El murmullo agarró una rosca infernal. Después estalló una gritería ronca, visceral, de esas que el alma pronuncia. La catedral tembló.

La leyenda quedó flotando en un suspenso casi magistral cuando Marcelo Muñeco Gallardo se bamboleó casi cansino, como esos muñequitos de torta de cumpleaños, y acomodó en cámara lenta la guinda en la línea misma de la medialuna del área. Todas las miradas brillosas quedaron pegadas, igual que un golpe de corriente, a la figura del argentino. Me pareció ver en la suela de sus zapatos restos de crema chantilly. La pelota cortó el aire con un zumbido mágico.

Y llegó la hora del Muñeco. El instante de las trompetas, del gol soñado. Le pegó limpio, con el pie derecho, por encima de la muralla de Sayago. El Loco Contreras, un fenómeno, quedó en falsa escuadra y en ese momento se terminó todo. La globa pegó en la red, en el ángulo, y quedó dando saltitos como una lombriz ciega. Fue el 2-0, sólido, y enseguida, sin respiro, casi sin oxígeno, explotó el tercero en una atropellada de Charquero.

Antes el Morro García, en jugada polémica -la pelota de Godoy estaba fuera de la cancha-, había convertido el 1-0 al tomar un rebote del golero con pierna zurda.

Todo ocurrió en el segundo tiempo. El primero había terminado con un empate sin goles, seco. Pero más allá de este dato, Nacional fue superior de principio a fin. En la sociedad entre Viudez y el volante Cabrera se gestaron las mejores opciones ofensivas del conjunto tricolor. Tambien jugó el desgarbado Chino Peralta en lugar del Canguro Porta, que está lesionado, y metió un par de chispazos y giros con su clásica fantasía.

Racing, enterrado atrás, no pesó nunca en cuestiones de ataque y aunque ensayó cambios tardíos, nada mejoró. Elaboró una sola jugada de gol en toda la noche en la chance de Barrientos. Por otro lado, al Loco Contreras lo tuvieron a los bombazos, a puro revolcón, y el scorer pudo ser más abultado de no ser por sus tapadas. Todo cambió cuando entró al trotecito el talentoso volante argentino. Bajo el cielo estrellado de La Blanqueada se suceden los codazos, las miradas cómplices, los gestos de aprobación colectiva. El tipo la pisa, la amasa con la suela, le mete música de tapones, controla el esférico arisco. Va en un trote maestro, el marote limpio, la visión panorámica, el fútbol práctico y simple.

El Muñeco de inmediato se metió en el partido. Le arrebató una pelota dividida al Pato Sosa que terminó pegando en el travesaño. Casi en el final le encajó un zapatazo tremendo al arco de Contreras que le espantó todos los patitos al Loco. Gallardo jugó un rato y todo cambió. Así es la cosa.

Fueron tal vez 15 o 20 minutos en los que lo difícil se hizo fácil. Por eso Nacional ganó bien, cómodo, sin sobresaltos, seguro en el desarrollo del juego: quedó puntero en el torneo y también está primero en la tabla anual. Hay que ver cómo sigue todo.

Por las dudas, el Muñeco, igual que una estatua, está parado ahí, chiflando como distraído.