoy, ya tienen una autonomía bárbara, son totalmente independientes. Igual nos llamamos constantemente, siempre estamos en contacto y, por ejemplo, supervisamos cuánto producto van a comprar”, detalló Selva cuando acompañó a la diaria en una recorrida por el lavadero. Mientras los muchachos vaciaban entre todos las dos lavadoras industriales y pasaban las sábanas a las secadoras, enfatizó: “A nivel de trabajo para personas con discapacidad todo es cooperativas, porque el trabajo cooperativo, principalmente en el usuario de salud mental, es el que se sostiene, es un trabajo entre pares y eso permite avanzar”.

Al igual que la casa Trébol, el lavadero fue construido desde los escombros por los muchachos. Desde los pozos de agua hasta los adoquines de cemento de la entrada, todo está hecho a mano. En el caso del lavadero el trabajo fue mayor, porque cuando estaban comenzando la obra les robaron todos los materiales y máquinas, por lo que tuvieron que comenzar desde cero por segunda vez. Las lavadoras y secadoras fueron donadas por ASSE como inversión inicial; ahora llegaron al máximo de su capacidad laboral y les alcanza para cubrir todos los gastos.

En la planta alta encima del lavadero hay dos apartamentos que actualmente funcionan como las residencias con apoyo que se describen en la Ley de Salud Mental (19.529), que establece que las residencias con apoyo son dispositivos donde viven las personas, estructuras sociosanitarias de rehabilitación con supervisión moderada y con una estadía que puede ser de mediana a larga. En uno de los apartamentos vive Jorge con su esposa y sus dos hijos; en el otro, Marcos, José Luis y Martín. Estar en los apartamentos ya permite tener una vida independiente.

Próximamente

Evidentemente, los apartamentos no alcanzan y los muchachos que pasan por la casa de medio camino necesitan una solución habitacional para continuar su proceso de recuperación. A punto de jubilarse, Selva decidió meterse en un último gran proyecto: armar una cooperativa de vivienda para que ellos mismos puedan construir su hogar permanente.

La idea, explicó la enfermera, es construir 14 viviendas para los usuarios y algunas personas allegadas al grupo de trabajo, “como para no perder el contacto”, afirmó. Como no sería viable que construyan desde cero, la idea es reciclar algo que esté a medio construir; lo ideal sería que estuviera entre los municipios B y C, como para que quede cerca del lavadero, la casa de medio camino y el hospital Vilardebó.

Iniciar este proyecto no fue fácil. “Para entrar al Ministerio de Vivienda [Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, MVOTMA] teníamos que tener asociado un instituto de asesoramiento técnico, y no conseguimos ninguno que apoyara el proyecto. Entonces llegamos al momento en que nos dimos cuenta de que teníamos que formar nuestro propio instituto. Creamos un instituto de asesoramiento técnico para las cooperativas de vivienda para personas con discapacidad, se llama Tres de Diciembre, es una cooperativa de trabajo y está formado por una escribana, una asistente social, un contador, un arquitecto y yo”, detalló Selva.

Los próximos pasos, relató Selva, son inscribir la cooperativa de vivienda en el padrón social del MVOTMA y después pedir un préstamo: “Ahí vamos a movernos y a convocar a todas las personas que quieren el proyecto”. Ella ya tiene todo pensado para que los usuarios puedan participar en la construcción de la cooperativa: “Vamos a pedirle a ASSE que las horas de trabajo de la cooperativa las puedan hacer en el taller Sala 12. Ahí irán haciendo todo lo que sabemos hacer: puertas, rejas, adoquines, peldaños. De esta manera no molestamos en la obra y, a su vez, trabajamos en la cooperativa”. Agregó que en el caso de los muchachos que están trabajando en el lavadero, después de su turno también podrán ir al taller para cumplir con las horas de trabajo de la cooperativa. “Ese proyecto ya está en marcha; cuando nos den la propiedad comenzará la construcción”, acotó.

Para la enfermera la iniciativa es “lindísima”: “Tenemos que darles un lugar para finalizar. En la primera cooperativa queremos 14 apartamentos, pero ya tenemos lista de espera para una segunda cooperativa. Esto no va a parar acá”.

Los proyectos que emanan del taller Sala 12 son modelos a replicar que evalúan las autoridades de ASSE. La Ley de Salud Mental se aprobó en agosto de 2017, pero el Parlamento otorgó sólo 40% del presupuesto que había solicitado ASSE para su implementación; sobre qué se está haciendo con ese dinero la diaria conversó con Héctor Suárez, director de Salud Mental y Poblaciones Vulnerables de ASSE, y Juan Triaca, adjunto a esa dirección. En una próxima edición compartiremos lo que contaron.

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