Como ejemplo de que el uso de términos como “libertad” y “esperanza” no garantiza que un discurso defienda intereses populares, Rubén Olivera citó pasajes de “Die Fahne Hoch” (la bandera en alto, el himno del partido nazi alemán). Luego cuestionó la dicotomía tradicional entre la música popular y la culta: “Ambas tienen elementos que aportar a los intereses populares y tienen que defenderse de su utilización por la cultura de masas”, opinó.
El músico advirtió sobre el “disciplinamiento” de ciertas estéticas como el rock y el tango, que fueron originalmente irrupciones de lo popular consideradas poco aceptables por los conservadores, y analizó brevemente la influencia de los ritmos autóctonos de Latinoamérica en el género canción, así como la forma en que el capitalismo “'refina' los sabores populares”.
“La burguesía coloca a Bach detrás del velo aristocrático de una escucha ritual enseñada en la educación formal, y la cultura de masas crea programas televisivos que banalizan las pulsiones populares utilizándolas para hacer dinero. Cuando los gobiernos olvidan esto empiezan a alternar políticas elitistas (darle al pueblo lo que precisa) con políticas populistas (darle al pueblo lo que quiere)”, afirmó, para luego cerrar con la sátira de la canción “La muralla” (con letra de Nicolás Guillén, cantada por los grupos chilenos Inti Illimani y Quilapayún), que grabó en 1989 Leo Masliah.