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Muestra Nacional de la Agroecología en el parque Artigas de Sauce, Canelones (archivo, noviembre de 2019).

Foto: Javier Calvelo, adhocFOTOS

Tres ejemplos de cambios culturales para una economía humana: en adultos mayores, huertas orgánicas y manejo de residuos

8 minutos de lectura
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Se presentaron en el VII Foro de la Red de Economía Humana, que se realizó en forma virtual.

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La semana pasada se llevó a cabo el VII Foro de la Red Internacional de Economía Humana (RIEH). Experiencias de cambios culturales para una economía humana. En el encuentro virtual, organizado por la RIEH Uruguay, participaron Leda Beracochea, del Centro Senescentis, una residencia permanente para personas mayores de 60 años ubicada en El Pinar; María Amanda Aguilar, de la organización no gubernamental (ONG) El Chajá-Centro de Formación y Cultura Rural, de Florida, y Patricia Iribarne, licenciada en Biología Humana y coordinadora del Programa de Extensión de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar), que se despliega en Malvín Norte.

Constructores de vida

En su disertación Beracochea reflexionó sobre el envejecimiento y la sociedad; dijo que el proyecto de Senescentis apunta a un modelo distinto, interdisciplinario, de cuidar en la vejez. “Es necesario que las sociedades comprendan que somos constructores de vida y de sociedad”, porque el mundo “está atravesando por un proceso de envejecimiento demográfico que afecta a la mayoría de los países. En la historia de la humanidad nunca se había alcanzado promedios tan altos de longevidad”, dijo Beracochea. La expositora comentó que se estima que para 2050 se incremente en diez años la expectativa de vida, lo que “conlleva que los servicios de salud tengan una carga y un desafío importante ante la demanda”. Para Beracochea, la vejez trae estigmatización y soledad. Dijo que, a pesar de que para la Real Academia Española “anciano” y “viejo” son sinónimos, en las sociedades del mundo estas palabras no tienen semejanza; “anciano tiene sinónimos como patriarca, chamán”, en las sociedades en las que las personas son consideradas ancianas son respetadas por ser sabias, mientras que en las sociedades en las que son “viejos” son similares a algo “deslucido o estropeado”. “En estas sociedades el viejo es asociado con estereotipos negativos, por eso cuando decimos que una persona es vieja cae tan mal, entonces inventamos palabras como persona mayor, tercera edad, adulto mayor, como para no pronunciar esa palabra que causa dolor. El problema no es la palabra en sí, el problema es el sentido que se le ha impuesto”, afirmó.

Beracochea comentó que esa construcción social es “sumamente equitativa porque no mira ningún estrato social: el que tiene la suerte de llegar a ser viejo va a sufrir la estigmatización, va a sentirse vulnerable en una edad en la que debería estar disfrutando y transmitiendo experiencias a otras generaciones”.

Según contó, el centro Senescentis busca un cambio de paradigma y brindar oportunidades y herramientas para que los usuarios puedan desarrollar proyectos que los estimulen y les den satisfacción. Contó que cuando ingresó la primera persona a vivir en el centro “fue notoria la mejoría”: “Tenemos muchos casos de personas que llegaron siendo sumamente dependientes y al mes ya tenían otra postura en el cuerpo, no necesitaban tanto al familiar”, algo que se logró “trabajando de manera integral”.

Con el inicio de la pandemia por la covid-19, el 13 de marzo de este año, debieron suspender talleres. “Todo eso nos dejó en shock, luego se comenzó a ver cuáles serían las estrategias para poder salir y se aceleraron las videollamadas para no suspender las cosas y para contener física y emocionalmente” a las personas que accedían al centro de día.

Dignificación del trabajo rural

Aguiar, de El Chajá, comentó que ellos conciben la agroecología como una forma de volver a los saberes ancestrales, de vincular a los pueblos con la naturaleza: “Es un movimiento social que nos lleva a la justicia social y al acceso a la soberanía alimentaria, donde hay mucho que aprender y desaprender. Es el cuidado de uno, de los otros y del medio, tratando de rescatar esa filosofía que viene de los pueblos ancestrales originarios, de vivir bien, o del buen vivir [...] Es volver a vivir en armonía con la naturaleza, con respeto por la tierra”.

La presentación de Aguiar, denominada “Dignificación del trabajo rural”, se centró en las distintas experiencias de la ONG en los territorios. Una de las primeras cosas que dijo fue que “al trabajo rural dignifica la persona que lo hace, por eso hay que apostar a esa persona”. Desde el año 2000 El Chajá viene trabajando en huertas agroecológicas en escuelas rurales, cárceles, y en foros rurales. En 1999 la organización inició su actividad con la creación de un Centro de Formación Rural en Florida; en 2002 y 2003, ante la crisis, se trabajó junto con la Intendencia en la conformación de un programa de huertas orgánicas en las zonas suburbanas del departamento; en 2005 se creó en el sur del departamento un taller de tejido que derivó, en 2008, en el nacimiento de la Escuela Nacional de Tejidos, que funcionó hasta 2012; en 2009, en alianza con Kolping, se introdujo a Uruguay el programa Perdón y Reconciliación, creado en Colombia, y se llevó a escuelas, cárceles e instituciones que trabajan con jóvenes; en 2016 el programa de huertas orgánicas familiares se orientó hacia la agroecología y desde entonces se trabaja con los vecinos en la producción y comercialización de los productos.

Aguiar contó que una de las finalidades que se establecieron desde un principio fue la de “contribuir a frenar ese movimiento del campo a la ciudad, con su consecuente desarraigo, por eso el trabajo se enfoca en las poblaciones del interior rural y en las zonas suburbanas a las que, generalmente, van a parar muchos de los que son expulsados del campo”.

La forma de trabajo es a través de la agrupación de los vecinos, “muchas veces el interés surge de las familias que quieren tener una huerta orgánica en su casa y otras veces, al conocer la propuesta. Hubo un caso puntual de una niña que fue a su casa y quiso tener lo mismo que en la escuela; la madre, sin experiencia en trabajo de la tierra, consultó a la maestra y esta se comunicó con la ingeniera agrónoma que trabaja en el centro, entonces el proyecto salió de la escuela hacia la comunidad”, dijo. Entre los objetivos que tienen las personas, Aguiar comentó que está el económico pero también buscan tener una alimentación saludable: “Cada vez hay más conciencia del cuidado de la naturaleza y el trato amigable con la tierra”, sostuvo.

El trabajo tiene el apoyo de ingenieras e ingenieros agrónomos, y es en comunidad. “Se brinda asesoramiento durante todo el proceso, desde cómo preparar la tierra hasta la comercialización, pasando por cómo asociarse y hacer una cooperativa para poder seguir andando solos”, dijo la integrante de El Chajá. “El grupo entero va a cada predio y allí trabajan todos, hay hombres y mujeres por igual, y se compran máquinas de pequeño porte entre todos”, aclaró. Durante la conferencia comentó que los vecinos lograron hacer una feria vecinal donde no existía y dijo que hay grupos que reciben a los turistas con productos sacados de las huertas.

Con la pandemia escaseó el trabajo, pero no sufrieron como otros sectores porque tenían siempre la manera de llevar el alimento a la casa. “Lo tenían allí y no debían salir a comprarlo, ahora están retomando la actividad habitual”, dijo Aguiar.

Sobre el trabajo en las cárceles dijo que se trata de “reconciliar a estas personas con la sociedad, entonces se ha concluido que la verdadera reconciliación empieza cuando la persona privada de libertad sale y vuelve al ámbito de su familia, su barrio, su trabajo –cuando lo mantiene– o cuando tiene que salir a buscarlo. Si el rol de la cárcel es rehabilitar, en muchas ocasiones hay que habilitar porque son personas excluidas, gente que no ha entrado al sistema, en esos casos el trabajo es muy difícil, las herramientas son el cuidado emocional, ayudar a controlar emociones, pero si, unido a eso, no hay herramientas para el trabajo real que les permita salir y trabajar dignamente, la rehabilitación es muy difícil.

En este caso la pandemia por el coronavirus retrasó el inicio de la actividad, pero en los primeros contactos reconocieron un gran interés por las personas privadas de libertad.

Sobre las escuelas aseguró que “si queremos dignificar el trabajo rural tenemos que apostar a la educación rural, a la escuela rural”, y lo importante es que haya un contagio en la comunidad. Una de las cosas que se les enseña a los niños y niñas es que la naturaleza es una armonía y que, por ejemplo, hay insectos que son nocivos pero otros que no, por lo que se los debe reconocer y, en algunos casos, proteger.

Huertas urbanas

Por su parte, Iribarne, de la Udelar, comentó lo que hace la Facultad de Ciencias en Malvín Norte. “A mí me cuesta decirle barrio, porque hay muchas [realidades] y se ha ido habitando el lugar de diversas formas, lo que genera características diferentes”, comentó.

Según el último censo, en Malvín Norte viven más de 27.000 personas en una zona de cuatro kilómetros cuadrados, y dentro de ese territorio hay una distribución desigual, ya que “coexisten distintos tipos de asentamientos humanos en términos amplios: hay cooperativas de viviendas consolidadas, grandes complejos como el Euskal Erria o Malvín Alto, zonas más tradicionales con casas bajas residenciales, y grandes espacios de terrenos baldíos, además de asentamientos precarios. En los últimos años se regularizaron algunos y otros fueron realojados”, dijo Iribarne.

La profesional contó algo de la historia del barrio. En las décadas de 1950 y 1960 era una zona de quintas con población vasca y también era visitada para la recreación; después, en décadas posteriores, la Intendencia de Montevideo usó los hoyos de las canteras, que también había en el barrio, para sitios de disposición final de residuos, lo que llevó a que familias de recicladores se afincaran en el lugar. “Hay muchos clasificadores que llevan varias generaciones viviendo en la zona porque se fueron acercando a donde estaba su material de trabajo. Las crisis de los últimos años fueron empobreciendo a muchas personas, y eso da algunas de las características: muchas familias tienen al menos una necesidad básica insatisfecha”, afirmó.

Con relación al trabajo de la Udelar, contó que en 2016 hubo un encuentro con educadores sociales del Centro de Formación para Jóvenes y Adultos de Malvín Norte, que depende del Consejo Directivo Central (Codicen) de la Administración Nacional de Educación Pública. Una de las preocupaciones principales era la contaminación y los problemas con la basura. De ese proceso salió un proyecto conformado por educadores sociales y un grupo de investigadores de la Udelar. Se propusieron analizar de forma colectiva cuáles eran las causas de los problemas de los residuos: “las causas sistémicas, las filosóficas y las simbólicas”, y a partir de ese análisis se elaboró un informe y una tabla que ayudaron a pensar en las soluciones. “Buscamos personas que podían dar respuestas desde diferentes lugares, como sociólogos, artistas, antropólogos, filósofos, además de representantes territoriales. Se hicieron talleres con maestras y personas de ONG, de cooperativas de limpieza, clasificadores, gente del centro cultural, y entre todos pudimos entender la causa de los problemas”, contó.

En 2019 se hizo un espacio de formación integral en la facultad para la formación de los estudiantes. Con el Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes se definió un sector del terreno baldío de la Udelar y se hizo una intervención artística que se cerró con un picnic en el que participaron vecinos y estudiantes de la UTU. Los residuos que se recolectaron de la limpieza de esa zona se separaron, fueron clasificados y llevados a lugares de reciclaje. “Fue una forma de responder desde el punto de vista simbólico”, aseguró Iribarne.

Además se hizo un mapeo de los lugares complicados y de qué forma era posible transformarlos. Lo que apareció como “constante fue que se podían transformar en una huertas”. Desde 2002 la facultad tiene una huerta comunitaria impulsada por estudiantes y vecinos, en 2011 el Centro de Estudiantes tiene proyectos asociados a la huerta en diálogo con las escuelas del barrio, y en 2016 se sumó el Centro Cultural. Desde entonces se está pensando en un programa integral de huertas urbanas, etapa en la que trabajan hoy.

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