Hay un cielo de plomo que parece que se te va a caer arriba. En cualquier momento se descuelga la locura como si fuera un aguacero. Retumba en el viento una catarata de gritos eufóricos. Flota también en el aire un homenaje al Sabalero.

La muchachada aprende con bolsita de los recuerdos. Hay un aliento picante que no para. Peñarol cantó victoria con un primer tiempo veloz, con la conversión de Diego Alonso para el 1 a 0 definitivo.

A los pocos minutos, cuando aún no se había disipado la humareda amarilla en los escalones de la Amsterdam, el Tony Pacheco metió un bombazo en el travesaño y arrancó como siempre una ovación emocionada. Casi enseguida atropelló rapidísimo el argentino Martinuccio y el Tornado Alonso sacó un remate potente y bajo rumbo a un poste, que el arquero Goicochea no pudo rechazar. Fue el 1 a 0 que abrió las gargantas y todo quedó temblando en un sentimiento carbonero.

El primer tiempo fue intenso, bien dinámico y con pasajes de entusiasmo futbolístico. La escuadra de Keosseian controló el fútbol los primeros 15 minutos de juego ante un Danubio casi paralizado, que no pudo parar ese vendaval de presión y los remolinos ofensivos de Peñarol.

El equipo aurinegro convirtió un gol, reventó una guinda en el travesaño y convirtió un segundo tanto que fue anulado. Recién sobre los 20 minutos de juego llegó el elenco de Matosas al arco mirasol con un cabezazo del carrilero Matías Pérez.

Se sucedieron instantes de peligro: un zurdazo del Chino Recoba, un balazo de Arévalo, casi cae el empate en un derechazo pifiado del brasuca Luciano Emilio, que volvió a repetir un par de minutos más tarde. Peñarol cedió cancha en la batalla de mitad del campo y Danubio creció buscando chance, ganando metros y protagonismo.

Fue una primera parte bien intensa, con variables ofensivas y presión permanente. Peñarol sumó a la rapidez de Martinuccio y el olfato de Alonso el equilibrismo ofensivo del colombiano Mejía, la pujanza del Pato y el corazón de Arévalo Ríos.

A Danubio le costó encontrar el paso y los espacios para desarrollar su fútbol de toque y progresión ofensiva.

En la parte final no varió el esquema. Danubio salió con todo a buscar la igualdad, acelerando el trámite de pelota, abriendo la cancha, pero con tremendas carencias a la hora del punch final. Peñarol se fue desdibujando poco a poco, cediendo centímetros, armando la telaraña defensiva, especulando con embocar un par de contragolpes con puñaladas veloces para definir todo de una buena vez. Alonso, el Tornado, revoleó una pierna en el área en una media chilena poco ortodoxa, que Goicochea resolvió sin problemas.

El armenio Keosseian mandó al campo al Indio Solari para tratar de meter algún flechazo. En Danubio entró Perrone, que pasó desapercibido. Más tarde salió el talentoso Chino Recoba, que provocó algún destello con esa zurda exquisita. El pibe Ramis suplantó al maestro Pacheco pero no embocó ninguna.

En la media hora del segundo tiempo apenas un centro cerrado de Pacheco obligó al golero de la franja a meter los puños para despejar el peligro. Faltando 5 para el final, el coach danubiano Matosas la mató de pecho, con unas ganas tremendas de entrar y dar vuelta todo. En fin, después de todo la tarde cayó más gris que un plato de cenizas.

Terminó siendo un 1 a 0 justo, casi seco, sin sobresaltos, con más intenciones que realidades. Danubio no logra explotar y Peñarol, poco a poco, sigue caminando -tal vez un poco enredado- rumbo a la punta del campeonato.

A puro corazón, señores. Ahora la historia sigue el miércoles. Hermano, Peñarol vive un temporal de ilusiones.