Hay que creer o reventar. Los minutos finales fueron eléctricos. Hay una magia rara en el aire.

En el pretil de la ilusión, al filo del abismo, caminando por la cornisa de la locura o la nada existencial. Es como tener una nube de humo en la cabeza. Atosigado, acelerado por el bombo que no para y todo ese suspenso que gira igual que en esa licuadora infernal llamada fútbol uruguayo. Ya no quedaba nada, solamente el viento, ya la hora bien pasada y la angustia eterna.

El maestro Pacheco mandó la guinda al área y otra vez el Tornado Alonso metió el cabezazo salvador y milagroso para convertir el 3-2 del final, bajo una euforia terrible y gargantas que no paran. El Peñarol de Keosseian ya había dejado el campeonato, el de Edinson Machín ahora -y vaya a saber quién en unos días- encendía la mínima ilusión de quedar a 2 puntos del líder a falta de una fecha.

Hasta la primera parte estaban cero a cero en una tarde soleada, entre un Peñarol matemáticamente mantiene la chance de ser campeón y un Central que pelea como rabioso en el fondo de la tabla.

No hay goles y todo el mundo suda. El primer tiempo se hizo ágil. Arrancó mejor el conjunto palermitano, ordenado, proponiendo, circulando con fútbol. Pero poco a poco, lentamente, Peñarol emparejó y el match se fue haciendo activo, abierto en el accionar. La escuadra aurinegra, aparte de las chances matemáticas de obtener el título, también mantiene el objetivo de la tabla anual.

Con el correr de los minutos se sucedió media docena de chances claras de gol en uno y otro bando, pero sin aciertos.

Una media vuelta de Pacheco al principio, un derechazo del arachán Sergio Pérez, una oportunidad fallida de definición del zaguero Alcoba, otra situación de Pacheco en la que el golero De León alcanzó a manotear al córner. En la réplica, un disparo del volante Usúcar le picó raro a Sosa y el esférico salió hacia el tiro de esquina con un suspiro extraño.

Luego, sobre los 40 minutos de juego, Pacheco mandó la esfera envenenada y apareció el argentino Domingo a la carrera para meter un cabezazo de gol que el arquero De León sacó saltando como un gato y desviándola hacia afuera.

Sobre el final de la primera mitad volvió a tener otra oportunidad Alcoba y enseguida el colombiano Mejía metió el sprint, un amague de cumbia, rápido como una mosca, y sacó el remate fuerte que rechazó el golero de Central y los muchachos de la zaga luego la reventaron lejos.

A los 8 minutos del segundo tiempo atropelló el botija Collazo por la zona derecha y apareció a las zancadas el goleador Diego Alonso, para meter la punta del zapato y anotar el 1-0 parcial, abajo y contra un caño. Pasada la media hora de la primera parte, Riolfo se metió al área cortando fainá y dejó solo al Rata Martiñones, que definió bien abajo zumbando como un puñal y anotando el 1-1 parcial.

Ese 1-1 duró poco. El Indio Solari pasó caminando por arriba del útil igual que un brujo y Pacheco metió la pelota combada al área chica para la aparición de Alonso, más solo que Kung-Fu, y de cabeza puso el 2-1. Pero en la recarga mortal otra vez el Rata Martiñones aprovechó un centro pasado y con pierna derecha la mandó derecho a la red.

Fue el 2-2 al filo del final que nadie entendió. Nadie entendía nada. El juez anunció dos minutos adicionales y cuando ya no quedaba más nada, apenas el oxígeno caliente, otra vez el talentoso Pacheco se hamacó como una boya en el agua y mandó girando el esférico al área para que el Tornado pusiera a gritar a todo el mundo.

El viejo Peñarol de los milagros les metió un sacudón a las almas carboneras cuando la tarde del domingo se derrumbaba como un castillo de arena, casi fantasma.