A las cinco de la tarde caen unos lagrimones redondos como rulemanes. Hay una ventolina con sonido raro, un zumbido como de abejas, un ronronear de gatos.

Las canchas de la aguerrida divisional B siempre son de rompe y raja. No hay un mango partido al medio. Hay lija, señores; escofina, garlopa, abundante boquilla. Hay un ruido de batucadas macanudas y retumba cada tanto un pororó de santas palabrotas.

Los más ansiosos insisten con un rosario de gestos y se suceden algunas miradas con sorna. Nadie echa para atrás. Todos meten, no hay respiro. El Tanque viene de lejos, remontando la malaria, empujando en el repecho terrible del ascenso.

No es fácil, señores.

Porque el añoso Sud América -la otrora Naranja Mecánica- defiende los colores metiendo corazón para entrar a los play off.

El primer tiempo fue intenso, pero lejos de los arcos, con juego trabado y con pocas acciones claras de gol. Apenas una media vuelta de Callorda, que tiró la pelota afuera. Luego, una acción de Daniel Martínez rematando al arco que el golero resolvió sin problemas. Al filo de la media hora aterrizaron a Aníbal Hernández y la falta quedó pitada al borde del área grande.

El zurdo Juan Manuel Morales -el hijo de Carlos María- le pegó envenenado y colocó la guinda arriba, bien al ángulo, con comba maestra para dejar duro como una estatua al golero Diana. Fue el 1 a 0 naranja que enloqueció al Tanque.

La escuadra del Tiburón Duarte se desordenó, se le trancaron los rulemanes y se sucedieron varillazos salados.

A los 10 minutos del segundo acto ya le habían pegado tres fierrazos monumentales al talentoso volante Curbelo. Primero Serafín lo barrió sin asco, y luego, un planchazo -¿y eso no fue penal? - del planchero Orozco. Después Regueiro casi lo zambulle contra el alambrado al pibe de Piedras Blancas.

No había volumen de fútbol, pero sí subía el voltaje.

A los 20 minutos, otra vez, Juan Manuel la clavó en un ángulo desde lejos y con precisión de cirujano.

Hasta ahí era un 2-0 sólido con un Tanque que perdía aceite por todos lados. Todo el mundo con una oreja en el Méndez Piana y la mirada clavada en la cancha.

Javier Méndez descontó de cabeza, conectó el centro pasado de Serafín y gritó el 2-1 parcial. Faltando 15 minutos para el final vibraron las gargantas; había angustia, taquicardias, presión en las nubes.

Para peor, gol de Misiones y se le saltó la cadena al Tanque. Estaban igualando en 42 puntos, y había final por el Uruguayo entre verdinegros y monos. Faltando 6 minutos cayó el empate cuando el Flaco Ferrero definió con disparo cruzado y el 2-2 enloqueció a los indios de Tabaré.

Entonces la escuadra naranja quemó las naves. Se fue Medina, el arquero, a intentar un cabezazo mágico en área enemiga. ¡Para qué! Quedó pagando y entró a correr desesperado.

La réplica del Tanque fue una cuchillada que puso los pelos de punta. Al negro Hehla parecía que lo corrían los leones. Pero Atilio Álvez, frío como un revólver, hizo el gol más largo del mundo. Pegó el zurdazo apenas cruzó el mediocampo y mientras rodaba la esfera de viento, pastito a pastito, caían los veteranos fulminados en las trincheras.

A las cinco de la tarde, la pelota iba girando en cámara lenta, empujada con el aliento colectivo y el temblor en las gargantas.

Cuando por fin explotó el 3-2 reventó la alegría. La calesita del sudor, un mundo de abrazos, un restallar de emociones, vuelta olímpica, sensaciones raras, un refucilo de pólvora con mar de fondo.

Vuelve El Tanque, porfiado, ruidoso, entre cañonazos y corazones locos.