Es cierto que una dosis de irracionalidad en el marco de pensar una competencia deportiva puede alentar a aquéllos que, racionalmente, no podrían superar a un rival con mayores capacidades, a creer que se puede y hasta lograrlo. Es cierto que empujado por la mitología y la historia, por la camiseta y la gloria, por el estadio, por lo que sea, Peñarol podía intentar ganar el partido, pero también es cierto que cuando en un enfrentamiento de dos colectivos uno es regularmente superior al otro, no hay irracionalidad, camiseta ni declaraciones que permitan torcer la lógica de la competencia.
Universidad de Chile juega bien, está afinado y tiene presencia en el campo, y Peñarol, que hoy está lejos de poder ser descripto del mismo modo, hizo un gran esfuerzo anímico, físico y futbolístico pero no pudo, y entonces no logró salir del empate y se quedó apenas con su primer punto, que lo deja muy complicado al cierre de la primera rueda de su grupo: último y con dos partidos de visitante por delante, además del que le tocará en el Centenario frente a Godoy Cruz.
Iban 21 minutos cuando lo onírico, lo soñado, lo menos pensado sucedió y Nicolás Freitas puso el 1-0 para Peñarol. Sí, lo soñé, lo debo de haber imaginado o pensado: calzar una globa así, desde afuera del área, ponerla contra el palo con terrible bombazo y que el arquero te ayude tirándose bruta palomita, no hay Mastercard que te lo pueda pagar. Ponele que en vez de soñarla te la armaste en la Play Station -porque viste cómo son los guachos ahora, hasta los sueños los hacen con el joystick-; creo que ni así sale como la de Nico Freitas, que cuando el partido estaba de aquí para allá clavó ese terrible zambombazo que hizo estallar el estadio.
Claro, ahí ves cómo una misma acción o muy parecida puede generar reacciones inversas: cuando a los 34 minutos el zapatazo, el bombazo fue de Junior Fernandes para vencer a Carini, el mismo golpe fuerte de la pelota contra las redes no generó un estallido sino un silencio absoluto y frío. Iba más de media hora de juego y el partido tenía de todo: buen juego, mucha dinámica y muchas ganas. Es que Universidad de Chile juega bien y mucho. Su fútbol sobre patines pone en jaque a cualquier rival, aun cuando el que esté enfrente sea locatario y le ponga muchas ganas y recursos para lo único a lo que podía aspirar: ganar. Peñarol respondió y de alguna manera lo arrinconó contra el arco, con un esforzadísimo Zalayeta que pudo con todo y con todos y que abrió caminos para Mora y el Lolo, que generaron entradas peligrosas. Pero, claro, los chilenos con la pelota son realmente peligrosos y conectan en velocidad.
En la segunda parte la historia fue similar pero mucho más sufrida, más luchada para Peñarol y más en sus carriles para los chilenos. Aun así, con Zalayeta rompiéndose el alma Peñarol tuvo dos veces el segundo: primero con aguante y pase filtrado para Estoyanoff que no acertó a meterla en el trampero, después con un cabezazo directo a la cara del arquero Herrera, que le abolló su cachete y que en el rebote se le fue alta a Marcelo Danubio.
El partido se hizo para un lado y para el otro con el ballet azul ofendiendo, pero los carboneros trataron por todos los medios de llegar al arco de Herrera. Aunque Da Silva juegue para la tribuna con los micrófonos marcando que no le gusta el pelotazo o que el plantel es corto, los aurinegros apostaron a intentar desequilibrar con pelotazos que tenían una trayectoria de 20 o 30 metros -¿pelotazo o pase largo?-, porque la cuestión era tratar de llegar y sumar. Un equipo corto precisa muchísima movilidad y presteza, un equipo compacto en cambio puede apostar a una buena neutralización defensiva pero no tener respuesta en ofensiva. Tal respuesta quedó mucho más limitada cuando Da Silva sustituyó a Zalayeta por el brasileño Pedro.
Todo muy complicado, muy apretado. Ganas, intentos. Y los chilenos agazapados para aguantar y salir de contra. Así fue hasta el final, cuando casi lo ganan los santiaguinos. Ahora Peñarol tiene que ir por lo más difícil: tratar de conseguir la clasificación casi hazañosa ganando en Santiago, en Medellín y en Montevideo. Por ahora no es imposible, pero sí casi inabordable.