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Tienda del Centro de Montevideo. (archivo, diciembre de 2010)

Foto: Victoria Rodríguez

¿Hace calor o soy yo?

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Organismos internacionales siguen advirtiendo por sobrecalentamiento en la región.

El riesgo de sobrecalentamiento económico en Latinoamérica es la principal advertencia que se realiza desde organismos internacionales, entre ellos el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que esta semana divulgaron dos informes independientes pero con el mismo eje de análisis. El descenso de la oferta y el aumento de la demanda internacional de alimentos, sumados a un dinámico mercado interno, son los factores que presionan al alza la inflación. Recomiendan aprovechar los mayores ingresos para consolidar la política fiscal y “reconstruir defensas” en las economías.

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No es para tanto

El precio del petróleo es analizado en un capítulo especial del informe del BID en el que se recuerda que el barril de crudo pasó de costar 42 dólares en diciembre de 2008 a alrededor de 114 dólares en marzo, “lo cual podría tener efectos significativos sobre la inflación de Latinoamérica”. No obstante, el análisis del organismo concluye que “sólo hay efectos inflacionarios de consideración en República Dominicana”. “Sorprendentemente, varios países parecen tener una reacción insignificante, o incluso negativa, en términos de inflación ante los aumentos del petróleo. Sin embargo, algunos de estos países tienen una fuerte reacción en lo que respecta a revalorizaciones de tasa de cambio, especialmente los productores de petróleo como Brasil, Colombia y México, pero también algunos importadores de petróleo como Guatemala”, detalla. Incluso para Uruguay -importador neto de petróleo- el BID no espera efectos significativos.

El FMI señala en su informe Perspectivas económicas: las Américas que el crecimiento económico de la región continúa siendo “vigoroso” y está impulsado por el aumento de los precios de las materias primas, las favorables condiciones de financiamiento y las políticas de estímulo. Recuerda que la región creció 6% en 2010, y si bien moderará su expansión a aproximadamente 4,75% en 2011, el organismo recomienda a los países “retirar oportunamente las políticas de estímulo”. “El principal riesgo económico en el caso de América Latina es el de la complacencia”, comentó el director del Departamento del Hemisferio Occidental del FMI, Nicolás Eyzaguirre, añadiendo que “la región está creciendo un poco más allá de sus posibilidades, así que si no empieza a poner los frenos y sigue a este ritmo, las economías podrían terminar sobrecalentándose”.

El experto señaló que los países exportadores de materias primas continuarán liderando la expansión económica, pero también crecerán las economías que mantienen vínculos reales más estrechos con las economías avanzadas (América Central y el Caribe), donde la recuperación ha sido más lenta.

En ese contexto, “los riesgos de sobrecalentamiento son evidentes en buena parte de América Latina. El crecimiento permanece en un nivel superior al de la tendencia, y la demanda interna ha estado creciendo aun más rápido, alimentada no sólo por condiciones externas favorables sin precedentes sino también por políticas fiscales y monetarias que han proporcionado un estímulo sustancial y que están volviendo a la normalidad sólo poco a poco”.

El informe detalla que “la inflación está en alza en gran parte de la región”, que “los déficits en cuenta corriente están aumentando” -incluso en países que se benefician del alza de los precios de exportación-, que “el crédito está acelerándose” y que “el endeudamiento externo de las empresas está en alza y los precios de algunos activos parecen un poco elevados”.

En esa línea, se llama a “reconstruir las defensas de política económica” mediante una política fiscal de “desaceleración del crecimiento del gasto público”.

Para evitar que el aumento de precios afecte a las familias pobres, “las políticas deben centrarse en ampliar los programas de protección social de eficacia comprobada, como las transferencias de ingresos focalizadas, los almuerzos escolares y los programas de nutrición infantil”. No obstante, advierte que deben evitarse los subsidios generalizados a los precios, ya que “suelen ser muy costosos y regresivos y a la larga pueden convertirse en permanentes y exigir grandes ajustes en otras partes del presupuesto”.

No especulen

El BID se refiere en su informe al argumento de que los precios de los productos alimentarios podrían haber aumentado por movimientos especulativos de refugio ante las incertidumbres en la economía global. Sin embargo, asegura que “no existe evidencia sistemática de que los especuladores, que pueden asumir posiciones a largo o corto plazo hayan llegado a inducir algún efecto sobre el nivel de los precios. Tampoco hay evidencia sistemática de que la volatilidad de los precios sea inusualmente alta, dado el bajo nivel de inventarios y los impactos que ha sufrido la cadena de abastecimiento”. No obstante, asegura que existe alguna evidencia de que la “financialización” (la mayor utilización de productos agroalimentarios como una nueva clase de activos de inversión) pueda haber tenido un impacto en los precios. Igualmente asegura que no se ha comprobado que estos efectos hayan sido significativos. “Es difícil determinar cómo podría haber habido un impacto significativo sobre el nivel de los precios cuando los inventarios se han reducido. Si los fondos agroalimentarios y los especuladores hubieran aumentado los precios más allá de sus determinantes fundamentales, el efecto hubiese sido una reducción de la demanda y un aumento de la oferta, lo cual se habría reflejado en un aumento de inventarios y no en una caída de los mismos”, explica el BID. Por su parte, el bajo precio del dólar y las bajas tasas de interés en Estados Unidos, así como el temor al aumento de la inflación en los próximos meses o años, pudo haber generado otro factor de apreciación de los productos agrícolas. Igualmente, interpreta que estos factores inciden mayormente en bienes como el oro y los metales, mientras que es “más débil en los productos alimenticios no duraderos”. “Es difícil plantear un argumento convincente de por qué el precio pico de los alimentos se pueda atribuir a cualquiera de estos factores”, añade.

Son muchas cosas

Por su parte, el BID dio a conocer esta semana el informe ¿Qué efecto inflacionario tendrá el shock de precios de los alimentos en América Latina?, en el que remarca que “los precios internacionales de los alimentos llegaron a niveles nunca vistos en enero y febrero de 2011, excediendo el pico de 2008”. Asegura que aunque existe un amplio debate en torno a los motivos que guían este aumento de precios, igualmente existe “la convicción generalizada de que son el resultado de una combinación de aumentos de demanda a mediano plazo, descenso en el crecimiento de la productividad agrícola y alteraciones de la oferta a corto plazo”.

Si bien desde que estalló la crisis financiera internacional la demanda de los países industrializados ha crecido poco, en los mercados emergentes más grandes (principalmente los BRIC: Brasil, Rusia, India y China), la demanda agregada creció muy velozmente y “ha tendido a volverse más intensiva en productos industriales”. En particular menciona el caso de China, país que además de aumentar su demanda está “transformando” su patrón de consumo. “En la medida en que aumenta el poder adquisitivo de la clase media en China, la demanda alimenticia no sólo aumenta sino que se orienta hacia otros renglones de alimentos, como la carne, cuya producción exige una dosis mayor de insumos agrícolas”, describe el documento.

En lo que refiere a la productividad agrícola mundial, sostiene que las tendencias a mediano plazo han sido insuficientes para mantener el ritmo de aumento de la demanda. Citando datos del FMI, detalla que “durante la década pasada el crecimiento de la productividad mundial global -medido por el volumen de cosechas por hectárea- ha disminuido en los renglones de arroz y trigo, en comparación con las décadas de los 80 y 90, y ha estado muy estancado en los casos del maíz y la soja”.

Esta tendencia de mediano plazo se vio agravada por otros acontecimientos de corto plazo, como el aumento del uso de maíz para la producción de etanol, que implicó una mayor presión sobre la demanda. En ese sentido, remarca que el año pasado la producción de etanol elaborado a partir del maíz absorbió casi 35% de las cosechas de Estados Unidos, o el equivalente a 15% de la producción global de maíz. Además, en lo que concierne a la oferta, el aumento de la frecuencia de fenómenos climáticos extremos (como sequías en Australia, Argentina y Rusia, o inundaciones en las áreas productoras de alimentos básicos en Estados Unidos) ha provocado la pérdida de cosechas. “Estas alteraciones de la oferta a corto plazo han ejercido presiones significativas sobre los precios, ya que los inventarios de la mayor parte de los alimentos básicos son bajos, en parte debido al aumento en la demanda”, asegura el BID.

Al igual que en el pico de precios registrado en 2008 previo a la debacle financiera, el encarecimiento de los productos primarios en esta oportunidad se ve agravado por “una respuesta de políticas inadecuadas y no coordinadas por parte de los países”, como prohibir las exportaciones, establecer controles de precios e intentar aumentar los inventarios.

Esperando el impacto

Luego de analizar los motivos detrás del alza de precios, el BID evaluó el impacto potencial que ésta podría tener sobre los precios internos de los alimentos, en los productos no alimenticios y en toda la canasta del Índice de Precios al Consumidor (IPC) en los países de América Latina y el Caribe. Al respecto, advierte que los países de la región “son muy diversos en muchas dimensiones”, como en el grado de flexibilidad de las tasas de cambio, que “puede representar un colchón para reducir el impacto que los precios externos de los alimentos tienen sobre los precios internos”.

El impacto de los precios internacionales de los alimentos sobre los internos a seis meses del alza difiere entre países, llegando a 20% en el caso de algunos de los más pobres, como Bolivia, Ecuador, El Salvador, Guatemala y Honduras, y en menos de 10% en Bahamas, Brasil, México, Panamá y Perú (algunos de ellos no significativos). En Uruguay sería de13%, según el BID.

En lo que concierne al impacto en las tasas de inflación para este año, “suponiendo que los precios internacionales permanecen en su nivel de febrero de 2011, si las respuestas de los mercados y de las políticas internas son las mismas que las observadas en el pasado”, para 2011 se deberían esperar en Bolivia, Guatemala, Honduras y República Dominicana aumentos en la tasa de inflación de más de 5 puntos porcentuales, y aumentos de entre 2 y 5 puntos porcentuales en Bahamas, Panamá y Perú. En estos países el impacto del aumento de precios podría continuar durante varios meses de 2012. Para Uruguay el BID espera un impacto al alza de los precios internacionales sobre el IPC de 1,8% al cierre de diciembre.

Brasil, Colombia y México tendrían un impacto sobre su inflación de no más de un punto porcentual adicional a lo que se observaría en ausencia del alza de los precios internacionales de los alimentos.

¿Ahora qué hago?

Como en su impacto sobre los precios internos, las políticas a aplicarse para mitigar las presiones inflacionarias deben considerar la diversidad entre países analizando su flexibilidad del tipo de cambio, la política monetaria, si se trata de un importador o exportador neto de alimentos, y la importancia de estos productos en el consumo interno. “Brasil, Colombia, México y Uruguay están bastante aislados del impacto inflacionario de los precios internacionales de alimentos, pero sólo mientras estén preparados a aceptar la revalorización de sus tasas de cambio nominales, lo que puede afectar la competitividad de los sectores comerciables en sus economías”, advierte el BID. Esto representa “claramente un riesgo”.

De esta forma es que se presenta “un serio dilema de política”, aunque igualmente la situación es más crítica en aquellos países donde los alimentos son ampliamente comerciables y tienen un gran peso en el IPC, y que cuentan con una flexibilidad cambiaria limitada o nula. En ese sentido, Bolivia, Honduras, República Dominicana y algunos países del Caribe tienen características que llevan a una transferencia muy significativa de los precios internacionales a los internos.

Considerando estos elementos, los países latinoamericanos deberán “hacer concesiones en los objetivos, bien sea en lo que respecta a la protección de los precios internos ante el impacto de los precios internacionales, o bien en proteger la competitividad de sus otros sectores comerciables de la revalorización de la tasa de cambio”. “El verdadero desafío para los países exportadores netos de productos alimenticios es cómo hacer un buen uso del influjo de recursos externos para reforzar la competitividad a mediano plazo de los otros sectores comerciables”, interpreta el BID.

Por su parte, las naciones importadoras netas de alimentos (principalmente del Caribe y Centroamérica) tienen “dilemas un tanto diferentes” porque “fijan la tasa de cambio o tienen una flexibilidad muy limitada” en este aspecto, por lo cual los aumentos de los precios internacionales se reflejan directamente en los domésticos. Esto se agrava en los países más pobres, que tienen un alto peso de los alimentos en su canasta de consumo. En estos casos “es necesario aumentar y mejorar los mecanismos de ayuda, tal vez a través de esquemas reformados de transferencia de dinero condicional a estos grupos”.

No te creo

Otro elemento de política a considerar es “la credibilidad de las autoridades monetarias”. Los Bancos Centrales creíbles pueden realizar un aumento de precios “de una vez por todas” debido al shock internacional de precios, en lugar de crear una recesión (mediante un aumento de la tasa de interés) para impedir una mayor tasa de inflación, ya que esta última sería un doble golpe para la población, especialmente para los más pobres. Sin embargo, los que no tienen credibilidad “tal vez no tengan otra opción, ya que al permitir una mayor tasa de inflación se alimentarán más expectativas de inflación que pueden reducir la efectividad de la política monetaria en el futuro, y puede dejar a la gente más expuesta no sólo a precios de alimentos más altos, sino a una mayor tasa de inflación total”.

El BID también recomienda descartar la intervención en los mercados mediante la congelación de precios, el racionamiento y la prohibición de las exportaciones, dado que tales medidas “suelen tener efectos apenas temporales y altamente distorsionantes”. “Con frecuencia se autoderrotan, como por ejemplo en la congelación de precios que simplemente baja la oferta, genera mayor escasez y precios aun mayores”, señala.

Igualmente advierte que “no todas las intervenciones [...] son malas o indeseables”, ya que algunas políticas pueden ayudar a “reducir la rapidez de la reacción de los precios internos ante los externos, lo cual puede dar a las familias y a los gobiernos tiempo para adaptarse y suavizar el impacto, especialmente cuando éste es transitorio”. [...] El objetivo debería apuntar a “suavizar más que alterar las señales de precios fundamentales dadas por el mercado”.

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