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Marcelo Tasistro

Jorge Contreras, el sábado, durante el partido ante Nacional en el Parque Central. · Foto: Javier Calvelo
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Muñeco de torta

El murmullo agarró una rosca infernal. Después estalló una gritería ronca, visceral, de esas que el alma pronuncia. La catedral tembló. La leyenda quedó flotando en un suspenso casi magistral cuando Marcelo Muñeco Gallardo se bamboleó casi cansino, como esos muñequitos de torta de cumpleaños, y acomodó en cámara lenta la guinda en la línea misma de la medialuna del área. Todas las miradas brillosas quedaron pegadas, igual que un golpe de corriente, a la figura del argentino. Me pareció ver en la suela de sus zapatos restos de crema chantilly. La pelota cortó el aire con un zumbido mágico.
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Un cielo de plomo

Hay unos latazos siniestros como para terminar en la comisaría. Allá donde las noches no son calladas, lejos. Allá donde el diablo perdió el poncho y el murmullo de la cumbia plancha corta el aire por arriba de los techos bajos, como si fueran cuchilladas malevas. Cancha seca, piso duro, todo a grito pelado. Hay un fuego de mediotanque a un costado del alambrado que alborota los sentidos. Hay también un juego rítmico de batuque descoordinado, casi trasnochado.
Diego Alonso, ayer, tras convertir el segundo gol de Peñarol ante Central Español. · Foto: Javier Calvelo
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Cuestión de números

Hay que creer o reventar. Los minutos finales fueron eléctricos. Hay una magia rara en el aire. En el pretil de la ilusión, al filo del abismo, caminando por la cornisa de la locura o la nada existencial. Es como tener una nube de humo en la cabeza. Atosigado, acelerado por el bombo que no para y todo ese suspenso que gira igual que en esa licuadora infernal llamada fútbol uruguayo. Ya no quedaba nada, solamente el viento, ya la hora bien pasada y la angustia eterna.
Diego Chávez y Santiago García, ayer, tras el tercer gol de Nacional ante Central Español, en el estadio Centenario · Foto: Javier Calvelo
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Fogata de verano

La euforia estalló casi de inmediato. No hay tiempo para nada, ni para sentarse. Apenas se pudo mirar de reojo. El estadio es un horno a leña, un sauna donde los botijas saltan como locos. Hay un sopor caliente, los escalones de cemento hierven. Es una fogata de verano, de un domingo de playa.
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Los brujos eléctricos

Caen como moscas, acalambrados, al límite del cielo luminoso o del infierno espantoso y cruel. Se derrumban igual que rascacielos, pesados. Primero cae el zaguero Souza, enseguida, el pibe Felipe. Faltan cinco o seis minutos que parecen eléctricos. El pelado que maneja el carro de Suat mete pata a fondo. Liverpool está ganando 2-1 y Peñarol se hunde en el santo milagro, en el mito y la leyenda. Hay un techo celeste donde rebota la histeria, la gritería, y las gargantas entonan casi furiosas que en esta tarde tenemos que ganar. Como si todo se tratara de coraje o simplemente huevos, señores.
Marcelo Sosa, de Peñarol, y Mathías Riquero, de Danubio, ayer, en el estadio Centenario.  · Foto: Victoria Rodríguez
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Un remolino rápido

Tras la eliminación de la Sudamericana los carboneros no pierden pie en el Apertura y siguen siendo el equipo de menos puntos perdidos. No pudieron demostrar buen juego, pero sí la eficacia justa para vencer a un Danubio que estuvo cerca del empate.
Hincha de River Plate, el sábado, durante el partido ante Peñarol en el estadio Centenario. · Foto: Nicolás Celaya
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Ahora que todo gira

Es como tener un lavarropa en la cabeza. Todo da vueltas. El tiempo no para. Todos corren, todos. Igual que una licuadora a velocidad extrema. La tribuna se estremece, se estira y se contrae como una culebra venenosa. No falta nada. El juez adicionó cuatro minutos y el fresco de la tarde empezó a calar los huesos.
Pablo Alonso, director técnico de Bella Vista, ayer en el estadio Centenario. · Foto: Nicolás Celaya
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Hay señales de humo

La magia carbonera atraviesa el aire cálido como si fuera un boomerang de colores, casi un dardo envenenado. Esto es Peñarol, señores. El sol brilla igual que un diamante. Y la manyamanía paraliza el viento de la tarde de domingo. Hay chiflidos casi histéricos contra la humanidad del juez Larrionda.
Sebastián Eguren, Edinson Cavani, Abel Hernández y Mauricio Victorino, ayer, tras el gol de Cavani ante Angola, en Lisboa.  foto: efe, mario cruz · Foto: Efe, Mario Cruz
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Corazón celeste

Todo fue rápido. Una carrera de cuchillo, de definición filosa, de olor a peligro de gol. Faltaban seis o siete minutos para el último pitazo. El salteño Edinson Cavani tocó en corto para la carrera frontal del pibe Abel Hernández y el zaguero Kali aterrizó de una al uruguayito. El africano quedó enojado protestando y el juez portugués le mostró la amarilla. El penal fue ejecutado por Cavani, con acierto de goleador nato: le pegó cruzado, bien fuerte y abajo. El esférico fue para un lado; Mamona, el ropero, para el otro.
El Tanque Sisley logró el campeonato y el ascenso a Primera División al vencer a Sudamérica, ayer, en el Parque Capurro · Foto: Ricardo Antúnez
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Vivir en las trincheras

Por segunda vez en su historia el elenco verdinegro ganó el derecho a jugar en la primera división, tras derrotar de manera épica, de atrás y en la última jugada del partido, a Sud América. El Tanque fue el ganador de la tabla anual y, por tanto, es campeón Uruguayo de la B a pesar de no haber ganado ni Apertura ni Clausura. Una vez definido el segundo ascenso entre cebritas y papales, se disputará el tercer ascenso entre el perdedor de esas finales, Progreso, Juventud de Las Piedras y Rocha.
Peñarol - Atenas, ayer en el estadio Centenario · Foto: Javier Calvelo
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Un siglo de gargantas

Hay que creer o reventar. La mística está ahí, flotando espesa en la atmósfera brillante, apilada en las estanterías de concreto, en esos escalones del mundo carbonero. La manyamanía es infernal. Se retuerce como una víbora en las tribunas, vibra en cada esquina. La leyenda se retroalimenta entre la nube de humo y canciones.
El arquero Rodrigo Muñoz, de Nacional y Ruben Ramírez (d) del Banfield de Argentina, durante el partido de Copa Libertadores, anoche, en el estadio Centenario · Foto: EFE, Iván Franco
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Las dos caras del río

No hay respiro. El estadio cruje. Rebotan las voces, los cánticos, la complicidad de las miradas. Hay pólvora en el viento y en las trincheras. Restallan flashes blancos mientras la pasión interminable arranca sonrisas contagiosas como si se tratara de una piñata de cumpleaños. Cuando reventó el pororó de las bombardas, casi cuarenta mil almas cumplieron el rito de la bolsomanía mágica.
Ángel Morales, Sebastián Balsas y Diego Vera, ayer, tras el tercer gol de Nacional a Deportivo Cuenca.  · Foto: EFE, Iván Franco
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Milonga del Ángel

Nacional venció 3-2 a Deportivo Cuenca en partido complicado; "Matute" Morales manejó los hilos y luego remató la faena.
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El sueño eterno

El campeón Nacional goleó 5-2 a Cerrito y cerró con alegría intensa el 2009. Todo fue rápido. La ovación se descolgó como una carcajada. El botija se zambulló como Perico en su cancha, igual que los patos en el temblor del agua.
Ángel Morales y Daniel Leites ayer en el Parque Central · Foto: Pablo Nogueira
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Los secretos del Ángel

La electricidad está en el aire. Va y viene, en fogonazos. Nada se pierde, todo se transforma. La onda la tiene Matute. El circuito de miradas relojea permanentemente también el refucilo blanco. Ese resplandor de talento en la magia de la pierna zurda del botija Lodeiro. Todo el mundo palpita el final con las gargantas húmedas. Hay fanáticos colgados de las alambradas como si fueran monos que quieren caramelos. La misa en la catedral tiene un murmullo infernal. El Ángel no tiene cura.
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Cuando les diga a los muchachos

El bombazo reventó en el arco cuando faltaban apenas cinco minutos para terminar. El Japonés Rodríguez -puro talento y calidad mayúscula- apuntó seco y mandó la guinda brillosa a morir en las redes, a tocar las piolas, mientras un sonido de violines y mandolinas se enredaba con el mundo de miradas turbias y caras con interrogantes. Cayó el 2-2 pesado igual que un viaje de pedregullo, de varillas, o de tandas publicitarias en época de elecciones. Todo envuelto en la gritería de los muchachos de River y el desconcierto aurinegro.