La euforia estalló casi de inmediato. No hay tiempo para nada, ni para sentarse. Apenas se pudo mirar de reojo. El estadio es un horno a leña, un sauna donde los botijas saltan como locos. Hay un sopor caliente, los escalones de cemento hierven. Es una fogata de verano, de un domingo de playa.

Las huestes tricolores se prodigan en cantos y arengas para el domingo que viene. Todo el mundo lo sabe. Ya se palpita el clásico de toda la vida. Esa pasión infernal que nunca termina. Hay un zumbido raro en esas mentes que saltan y meten caritas con gafas bajo un techo plano azul celeste.

A los tres minutos escasos de fútbol, el Chino Peralta apareció como Perico por su cancha y en el pasto del área tocó como si estuviera en el living de su casa, con la pierna zurda, un balón rastrero que siguió de largo para los nailons. Fue el 1 a 0, rápido y contundente. Seco. Apenas un trámite, como cobrar un cheque en cualquier banco (salvo en las últimas semanas). La jugada se gestó por la derecha cuando el volante Cabrera invadió la zona de peligro y mandó el esférico a la suela del Chino.

Minutos después, el Rata Martiñones -que fue una máquina de errar goles- empezó a vivir la tarde más oscura de su vida cuando dos veces tuvo la chance de anotar y el arco cada vez se achicaba más. Después Usúcar revolcó al Popi Muñoz, que voló como si fuera un gato y sacó la pelota al córner.

Enseguida atacó Central. Alguien le pegó al arco, la pelota superó al golero y por atrás de Muñoz apareció Tito Ferro, abrazado a la bandera, desparramado, metiendo el alma y el brazo para parar en la línea de gol el empate palermitano. Penal y tarjeta roja, y Tito, el hachero de Sauce, marchó caliente para las duchas y se pierde el clásico eterno.

La ejecución máxima quedó en manos de Gastón Machado, que le pegó tan horrible a la guinda que casi la saca del estadio. Pero casi de inmediato se reinvindicó -el fútbol siempre da revancha, señores- al anotar el empate con una descarga cruzada que dejó sin asunto al golero tricolor.

El partido se hizo abierto, bien movido y ágil. Central manejó por momentos algo mejor el balón y Nacional atrás tuvo sus complicaciones, tanto en la zaga como en los laterales. Central logró generar varias situaciones claras, pero falló toda la tarde en la definición.

Al filo de la media hora, el Chino Peralta metió una pelota en comba y el corpulento Coates anotó el 2-1 con un cabezazo limpio que tembló en la red. Después el argentino Nicolai sacó un bombazo que Muñoz manoteó al córner.

En el complemento Peralta casi convierte pero se la sacaron de cabeza en la línea misma cuando el bullicio vibraba en el viento. Enseguida, un taponazo fuerte de Facundo Píriz, que ingresó en lugar de Flores para dotar de marca al medio campo albo. Llegó luego el 3-1 con gol del Morro García, que llegó a 11 en la tabla. La jugada comenzó cuando escapó Pernía y tiró un centro bien pasado. Cauteruccio tocó de cabeza al medio y el Morro, más solo que un cura en la playa, en el área chica metió la frente para definir el pleito.

Nacional controló el fútbol, con un hombre de menos, diferencia que en el balance final no se notó. Aunque Central intentó crecer, metió pecho y generó varias chances, falló de continuo a la hora de la verdad. Incluso hubo un bombazo de Vesino que pegó en un caño, y en el rebote Machado, que estaba solo, volvió a marrar.

Ganó bien Nacional pero otro hubiera sido el cantar si Central no fallaba tanto. El equipo de Carrasco acortó distancias en la tabla en relación con Peñarol y tiene por delante el partido más difícil del torneo. La hinchada alimenta la esperanza. Hay una euforia natural que está en el aire. Los tricolores vibran a pura garganta. Nacional viene, poco a poco, arrimando brasas al horno del campeonato.