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Sebastián Fernández tras convertir el gol de Uruguay ante Italia, durante el partido jugado ayer en el estadio Olímpico de Roma.

Foto: Efe, Claudio Onorati

Anno meraviglioso

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Maravilloso momento de la celeste: 1-0 en Roma.

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Ah bueno, así no tiene gracia. En dos minutos, este desconocido Uruguay, sueño y gloria de nosotros sus sufrientes, ya había copado la cancha con esa pegajosa marca que sorprende, ofende y garronea. Y en la cuarta o quinta recuperación la pelota fue larga y bien para el Pelado Cáceres, que una vez más hizo la justa, desbordando a velocidad, levantando la cabecita y mandando el centro justo al punto penal donde Seba Fernández definió a su estilo, de primera, y al fondo de la red.

Una vez más Uruguay cimentó un gran resultado, un buen desarrollo de juego y una sensación de superhéroe de barrio, exponiendo mucho trabajo, esfuerzo, solidaridad y, naturalmente, aptitudes con las que la celeste está solidificando un ciclo que, cuando se revise históricamente, será considerado como uno de los más altos de la historia.

El pie bien puesto de Seba Fernández sustituyó ayer al de Luis Suárez, o al de Forlán, Abel Hernández, Mota Gargano, o al de Álvaro Fernández, todos ausentes por lesión. Y definió el partido antes de que el mismo se definiera. De ahí para adelante la pelota, il pallone, pasó a ser italiana, pero el dominio del juego era de los celestes, ayer de blanco, que controlaban los intentos del local e intentaban armar alguna contra.

Hubo buen juego por parte de los italianos, que inclinaban el partido hacia el arco de Muslera, y aunque Uruguay defendía bien, no encontraba la contraparte de tener la pelota, salvo cuando Palito, con la potencia de un wing de rugby avanzaba pegadito a la línea, de costa a costa. Con dificultades por la repetición extrema del juego en tres cuartos de los italianos, pero sin pasar muchísimos apremios, Uruguay se llevó el 1-0 al vestuario.

En la segunda parte apareció más desahogado, con la misma capacidad de quite y neutralización, pero sumándole mayor control de pelota y así emparejó el juego notoriamente, hasta que Balotelli le abrió la ceja al Ruso Pérez, que debió abandonar la cancha cuando estaba haciendo un muy buen partido.

Promediando la segunda mitad, Uruguay empezó a dominar plenamente y generó dos o tres claras situaciones que pudieron haber terminado en gol. Es admirable ver a este Uruguay que se revuelve con clase y jerarquía en cualquier situación, pero el sello está en el esfuerzo cohesionado por parte de los que están en la cancha. El buen equipo italiano volvió a colocar a los nuestros cerca del arco de Muslera, que ayer volvió a estar impecable, pero los nuestros, con la misma intensidad que si fuera por los puntos, hicieron del quite, la solidaridad y el esfuerzo una vez más su bandera, aun cuando insólitamente fue expulsado Palito Pereira por una excesiva y desubicada amarilla cuando la pelota le pegó en la mano. Por más que el árbitro disparó la claúsula “el partido sigue hasta que el local empate”, no hubo forma de quitarle al equipo de Tabárez una nueva victoria, que engrosa el expediente de uno de los más fabulosos momentos de una selección uruguaya que quedará en el recuerdo.

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