“Aún cuando sus bases promueven una economía de base social y solidaria, el mundo cooperativista no escapa a la cuestión patriarcal y capitalista”. Así lo concluye María Laura Coria, coordinadora del proyecto Cooperación con Equidad, un diagnóstico sobre el estado de situación de ese modelo en materia de género atravesado por distintas dimensiones: por un lado, los sentidos de las acciones de las y los cooperativistas en su territorio, y por otro, aspectos estructurales del movimiento.
El trabajo presentado el martes por Coria fue realizado por la Federación de Cooperativas de Producción del Uruguay, con apoyo de la Unión Europea y asociada a la Confederación Uruguaya de Entidades Cooperativas Confederación y a la organización civil italiana Cooperazione per lo Sviluppo dei Paesi Emergenti Onlus, con el objetivo de construir “bases sólidas que permitan la reflexión de las condiciones de dominación y que habiliten la transformación de las situaciones de inequidad” Coria explicó que apunta a desencadenar procesos de empoderamiento en las mujeres del movimiento cooperativista para lograr mayor equidad de género.
Números y relatos
De los 19 departamentos del país, se llegó a relevar diez. Coria contó que, de un total de 925 cooperativas, el equipo alcanzó a contactar a 433, de las cuales sólo 158 aceptaron participar en la investigación. A su vez, de estas, sólo 34 respondieron de manera online, tal como estaba pautado; al resto se los tuvo que visitar personalmente, en una recorrida que contabilizó unos 4.000 kilómetros.
De los 33.568 cooperativistas que nuclean las 158 cooperativas entrevistadas, 19.027 son varones (57%) y 14.534 mujeres (43%), y se reconoció la participación de cuatro varones transgénero y tres mujeres transgénero. Según Coria, esta última pregunta produjo “dificultad” ya que “ironizaron con el término trans”, bien “por ignorancia o por no estar de acuerdo con la terminología”. También contó que “se interpelaron no sólo el quehacer del propio equipo de investigación, sino también su abordaje en territorio” y que se notaron “conflictos emergentes” de las relaciones de género, plasmadas en “mujeres con voz en off”, varones que “habilitaban u obturaban” el diálogo y la “escucha atenta de relatos y situaciones”.
De las 158 cooperativas encuestadas, en 133 respondieron mujeres y de estas, sólo 51 lo hicieron por decisión propia; “a las demás no les quedó otra, las obligaron” sostuvo Coria. De las 51, 36 ocupan lugares “claves” como la presidencia, vicepresidencia, tesorería, secretaría, fiscalía, comisión electoral o la comisión de educación, fomento e integración cooperativa. Coria se cuestionó si participaron “desde un sentido genuino de compromiso hacia la reflexión sobre género y cooperativismo” o por “la imposición del deber ser de su posición en los espacios de gestión”. En tanto, dijo que la “menor” proporción de mujeres que demuestran interés por participar en el estudio puede estar vinculada a un interrogante que atraviesa la investigación en cuanto al lugar que la categoría de género ocupa en una cooperativa. Un dato no menor: sólo dos de las 158 cooperativas poseen comisión de género.
Entre las personas que no terminaron primaria 80% son mujeres, lo cual, según Coria, las hace “más propensas a situaciones de sometimiento y aceptación del orden del deber ser”. Sin embargo, a partir de entonces, la tendencia se vuelca a favor de las mujeres, al punto de que representan 68% entre quienes terminaron la educación terciaria, y en este sector Coria destacó que “pueden verse sometidas a tipos específicos de desigualdades y de violencias simbólicas propias de los espacios de tomas de decisiones”.
Algunas veces la autonomía e independencia está dada en la participación de las mujeres en espacios como las asambleas, es decir, sostenidas por igual entre los géneros. Sin embargo, esa participación no cristaliza que las mujeres están accediendo a los espacios de poder y de toma de decisión, ya que en los consejos directivos son 49%, en las comisiones fiscales 52% y en las electorales 58%. En este sentido, Coria destacó que si bien “las mujeres pueden estar accediendo paulatinamente a espacios de toma de decisiones, lo hacen desde su propia historia, sumergidas en una matriz sociocultural patriarcal, educadas en un orden del deber ser; pero, definitivamente, con una sensibilidad extrema, que les permitía, en el propio diálogo, reflexionarse, pensarse y rever sus propias prácticas y relaciones”.
Se concluye que los estereotipos de género y la división sexual del trabajo se hallan también dentro del mundo cooperativo, ya que es posible observar cómo las cooperativas cuyas producciones están asociadas al cuidado, atención y educación y cuyas actividades son una extensión de las tareas del hogar están conformadas mayoritariamente por mujeres: son 80% en las de enseñanza y 70% en las de servicios sociales relacionados con la salud humana, mientras que las cooperativas cuya producción recae sobre el trabajo pesado o la transmisión de información y abordan el espacio público están conformadas mayoritariamente por varones: son 78% en las de construcción, 87% en las de transporte y almacenamiento, 63% en las de información y comunicación y 84% en las de producción agropecuaria, forestación y pesca. En tanto, la categoría que corresponde a actividades profesionales, científicas y técnicas se constituye en 65% por mujeres.
Más se incrementa la inequidad con respecto a la participación económica, ya que al estudiar la última semana trabajada se encuentran a los varones representando 66,2%, mientras que sólo 33,8% de las mujeres manifiestan haber podido acceder a trabajos remunerados. Por el contrario, Coria destacó que las horas “voluntarias” de trabajo –típicas del modelo cooperativo– son ocupadas en 60% por mujeres.
Por último, la violencia presenta múltiples facetas, haciéndose manifiesta en diversos fenómenos, pero 89% dijo no sufrirla. “Lo primero que contestaban es que en la cooperativa no le pegan” contó Coria, lo que dejó clara la invisibilización del fenómeno que se recoge en los testimonios que dan cuenta de “diferencias de oportunidades”, “relaciones de dominación”, “separación del mundo productivo y el reproductivo”, “masculinidades hegemónicas”, violencia institucional y psicológica proveniente de algún directivo, compañero de trabajo o jefes. 5,2% afirmó haber sido sexualmente acosada en su ámbito laboral cooperativo, y al respecto Coria estableció que “fueron apareciendo de a cuotas: mientras habían negado algún tipo de acoso en la primera pregunta, en la tercera, por ejemplo, se permiten declarar lo que habían padecido”, lo que la motivó a preguntarse “cuántas no lograron plasmar su historia en este estudio”.