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Déjà vu

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Para la diaria no fue sorpresa la aparición estelar de Jonathan Rodríguez. No hubo necesidad de salir a peinar su corta historia montevideana a las apuradas para presentar al joven, que ya de niño se destacaba como un grande.

Apenas un día después de la primera vez que Rodríguez fue visto por varios miles de hinchas de Peñarol, el 25 de julio, se pudo leer en estas páginas: “Su explosión y potencia ya llevaron a los cuatro o cinco que lo pudieron ver el otro día en Toronto a buscar datos del Cabecita y no los encontraron. Mucho menos los miles que ayer quedaron encantados con el potente delantero, que maneja las dos piernas, aunque su lateralidad indica la derecha, aunque el gol lo haya hecho de zurda, no sólo por la anotación en la cancha de Portimão ante Benfica, ni por el sombrero con media vuelta que hizo en el segundo tiempo, sino por la frescura de su juego y las promesas que arroja. Para los que tengan que armar la ficha mañana, pensando en ese agite de mercado de pases que ese gol y ese partido puedan provocar, hay que saber que Jonathan J Rodríguez acaba de cumplir 20 años (nació el 6 de julio de 1993), que no tiene récord de partidos oficiales en Primera en la Asociación Uruguaya de Fútbol pero sí en la Organización del Fútbol del Interior, y que el de ayer en Portugal fue su primer gol en la máxima categoría carbonera”.

Tal vez desde su reciente irrupción en Primera hemos sido varios los que asociamos su agresivo estilo ofensivo con y sin pelota con la explosiva y desequilibrante presencia de Luis Suárez. Hay parentezco, pero también mucha distancia en sus estilos de juego y en lo que han desarrollado el salteño que vino de niño a Montevideo, a los siete años, y arrancó con 11 en Nacional, sin haberse formado en canchas del interior, y este gurí que a los 17 ya estaba jugando en Primera la Copa Nacional de Clubes con el Atlético.

Está muy bien que a Jonathan ya no le digan Canario, como le llamaban el año pasado en el CAR (Centro de Alto Rendimiento), y lo hagan ídolo como Cabecita, como le decían, le dicen y le dirán en la Piedra Alta, viniendo del Prado o yendo al Café del Centro. Está bien que se haga ídolo de Peñarol, pero también está bien que sepan que ese chiquilín vivió 18 años en Florida antes de venir a Montevideo, y que allí hubo gente, personas, grupos humanos que le dieron “formación” y que no necesariamente deben estar vinculados a cierta expresión de técnica de la pegada o la finta, ni a su arranque en velocidad o potencia. Jonathan Rodríguez es de las entrañas de la Piedra Alta, nacido y criado a una cuadra de la cancha del Atlético. Hay quienes dicen que su hogar no queda a una cuadra de la cancha de los albicelestes, sino el Atlético le dio morada desde muy chico, cuando llegaba de la escuela con la moña desatada y hacía mandados para los jugadores de Primera. De chico se destacó en los albicelestes, que lo promovieron y le dieron mucha ventaja de edad a la selección juvenil floridense sub 18, con la que llegó a la final del interior y se cansó de hacer goles.

Entonces ya presentaba las características de explosión, potencia, velocidad y goles. Era un botija bandido, pero no de los que se mandaban cualquier cagada, sino que la macaneaba con ingenuidad e inocencia. En Atlético le pegaron un par de retos y hasta le aplicaron la fría cuando fue preciso ponerse duros, pero antes de cumplir 17 ya jugaba en Primera, y a pesar de que lo vinieron a buscar de varios clubes, recién el año pasado aceptó pasar a Peñarol, la otra camiseta con la que correteaba en la playita o cuando jugaba descalzo frente al Santa Lucía Chico.

Ahora ya es un “grande” de 20 años y tiene en su haber varios goles en Primera, pero por suerte sigue ahí. El otro día, unos sábados atrás, después de haber hecho uno de los cinco goles que lo convierten en el goleador carbonero de este Apertura, estaba otra vez ahí, cerca, muy cerca del río, en la Piedra Alta, mirando al Atlético, el club que lo formó.

De alguna manera hay que revisar el fenómeno del avasallamiento, porque ahora está en Peñarol, y ponele que se hizo crack en Peñarol, y Peñarol le dio todo y blablablá -que no es cierto-, pero ese niño que no pudo terminar su formación inicial fue contenido en un club de fútbol de un pueblo donde sus vecinos lo sienten como el gurí de patitas descalzas que algún día habrá soñado con ser lo hoy es.

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