Primera parte: la mirada de Agustín
Como primera medida, el delantero sugirió a la diaria que la entrevista saliera después del partido. Nacional aconsejó y él cumplió. Después hablamos de su primera película clásica: “Cuando soñás algo, soñás con la más linda de todas. Con ganar me alcanzaría, pero quiero entrar a jugar, no importa cómo me toque. Sería espectacular quedarse con el clásico y el campeonato. Siempre apostás a ganar todo, aunque después se resuelve en el camino”. Volver al futuro.
El Bar de Vida se come la esquina doblando el mostrador. En el fondo se habla de amor; en el frente, de fútbol. La parrilla se está prendiendo y en el almacén husmean curiosos. En la barra se vuelcan los verbos, y en la tele juegan Nacional y Fénix. Si hace un gol el Seba la hacemos completita, nos decimos por lo bajo con mi viejo. Mi hermano asiente, y las damas se prestan al café y los calientes que la moza desliza por las mesas. Algún parroquiano tiene la primicia de que Liverpool hizo siete goles, pero nadie se imagina que yo estuve ahí, en ese teatro de los sueños, entregado a la ronquera, sudando franjas azules y negras.
Cuando Sebastián Fernández llegó a Miramar Misiones, con los botines colgando del cuello y los rulos rubios al viento, se esperó poco de él. Se lo miró desconfiado porque venía de afuera. Y nosotros, los de adentro, veníamos trillando juntos desde hacía años. En la práctica de fútbol me hizo tres goles. No lo vi ni en figuritas y no me quedó otra que hacerme amigo de él. Al tiempo, debutamos en Primera en la misma tarde, y a la semana nos mandaron al Centenario.
“Me acuerdo del día en que debutamos con Peñarol en el Centenario; el único que estuvo con nosotros, los chicos, y que nos dio para adelante, fue Juanjo Díaz: nos aguantó la cabeza, nos dijo que jugáramos tranquilos, que él estaba con nosotros, cosa que necesitábamos, porque para mí era un lugar totalmente desconocido, ya que hacía apenas una semana que estaba entrenando en Primera. Siempre hay gente grande que te marca las pautas de cómo es la cosa, como el Pelado de Castro, otro de aquella época”, asegura Seba antes de relatar el gol de aquel día: “El día del debut tuve mucha suerte. No me acuerdo quién me la da, pero la pelota viene de izquierda, controlo y engancho para el medio cuando llega alguien a cerrar, quedo mirando al palo largo -como le dicen los gallegos al segundo palo- abro el pie para ponerla allá, pero le doy con el talón y entra mordida. Elduayen que se acuesta para aquel lado y la pelota entra para donde no quería pegarle. Encima, mi hermano, cuando estaba por salir para el partido, me había dado una camiseta que decía ‘Para vos, Hongo’, porque así le dicen. Hice el gol y me saqué la camiseta. De locos”.
Dejá que ruede
El clásico ya empezó y desde la tarde del martes no hablo con Seba. Me decidí a no llamarlo por miedo a la mufa. En el fútbol te enseñan a ser cabulero. Y aunque reniegues de esa idiosincrasia, siempre alguna cosita hacés, hasta a escondidas de vos mismo.
Prendo la radio, me siento en la vereda con el mate y cuelgo mis ojos en el horizonte del barrio. El resto lo hace el relato. Tengo puesta la camiseta de Rayo Vallecano que Seba me regaló hace un par de meses, y luego de la charla del otro día la visto con orgullo, aunque se parezca a la de River Plate.
Los minutos pasan, la voz del relator se agrieta. Es como un rapero que improvisa sobre el pucho los devenires del útil precioso; no da lugar al silencio, la banda sonora es el canto de los hinchas. El partido supuestamente es malo, pero en la radio las cosas se viven de otra manera. Hace años que el fútbol es mercado, por eso desfasaron la radio de la tele, y no corrió más aquello de bajar el volumen y dejarse seducir por la voz aguardentosa empardada, como en el truco, con la imagen del televisor.
“Te empezás a hacer un poquito grande, y yo no quería dejar de jugar al fútbol sin haber jugado en Nacional. Y con la lesión del año pasado, dije: ‘Si me llega a pasar algo, nunca me voy a perdonar haber tenido una carrera linda como quise, pero sin jugar en el equipo que soñé’. Tenía muchas ganas de tirar para arriba, darle otro empujón, otra vuelta de manija al fútbol, y lo hice viniendo acá, a sacarme las ganas de vivir un sueño, que es jugar en Nacional. Y Nacional es eso, algo para compartir con mi familia, con mi entorno. Juego, disfruto y estoy con toda mi gente que va a disfrutar tres veces más que cada vez que me han visto en la cancha… y el clásico, ¡pah! el clásico lo jugué mil veces, ¡y cuántas veces ordené y dije lo que hay que hacer desde la tribuna!”.
La parrilla del barrio es el punto de encuentro. Picoteamos la sugerencia de la casa mientras esperamos. Tenemos cosas en común. Nos conocemos hace años. Él me cuenta de sus hijos, de Nacional, del Chino Recoba. Dice que es un mostro y una ráfaga de imágenes se adueña de nuestros ojos. Alguien le grita que el domingo hay que ganar. Seba le enseña el pulgar y larga ese grito entre guerrero y poético: ¡Vamo arriba!
“Sin convicción en lo que sos y en lo que podés hacer no podés entrar a la cancha y no podés competir con nadie. Porque el fútbol es competir. Hemos visto 100.000 personas que juegan o jugaban más que nosotros, y decís: “¿Por qué no puede jugar este acá?” y capaz que es porque no está convencido. Yo eso lo tengo y es parte de lo que soy. Lo que más me gusta y lo mejor que sé hacer en esta vida es jugar al fútbol. Yo quiero llegar a hacer lo mejor que yo pueda hacer. Entonces, en España, cuando extrañaba, pensaba dónde estaba, lo que había logrado, y que quiero jugar hasta que no me den las patas. Hay una parte grande de ilusión y competitividad que acá se da y que allá no, porque están un poco más cómodos y no es lo mismo. Acá he jugado en equipos chicos y es bastante más difícil, es una lucha, porque a la gente no le alcanza con estar ahí, querés jugar otro fútbol, ganar más dinero, y quizá cuando ya estás en Europa se pierden los niveles de ambición y de ilusión”, confiesa.
Extraños conocidos
Volvemos a casa y aprontamos un mate como en un ritual común. Se ajusta el foco, el grabador se prende, el perro reconoce a la gente. Todo es ameno.
“Si hacés una transversalidad, todos los vestuarios son los mismos: somos 25, están contentos los que juegan y los demás están ahí, empujando. Me pasó una vez de encontrarme con un loco al que no le gustaba jugar al fútbol y entrenaba aparte todos los días. Hoy en día le dieron de baja por un problema en la espalda y tiene ganado su sueldo para toda la vida. Nunca me había pasado, y creo que nunca me va a volver a pasar. La vez que tuvo la oportunidad de jugar, no quiso. Eso acá o en Argentina es muy difícil que pase. Acá vivimos al día. Si tenés la suerte de terminar en un equipo grande o que te vaya más o menos bien, quizá podés comprarte una casa, un autito, pero después tenés que salir a laburar, no queda otra. Pero lo que sí tenemos es la idiosincrasia de ser competitivos, y si mañana vamos a jugar con Alemania, sabemos que le vamos a ganar. Allá se respeta y se asume que cuando alguien es mejor, es mejor y chau. No está esa rebeldía que hay acá de que siempre somos los que no, siempre nos va mal, pero en realidad adentro sabemos que la vamos a romper, que cuando queremos, la rompemos. En España se sabe que el uruguayo es competitivo y que va a pelear más que siempre, sobre todo en los partidos más grandes. La competitividad es lo que hace que salgas, o te destaques, porque acá es muy difícil destacarse: por las canchas, porque se marca fuerte, por cómo jugamos… Entonces, el que sale tiene eso innato de pelear, luchar y destacarse, y en todos lados se conoce esa característica, porque hace 100 años que van uruguayos a jugar a Europa. Esperan eso de vos. La palabra exilio es una palabra durísima, pero en el fútbol tenés diez años para hacer la plata que te dure para tu vida”, asegura Seba.
Pateo palitos que el perro ataja en la vereda. Montevideo está tan pañuelo como siempre, y por las callecitas que chorrean de Bulevar se sienten los ecos del estadio. Llamo a mi viejo para hacer un paralelismo entre lo que él ve y lo que yo escucho. Las paralelas siempre se cruzan en algún punto.
Todos los pasos valen
“A mí me ayudó a crecer el paso por Buenos Aires, porque arranqué a jugar tarde, con 18 años, y soy muy de mi casa y de mis amigos. Nunca me imaginé trabajando de mozo en otro país o de profesor de educación física, que era lo que quería hacer, en el exterior, siempre me imaginé acá en Uruguay. Y salir fue un paso grande. Mis amigos se tomaban mis partidos como para romper las bolas, para juntarse, iban llegando de a uno y el Méndez Piana era el punto de reunión. Cuando fui a Defensor Sporting me puteaban porque no les gustaba, porque se perdió aquello de la cancha chica de Miramar. Para mi segundo partido en el Centenario, me hicieron una bandera que decía “Fossati, Seba Fernández es uruguayo”. Cosas que dijo Sebastián, hoy curiosidades... eso que llaman destino.
Segunda parte: la mirada de Fermín
Peñarol gana 1-0 con gol del eterno Pacheco. Gutiérrez manda tres cambios a la cancha. A la cancha para hacer realidad lo que se juega en la cabeza. Seba define muy bien las motivaciones del exterior. Sobre todo, la música y sus letras que, aunque nada tengan que ver con el juego, son alimento para subir los estados de ánimo. “Antes tenía bandas para ir a la cancha. Escuchaba mucho La Renga. No son canciones de fútbol, pero cada uno la interpreta para donde quiere. Como dijo el Indio [Solari]: ‘Yo no voy a explicar mis canciones’. Esas cosas están buenas porque te llevan a la concentración. Pero cuando te concentrás en el partido es difícil salir sonriendo, estás metido en lo que tenés que hacer. Esas cosas las fui dejando, como las cábalas, pero ahora, cuando volví de la lesión, me enganché con el tema de La Vela Puerca ‘Sobre la sien’”. Y canta, agitando sus brazos, saltando en el sillón, mordiendo el labio inferior: “Todo bien / todo está listo / ¿cómo vas? / yo, aquí me ves”... canta como quien desahoga tensiones, como la exhalación y el afloje del gol que fue gol y se transformó en festejo. El marcador en el estadio se comía los minutos y, casi sin batería, prendió el 1-1. Completita.
Sebastián tiene otra pasión: leer. Devoto de los libros en la mano, es de los que terminan uno y empieza otro. ¿El Kindle? A veces, dirá. No hay pausa, hay mundos. No la hubo nunca, y cuenta que la herencia viene de familia. “En casa mi vieja fue y es muy lectora, porque su mamá, mi abuela, se lo promovía. Siempre hubo libros por todos lados, ellas siempre nos incentivaron. Quizá no fue por el estudio, pero tengo mucho amor por la lectura”, comenta entusiasmado. Y sigue, como un corte en velocidad más quiebre de cintura y enganche con balón y libros dominados. “Me gustan las obras de [Roberto] Bolaño, de él puedo poner cualquiera en mi lista de los mejores. Me acuerdo de que en una época hablaba sólo de Bolaño, pasaba todo el día leyéndolo. También [Fiodor] Dostoievski, lo mismo con [Juan Carlos] Onetti, todos me representan. Pero leo mucho, busco... Ahora terminé Canadá, de Robert Ford, estoy leyendo cuentos de Junot Díaz, un dominicano que trabaja el spanglish, y un libro de Flannery O’Connor”. Canchas difíciles si las hay, al menos por encima del lector primerizo. Sin embargo, a Seba lo ayuda la trayectoria: “Nunca noté que se me complejizaba la lectura: mi madre me iba dando libros y yo leía. Hay épocas, yo qué sé. Por ejemplo, Cien años de soledad lo arranqué tres veces, hasta que un día lo empecé y lo terminé”.
Núcleo y desenlace
La charla continúa y camina por la ineludible línea del orsai que divide realidad y ficción. Personajes de fábulas que caminan todos los días por las calles del barrio; personajes del boliche o del deporte que no son creíbles como reales. Su experiencia en España le permitió conocer de cerca un mundo con otra idiosincrasia. Pep Guardiola, ¿realismo mágico o non-fiction? “Lo más salado que yo vi fue el Barcelona de él con [Lionel] Messi a la cabeza. Fue por lejos el mejor, totalmente despegado. Lo increíble de esa gente es que tienen todo y que hacen todo por más gloria. Siguen motivados y jugando con todo, y hay un punto en que te preguntas: ¿cómo hacen para seguir y seguir y seguir? Me volvían loco, siempre estás pensando que podés, pero no teníamos chance”, afirma Seba, y sigue, tratando de develar un hilo que explique -nos explique- cuál es el punto más verdadero, verosímil: “En España se empezaron a dar cuenta de lo que pasaba con ese equipo, sobre todo cuando ellos bajaron la intensidad. Guardiola fue a México en su último año de profesional, a aprender cómo salían jugando y cómo lo hacían los arqueros con los pies. El Loco Abreu contaba que el tipo terminaba los entrenamientos y se quedaba anotando todo en una libretita. España salió campeón de todo con la base de Guardiola y ahora pasó lo mismo con Alemania. Algo tiene que tener. Pero a esa gente la siento lejos, porque no llego a ver cómo es, lo que quiere representar, su esencia…”. Tal vez no haya un Guardiola. Deben ser muchos, uno por cada estamento en donde se maneja el fútbol siglo XXI. Nada es librado al azar, eso también se llama Pep, y suele ser tan importante el acierto dentro de una cancha de juego como el accionar -por qué no, la manipulación inteligente- ante los medios de comunicación. El mito supera a la historia, como la posesión de pelota superó todas las estadísticas futbolísticas. El delantero tricolor lo define así: “Personajes hay cientos y miles. En el fútbol, para llegar hay que dar y recibir determinadas cosas, eso genera una cierta uniformidad, y después somos todos medios parecidos. Hay que estar muy cerca de cada uno para saber quién es realmente. En planteles grandes ves un par de horas a la gente, por fuera o por el costado; es muy difícil conocerse. Cuando se tiene más tiempo se muestra más lo distintos que somos, las cosas propias”. Hace una pausa, respira, sonríe -como toda la tarde-, define con seguridad que son utileros, fisioterapeutas y cancheros quienes se acercan a cada jugador con naturalidad, con el tiempo en común a favor para generar interacciones que se acercan al compañerismo.
Si hubo un par de palabras reiteradas mientras conversamos, una de ellas fue esencia. Y fue Sebastián quien se percató, al grito de “hablamos mucho de esencias”. Claro, un delantero siempre juega entre líneas. La mayoría escapa, en una de ésas cae en la trampa del fuera de juego y se pisa el papelito. Dijo que el equipo con más esencia en el que estuvo fue Rayo Vallecano, porque tuvo y tiene algo que no sintió en ningún otro lado, que es la unión y la empatía entre jugadores e hinchada. Dijo: “Es un barrio chico de Madrid, de gente trabajadora, que no tiene un peso, y a la vez es el equipo más pobre de la categoría. A la gente no le importaba si ganabas o si perdías. Si vos corrías y luchabas, la gente te esperaba cantando y alentando. En la mayoría de los lugares donde estuve no importa si jugás bien o mal, importa ganar. En el Rayo no, en el Rayo el equipo se siente como algo muy propio, es una forma de ser”. Sebastián le cedió el honor de la camiseta española a Agustín, y la confianza, porque no quedaba otra, se la dio al Chino Recoba. Un mostro más real que todos, con la maravilla en la izquierda y una comba de campito para reventar tricolores deseos. Ilusión y competitividad se fusionaron.
Ser. Pertenecer. Aferrarse a la forma que cada uno cree. Que él cree. Con su canción, que parece siempre la misma, hace acordar a la letra que cantó para salir del callejón de las lesiones y poder estar. En el clásico, claro, donde su película se definió tal cual fue planificada, protagonizada y dirigida. “No tengo un equipo ideal. Al fútbol siempre lo asocié a jugar con mis amigos. Por más que haya otro enfrente, yo elijo a un amigo. Y en esto de que somos uruguayos, vamos a jugar y le vamos a ganar al que sea. Y si de diez veces ganamos una, ésa será la vez que le ganemos: la más linda de todas”.