En el último partido de la temporada Peñarol sumó a su alegría del campeonato de hace una semana la seguridad de arrancar 2013 con cuatro puntos de diferencia a favor. Le ganó bien a Liverpool 2-0.
Raro. Todo raro. Que el último partido de la A del año se juegue un lunes de noche bajo el diluvio universal y con el campeonato ya definido da para que, con una métrica más adecuada, buscando la rima consonante, sea parte de la letra de una canción del Cuarteto de Nos. Cerca de las 20.00 -estaba fijado para las 20.30- el estadio parecía el Centenario de Macondo, con una caída ferozmente pareja de agua y la determinación de la cuaterna arbitral de que se jugaría, tal vez para premiar a esos 3.000 o 4.000 individuos, que son básicamente esos que te dicen “yo por Peñarol...” y sí, por Peñarol hacen cosas, como absorber no sé cuántos centímetros cúbicos de agua, más el viento y el frío que representa esa combinación de incomodidades.
Pero empezó, y fue con dominio de los carboneros, que obviamente lo que querían era festejar el campeonato pero, más que nada, arrancar la anual -fue anoche que se produjo la metamorfosis en la que la tabla del Apertura deja de ser tal para transformarse en una ya crecida tabla anual- manteniendo cuatro puntos de ventaja sobre Nacional y Defensor Sporting. Entonces los campeones que ayer no pudieron tener al Lolo Estoyanoff, que se pegó un golpazo con su hijo y se quebró un dedo de la mano, ni a Carlitos Grossmüller, que estaba con un pequeño esguince, se apoyaron en un no habitual -por no tildarlo de desconocido, porque todos lo conocemos- que es de Treinta y Tres, era de Danubio, de las selecciones juveniles y del Atlético Madrid hasta ahora que es de Peñarol: se llama Sebastián Gallegos y no sólo hizo un partidazo sino también un gol inolvidable. Iban 38 minutos, la carga era sobre el arco de la Ámsterdam pero ya Liverpool se había acomodado bien en el partido. La pelota le llegó casi en disputa a Gallegos, que controló y pispeó de afuera del área y sacó un zurdazo tan impresionante al ángulo que se la pudrió a Matías Fidel Castro, que voló lindísimo pero, pobre canario, esa bocha no la sacaban ni diez goleros.
En un partido no raro, tal vez se podría decir que Liverpool, parado ayer como el antagonista, lo había hecho bastante bien, pero, m’hijito, con un gol de esos no hay partido raro ni nada, y entonces el campeón volvió a andar con su porte de ganador.
Si adelantamos la película del partido, sólo salteándonos una media hora de más fútbol bajo agua entre un equipo potente y firme y otro que quería pero le costaba acomodarse, encontraríamos a los 25 minutos del segundo tiempo otro pedazo de gol del goleador del campeonato, Juan Manuel Olivera, que cuando le quedó la pelota para definir escorado contra la Olímpica, mirando para la Colombes, eligió utilidad con belleza al tirársela desde afuera del área por encima a Matías Castro, que por segunda vez en la noche vio pasar una pelota inalcanzable. Ese gol aseguraba la primera conquista tras la conquista, y en el mismo campeonato aunque pensando en el otro campeonato, mantener cuatro puntos de ventaja sobre sus perseguidores. Esta vez no fueron los cuatro de Liverpool, en todo caso los cuatro por Liverpool.