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Hinchas uruguayas, durante el partido de semifinales ante Holanda en el estadio Soccer City, de Johannesburgo. (archivo, julio de 2010)

Foto: Sandro Pereyra

¡Qué casualidad!

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Seguramente el impacto de la muy buena figuración, sumado a la impactante e impresionante receptividad conseguida entre la casi totalidad de la población uruguaya, y el seguimiento de una línea de tiempo que marca la evolución y desarrollo del Proyecto de Selecciones Nacionales (institucionalización de los procesos de selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas) alimentarán análisis, explicaciones y discusiones acerca de las razones por las cuales la celeste logró igualar su segunda mejor colocación en la historia de los mundiales al terminar cuarto igual que en Suiza 1954 y México 1970.

La complejidad de cada una de las situaciones que hacen el árbol genealógico del campeonato y de cada uno de los partidos potencia miradas y opiniones.

Perogrullo dejó escritas algunas razones básicas acerca de por qué Uruguay llegó a semifinales: porque hizo más puntos que nadie en su grupo, porque le ganó a Corea del Sur en octavos y porque por penales derrotó a Ghana.

Pero ¿cómo lo hizo? Lo hizo apoyándose en la conjunción cuasi mágica que logran los colectivos deportivos, regulares, ordinarios y con sueños: apoyándose en una buena y acertada planificación y estrategia, que básicamente en este caso apuntaba a neutralizar a los rivales y a partir de ahí desarrollar evoluciones propias, y después con la pelota ya en marcha logrando que los futbolistas lograran a partir de sus condiciones técnicas y su exposición en cancha desarrollar el plan citado.

En 2006, dos puntos del proyecto seguramente parecieron nada más que considerandos de un portafolio de trabajo, pero hoy parecen parte de la génesis de esta campaña:

“[...] c) La caracterización de nuestro medio interno en base a problemas específicos y serios. Nuestro medio carece de futbolistas de nivel y edad cronológica que marcan estadísticamente los buenos rendimientos de los equipos. Conviven en el profesionalismo futbolistas muy jóvenes, cuyo potencial no está respaldado por procesos de duración suficiente como para aportarles la adecuada experiencia, con futbolistas de edad alta que vuelven desde medios más exigentes y aportan su experiencia en nuestro medio. El perfil futbolístico del fútbol uruguayo, como consecuencia de lo antedicho, dista bastante de las características del fútbol de elite que se practica a nivel internacional. Los vicios arraigados que caracterizan al medio condicionan (entorpecen o demoran) los esfuerzos que se han realizado y se realizan para intentar superarlos;

d) Los resultados internacionales del fútbol uruguayo, a nivel de selecciones nacionales y de clubes, en las dos últimas décadas han sido mayoritariamente negativos. [...]

f) Las selecciones nacionales han sido inconexas. A nivel de selección mayor no hubo continuidad de la organización ni de las estrategias, luego de llegado el tiempo de determinada meta, generalmente vinculada a la disputa de los campeonatos mundiales. Tampoco ha existido la coordinación y la consecuente continuidad entre la selección mayor y las de nivel juvenil, que aportan talentos a aquélla. Ese tránsito natural de un talento desde las selecciones juveniles hacia la mayor no se ha enriquecido más que en algunos períodos determinados, por lo que ese proceso siempre ha sido históricamente discontinuo.”

Sin embargo, la conformación de un colectivo equilibrado, pensado, ordenado y querendón del que salieron los 21 futbolistas que compusieron las seis oncenas con las que Uruguay participó en Sudáfrica 2010 parece salida de la necesidad antes expuesta.

En todos sus encuentros, incluido el inicial ante Francia, cuya evaluación es la más pobre, Uruguay desarrolló un firme, férreo y oportuno sistema de marca que fue eje de las posteriores evoluciones con pelota. Partido tras partido, la admirable capacidad colectiva e individual de marca y de quite de pelota de los uruguayos fue cimentando la ilusión que se construía en el arco de enfrente con una muy buena resolución goleadora de los efectivos anotadores Suárez y Forlán. Y ahí no había casualidad. Había una de las mayores valencias del fútbol uruguayo de los últimos 50 años, la marca, pero había un colectivo que estaba sólidamente trabajado, sedimentado para sacarle lustre a esa condición. Las decenas de encuentros internacionales jugados en el último lustro son el laboratorio donde se fue generando este producto. Sin embargo, sólo bastaría dar un repaso en el tiempo para advertir cómo esos partidos muchas veces eran menospreciados por el rival, por la ocasión o por nuestra propia formación.

Como dijo Álvaro Palito Pereira después de la clasificación a cuartos de final: “Lo que ha pasado hasta ahora no es fruto de la casualidad, sino de la causalidad, de que hemos trabajado para lo que ahora tenemos”. En el proceso de razonamiento y de expresión del ex volante de Miramar Misiones hay trabajo y seguramente en el moldear el grupo y sus grandes líneas estratégicas estuvo la causa de la mejor presentación de Uruguay en un mundial en los últimos 50 años.

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