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Horacio Camandule

Foto: Javier Calvelo

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Charla con Horacio Camandule, actor y maestro de una escuela pública capitalina.

Muchas son las mujeres que luego de años de lucha y de rendir cuentas a la sociedad han ocupado lugares que antiguamente eran exclusivos de los varones. Pero también hay espacios en los que solía ocurrir lo opuesto: estaban reservados para las mujeres y pocos hombres se animaban a incursionar en ellos. Magisterio es uno de ellos. Si bien siempre hubo maestros en las escuelas uruguayas, lentamente más varones se han ido incorporando al sistema educativo. Horacio Camandule es uno de los tantos maestros que cada mañana arrancan su día rodeados de niños. No es un maestro más porque además de ser docente es actor y en 2009 saltó a la fama por su protagónico en la película uruguaya Gigante.

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Este año Camandule cumple diez años de docencia. Se formó en el Instituto Normal casi por casualidad y cuando dejó de pensar que “se podía vivir del teatro”. Continuó su formación como actor y hoy en la escuela 140 de Barra de Manga, en Montevideo, donde todas las mañanas da clase, incorpora las herramientas que le dio el teatro. “Cada día de clase es una actuación diferente y siempre tengo audiencia. Voy con un libreto armado pero improviso y me divierto mucho”, contó.

-¿Cómo es trabajar en un ámbito donde las mujeres son mayoría?

-Este año en mi turno soy el segundo maestro. Es una escuela de doble turno y hay cuatro maestros. El año pasado también había cuatro, pero en la mañana yo siempre era el único varón. Es un ámbito en el que generalmente llama la atención mi persona. Una vez, cuando estaba haciendo la práctica, una maestra me dijo: “Vos no podés pasar desapercibido. Primero porque sos grande y segundo porque sos varón, así que llegá temprano”. Siempre estaba presente esa cosa de que a los varones en la carrera les iba a ir mejor que a las mujeres porque éramos los distintos. Personalmente siempre me fue igual o peor porque era el que estaba señalado; entre 25 compañeras eras “él varón”.

-Ser único posibilita hacer un aporte diferente, sobre todo en materia de igualdad de género...

-Siempre intenté tener una mirada distinta y si se quiere conciliadora con el respeto hacia las mujeres. Yo creo que tengo algo así como la función de romper el hielo, de hacer reír o quebrar climas medio tensos, de aportar un chiste o una broma, porque a veces nosotros tenemos una cosa más volada o más informal que las mujeres. Sin embargo, ellas son mucho más prácticas que los varones en muchas cosas. Intento valorar el rol de la mujer desde todo punto de vista; incluso ya no digo “reunión de padres”: me cansé porque no viene ningún padre a la reunión, vienen sólo madres. Entonces digo: “Tenemos reunión de madres”. Hace años que incorporé la expresión “compañeros y compañeras”, y lo estoy trabajando con los niños. Lo trabajo con el uso de un lenguaje no sexista. Un ejemplo bien claro tuvo lugar hoy [por ayer]. En los primeros días de clase hacemos acuerdos acerca de cómo vamos a trabajar. Hacemos una lista, trabajamos en subgrupos, acordamos cómo nos vamos a comportar en el año, las reglas, las normas, o sea, cómo vamos a convivir. Luego lo trabajamos en plenario, votamos las ideas y después las pasamos a un afiche que firmamos todos. Ahí surgió la palabra “compañero” y se aclara: ser “compañero” o “compañera”, ser “solidario” o “solidaria”. Los niños lo tomaron enseguida: sugirieron otras palabras que yo había puesto y las corrigieron.

-¿Toman el lenguaje inclusivo con naturalidad?

-Lo toman como todo, como algo natural. En la relación docente-alumno, adulto-niño, el maestro es una figura con mucha autoridad, entonces ya hay un acuerdo tácito de que hay que creer lo que dice el maestro. En ese juego de poder podés bajar ese poder para que sea circular. Ahí hay una aceptación. Después tenés que ir viendo si esa aceptación fue impuesta porque se te ocurrió a vos o si realmente lo tomaron para ellos. ¿Y cómo se hace eso? Viendo que realmente sea honesto lo que les estás planteando, porque si es algo impuesto enseguida va a saltar un ‘porque no’. Por ejemplo, al trabajar sobre el Día de la Mujer muchos cuestionaban por qué no hay un Día del Hombre. Si les decís “es el Día de la Mujer y ta”, no te van a creer. Pero si les decís que hace 100 años que la mujer está luchando por conquistar derechos de igualdad, que todavía hay cosas que no se cumplen... Nosotros en sexto año trabajamos todo lo que es el siglo XX, el voto femenino, la Ley de Divorcio por el solo consentimiento de la mujer, la explotación en las fábricas, las amas de casa, la violencia de género. O sea, si le das fundamento a lo que decís y no queda solamente en un discurso, creo que te van a creer.

-¿Cuál es el rol de los padres en la educación en valores de género?

-Lamentablemente la escuela está sustituyendo ámbitos que son insustituibles, como el hogar. Hay valores que se inculcan en la casa y no en la escuela; en la escuela los tenemos cuatro horas, un poco más en las de tiempo completo, pero si no vienen con determinada información o con determinado modo de actuar de la casa, es imposible. Hoy los niños y las niñas que tienen más problemas son los que están abandonados o están perdiendo la niñez porque están cuidando a su hermanito chico, trabajando o haciéndose cargo de cuidar la casa; esos niños están solos. ¿Y quién les transmite valores? La televisión. El niño de hoy tiene 24 horas de televisión, y si lo sacás de la televisión tiene las redes sociales, la computadora o el celular. Ahí operan otros actores en transmitir valores. Y la escuela está sola en ese macromundo, con una tiza y un pizarrón atrás, y en esas tres horas y media o cuatro horas tenés que darles lo mejor que se pueda. Yo siempre les digo a los familiares: nosotros vamos a hacer un pacto, somos parientes por un año, nos llevemos bien, nos llevemos mal, como sea, pero el colchón mío es la familia.

-¿Cómo ha evolucionado la participación de los maestros hombres en las escuelas uruguayas?

-Siempre hay una expectativa mayor de los padres respecto de que a su hijo le toque con el maestro varón. Eso me da mucho miedo, porque si creás una expectativa tan grande no es fácil mantenerla y al primer mes se les va. Yo lo trato de vivir con naturalidad. Entiendo también que esa expectativa se genera porque un maestro varón es difícil de olvidar. Yo no tuve maestro, pero me acuerdo de que en mi escuela había uno; me acuerdo de él, de su nombre y todo. ¿Qué quiere decir? Sos una figura distinta.

-¿Actualmente se siguen resaltando los maestros?

-Nosotros integramos el proyecto de necesidades educativas especiales denominado Aprender, tenemos un espacio los sábados y una vez al mes nos juntamos para hablar del proyecto, de la institución, la escuela y la organización, y a veces se está esperando nuestra intervención, que los varones digamos algo. No sé si será por el tono de voz o por qué, pero siento que cuando hablamos hay una escucha distinta.

-¿No tiene que ver con el machismo?

-Puede ser, porque hay muchas cosas impuestas. Más allá de que vos tengas apertura y creas en la equidad, hay cosas que saltan o que tenés incorporadas por la sociedad patriarcal en que vivimos. Sabés cómo imponerte. Sabés que con un grito, una mirada o una palabra fuerte se impone y que a veces se impone lo masculino sobre lo femenino.

-Y hay varones que abusan de eso...

-Obviamente. Estamos en un sistema totalmente vertical que tiene que ver con la autoridad. Vos fijate en la cantidad de mujeres que hay en el sistema y, sin embargo, los lugares de poder están en manos de hombres. No sé cómo es la comparación según el último censo, pero tengo entendido que la proporción es de cinco mujeres cada un hombre, entonces tendría que haber muchas más diputadas, senadoras, gente en el poder del sexo femenino. El funcionamiento de la escuela es un ejemplo chiquito. Había un autor que decía que la escuela era la caja de resonancia de la sociedad. La escuela es una institución dentro de la comunidad pero es el reflejo de esa comunidad: todas las relaciones de poder que se ven afuera, en los medios, en la sociedad, en la escuela se reproducen.

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