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Antonio Pacheco y Alejandro Martinuccio, ayer, tras el cuarto gol de Peñarol ante Wanderers en el estadio Centenario.

Foto: Javier Calvelo

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Peñarol goleó, sufrió y ganó en un mismo partido.

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Cuando Pacheco marcó el 3 a 0 al comienzo del segundo tiempo, nadie se imaginó que 34 minutos después Wanderers arañaría un empate con sabor a hazaña. No hubiera sido justo con Peñarol, pero pudo ser. Puerari perdió un mano a mano ante Sosa. Fue en plena arremetida bohemia, poco antes del definitivo y merecido 4 a 2 convertido por Martinuccio en tiempo suplementario. Peñarol debutó con una victoria y confirmó que se propone hacer las cosas mejor que antes. No es poco.

Ilusión

Sin deslumbrar, el equipo de Diego Aguirre volvió fácil el desafío del domingo de tarde durante prácticamente una hora. La demostración carbonera fue prolija durante todo el primer tiempo y la parte inicial del segundo. Contó con una defensa bien parada, en la que los centrales generalmente se impusieron ante un solitario Charquero. Ahora dirigido por el argentino José Alberto Rossi, Wanderers mantiene un esquema que presenta un solo delantero desde el arranque. La movilidad de los volantes es esencial para que el elegido no pase las de Luciano Cardinalli en el efímero Fénix de Julio Ribas. Sin embargo, los abiertos Telechea y Pérez y el interno Corujo lucieron demasiado livianos. Esa inicial tibieza bohemia también se vincula a algunos aciertos defensivos aurinegros, empezando por la marca estilo Pac Man del Cacha Arévalo Ríos, el primer futbolista reconocido por la hinchada en el corto camino del Peñarol 2010. En menor medida, también con los anticipos de un enchufado Albín o la supremacía de sus zagueros ante el juego aéreo.

Ofensivamente, los carboneros confirmaron la tendencia hacia la dinámica que muchos imaginamos desde la llegada de Aguirre. Urretaviscaya fue un tercer punta que arrancó sus corridas desde la posición del ocho, Gastón Ramírez acompañó por la zurda y Pacheco jugó rápido y de primera. Es cierto que los aportes del Pollo Olivera siguen careciendo de la espectacularidad con la que se lo asocia. No es cierto que no haya sido importante: participó en no menos de dos de las jugadas previas a los goles y metió un cabezazo en el palo cuando Wanderers amenazaba.

Desesperación

Un choque entre dos futbolistas carboneros abrió el insospechado período de sufrimiento por el que atravesó Peñarol. Alcoba se llevó puesto a Guillermo Rodríguez y la pelota se le regaló a Ezequiel Videla, el volante más atrasado de los bohemios, que anotó de frente al arco. “Volvimos a la normalidad”, asumió resignado y en voz alta un hincha mirasol ubicado en el anillo superior de la Tribuna América, cuando cuatro minutos después el enganche Maxi Rodríguez marcó el 2-3. El mismo partido que se encaminó a la goleada a los dos minutos del complemento puso en cuestión el goce aurinegro ocho minutos después.

La reacción bohemia tuvo un algo fortuito, pero también uno lógico. El equipo entró al segundo tiempo con un 4-3-1-2 resultante de los ingresos de Rodríguez y del delantero Puerari. Sosa pasó calor al salir a cortar envíos profundos no tan bien defendidos por los mismos zagueros que antes se sobraron. La paz aurinegra caminó por el pretil un par de veces.

Salvación

Aguirre ajustó el equipo colocando a Román como volante por izquierda y dándole ingreso a Ramis, que también arrancó desde la posición de volante derecho desde la que antes se lanzó Urretaviscaya. Martinuccio aportó las interesantes corridas de siempre. El eterno Pacheco los juntó y el grito del cuarto gol sonó a respiro aliviado. La mochila aurinegra sigue pesando, pero así se lleva mejor.

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