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Más territorio que pelota

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Columna de opinión.

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La mayoría de las personas del interior no conocemos el interior. Esa contrariedad tal vez sea uno de los tantos problemas que genera la dicotomía. Como si uno por ser, en este caso, de Florida, fuese por ese solo hecho un profundo conocedor de lo que ocurre o de cómo es Bella Unión, Melo, Mercedes, Ismael Cortinas o Vergara, por nombrar algunos sitios. Hay tanta, pero tanta diversidad en ese “interior” al que se hace mención como si fuese una sola ciudad o departamento, que ésta necesita de casi todo un país. En los hechos es todo un país, pero sacándole ese pequeño corazón al sur desde el que las rutas, como arterias y venas, van y vienen hacia y desde lo largo y lo ancho del resto del cuerpo.

De ese “casi todo un país” o “todo Uruguay menos Montevideo” salen en este caso 32 selecciones que representan a los puntos más desconectados entre ellos. Tal vez por ello suceda que, como con las selecciones nacionales, el fútbol de cada zona uruguaya tenga determinadas características; señas de identidad que no consiguen diluir los cambios de director técnico o los procesos que se estén atravesando. Por traer un botón de muestra: enfrentarse a algún cuadro de Artigas siempre ha implicado saber de antemano que la posesión muy posiblemente será ajena y que habrá que controlarse, ante tanto toque y algún firulete, de no mandar un latazo que signifique una expulsión. O es fija que ante la selección de Durazno no hay que dar espacios que faciliten llegar al área con pelota controlada. Y así con la mayoría de los pagos. Después, saber quién está y quién no. En el Sur era obligación tener el dato de si Canelones jugaba con el Tabaco Posse y el Pato Perazza, o si más adelante en San José estaba Verdino con goleadores como Fabricio Martínez. Es que cada pago tuvo y tiene sus figuras, sus Forlanes y sus Lucho Suárez, aunque rara vez hayan llegado a algún titular de suplemento deportivo “nacional”. Claro que a esos Forlanes al otro día de terribles gestas el hincha los veía y los ve repartiendo la carne, levantando una pared o preparando las masitas de un servicio de fiestas. Es que son muy pocos los que tienen al fútbol como la actividad que genera sus mayores ingresos; es amateur para casi todas estas estrellas.

De hecho Colonia, el último campeón, sufre ahora varias bajas: un casamiento y una incompatibilidad entre el trabajo y el fútbol hacen a los ítems de la lista de razones por las que han declinado convocados.

Ese tipo de contextos ayuda a que ligas con clubes que pueden pagar terminen siendo un imán de los contados jugadores de departamentos cercanos para los que el fútbol tal vez pueda ser su mayor fuente de ingresos. En el Sur el caso más conocido es el de San José, donde milita Gastón Mignone, el goleador de la Copa Nacional, que es de Colonia; Ryder O’Neill, isabelino; y Fabián Vázquez, el goleador de Florida, entre muchos otros. Hay jugadores cuya trayectoria los llevó por clubes de toda una región, como Gerardo Cano, el actual director técnico de Lavalleja, que como futbolista además de equipos minuanos defendió también clubes de Punta del Este y del Chuy. Son los “codiciados”, las “estrellas” de una realidad paralela y bastante distante de la que se ve por la tele.

Claro: el día que alguna de estas estrellas brilla tanto como para ser figura en Montevideo o el exterior, puede (puede) pasar a un estado superior de idolatría, en algunos casos en un escalón cercano al de héroe nacional. Alcanza con preguntar en Sarandí del Yí, donde el estadio municipal se llama Juan Ramón Carrasco.

De ese universo tan diverso e inabarcable viene esta copa, que vivirá y respirará prácticamente todo el territorio nacional durante enero y febrero, pero pasando desapercibida para la inmensa mayoría de los medios “nacionales”.

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