La electricidad está en el aire. Va y viene, en fogonazos. Nada se pierde, todo se transforma.
La onda la tiene Matute. El circuito de miradas relojea permanentemente también el refucilo blanco.
Ese resplandor de talento en la magia de la pierna zurda del botija Lodeiro.
Todo el mundo palpita el final con las gargantas húmedas. Hay fanáticos colgados de las alambradas como si fueran monos que quieren caramelos. La misa en la catedral tiene un murmullo infernal. El Ángel no tiene cura. Están 1 a 0, siempre en la cornisa siniestra de la posibilidad del empate. Todos corren como endemoniados. No hay respiro. Cinchan igual que caballos y no dan tregua.
El Nico Lodeiro pegó un bombazo en un palo y sobre la media hora del segundo acto pudo convertir el segundo y que se cayeran las estanterías con palcos incluidos.Después, en otra combinación entre Matute y el hachero del Sauce -Tito Ferro-, Lodeiro volvió a reventar otra guinda en un caño, otra naranja en la columna.
A cinco del final levantaron una pared de gol entre los albañiles Varela, Lodeiro y la figura del argentino, pero el zaguero Leites bajó a Morales de las nubes y Siegler señaló el penal.
Faltando cinco, Rolero -de gran faena- le atajó el penal al Morro con un manotazo bárbaro.
Enseguida echaron a Leites y el Morro volvió a fallar ante la presencia del golero de Cerro.
Pasada la hora, ya con la respiración alterada y pulsaciones de locomotora, se mandó remando Coates a terreno albiceleste y Varela acertó un disparo cruzado, bajo y preciso, para convertir el 2-0 definitivo ante el estruendo del viejo Parque Central. Fue el 2-0 que zanjó el asunto, que le prendió fuego a la última alegría del gol.
Todo había empezado temprano. A los siete minutos de juego reventó la primera ovación.
El legendario templo tricolor crujió por todos los costados y en misa colectiva miles de fieles apuntaron los brazos al cielo húmedo y gris. Matute Morales se hamacó igual que una boya en el agua y sacó un pase de billar, de ingeniería espacial, de clara categoría maestra. El Ángel, con la blusa del Parque, trotó airoso, con brillo, sabedor de que su fútbol es otra cosa, otro idioma, mil secretos, tacos y gambetas. Como si fuera una estampita de los gloriosos pasadores de bolas de gol.
Tras un pase suyo vertical exacto, el sanducero Lodeiro metió una definición también de puro crack.
Venía perfilado para la pierna derecha y como si fuera Chaplin movió el bastón, encajándole a la pelota un zurdazo perfecto. La guinda pasó quemando con el disparo cruzado y alto, que entró en el ángulo de Rolero, para desatar la gritería eufórica y agitar la adrenalina de cualquier tarde de domingo.
Fue el 1 a 0 que estremeció a todos los patitos de la fila (fundamentalmente a los míos). Cerro salió a meter un pueblo en el mediocampo, un camión de piernas y tendones. Pero los primeros quince fueron de Nacional controlando todo, administrando el esférico y los espacios simples y logrando armar fútbol de peligro replegándose un poco.
Luego Cerro sumó a las lanzas de la lucha el panorama de Caballero y la ductilidad de Lombardi. En una falla defensiva tuvo el empate Lombardi. Enseguida, Coates cortó una jugada con mano intencional dentro del área y el juez marcó el penal. Le pegó el Chancho Dadomo desde el punto más solitario del mundo y el arquero Muñoz rechazó primero el zurdazo y en el rebote selló con cero las gargantas visitantes.
Todo quedó 1 a 0 cuando bien pudo ser el 1 a 1.
Más tarde el Morro le pegó mal de zurda y bien pudo ser el segundo tricolor. En el final, el Ángel hizo el santo y seña y enseguida sonó el saludo cordial de la hinchada.
Nacional está puntero al vencer a un equipo aguerrido y alimenta porfiado la fe, partido a partido, del fútbol como religión de todos los domingos.