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Carlos Núñez, Jonathan Barboza y Rodrigo Aguirre, ayer, tras el gol de Liverpool ante Envigado de Colombia en el estadio Luis Franzini.

Foto: Nicolás Celaya

Los ocho de Liverpool

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El equipo del Tola Antúnez ganó y clasificó a octavos de final de la Sudamericana; el martes visita a Independiente.

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Por favor, no busquemos cuestionamientos para quien hizo bien los deberes. El sueño era clasificar y lo hizo, y además, ganando 1-0 a los buenos colombianos de Envigado. Ahora viene Independiente de Avellaneda el martes en Argentina, por lo que el juego que se había fijado de manera condicional ante Bella Vista ya quedó postergado. Concentración plena y redoblada. ¿Te imaginás al Tola Antúnez con un día bonus para comerles la cabeza a sus jugadores con lo que había pasado con Nacional? Con esa cabeza y con la necesidad de Envigado, achuchado, de encontrar su gol arrancó el partido.

Ya en los primeros minutos hubo un par de avisos de los colombianos neutralizados por el canario Matías Fidel Castro. Liverpool había elegido jugar contra el viento la primera parte para cualquier cosa poder transformarse en el Eolo FC. Carlitos Macchi, capitán, y sus compañeros no olvidan lo que le pasó a Danubio contra Defensor el 23 de agosto de 2005 y también lo planificaron.

Una preparada de Liverpool casi le da la apertura y a la salida del córner otra vez el juvenil Soto hizo terrible atajada ante el balazo de afuera del área de Macchi.

En el cuarto de hora el diagnóstico era de tranquilidad para los uruguayos con la estrategia de disputar la pelota en campo contrario y alentar el error ajeno. Para demostrar que también había otras cosas, el Papa Pezzolano tiró de taco un caño, un lujo que merecería estar en la franja más alta del IRPF.

Y fue así que el preolímpico Barboza robó, avanzó y le puso un pase gol-puñalada a Carlitos Núñez, que de puntín la mandó al fondo de las redes de la playa Ramírez.

En el arranque del segundo tiempo no apareció Eolo pero tampoco el Papa Pezzolano, que lesionado dejó su plaza al chiquilín Vicente Aguirre.

Se puso incómoda la segunda parte, porque los colombianos se hicieron dueños de la pelota y atacaron, atacaron y atacaron. Por condiciones y no por suerte, Matías Castro salvó cada vez que la pelota llegó a sus inmediaciones.

A los uruguayos les faltaba la pelota -acción bastante común en competencias internacionales- pero se defendían bien cerca de su área -con observación ídem a la anterior-.

No te imaginás la cantidad de electros de fuerza que se ahorró la policlínica de Belvedere cuando Mejía desbordó profundo por la izquierda y mandó el pase gol que por suerte no pudo conectar bien Milton González en la boca del área chica.

Uh. ¡Esos corazones están bien!

Puede ser que haya habido alguna más para los colombianos, también una relampagueante del floridense Flavio Scarone, que jugó los últimos cinco minutos, pero la gesta de avanzar una fase más ya estaba.

Ahora viene un grande, uno de los más grandes del mundo, y aun así, ¿por qué no seguir soñando?

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