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Una especie del día después, pero con gañota. El partido Francia-Nigeria del martes fue el primer encuentro que vi, como tal, como un partido de un Mundial, después de que Uruguay quedó fuera de competencia. Una experiencia no muy común para los miles de opinadores con carné de periodista, que permite sacar y encontrar conclusiones que en otros casos quedan escondidas detrás de la emoción, o disimuladas en la carrera por la información. Es interesante, como espectador, pero más como aficionado al fútbol, poder tener los tiempos necesarios como para apreciar y aquilatar este tipo de competencias. En lo puntual, o sea el partido que los franceses le ganaron con mucho sufrimiento a los esforzados e inocentes nigerianos, lo mismo unas horas después en el de alemanes y argelinos, y ni qué hablar, aunque otra vez corrompido por lo emocional, el de argentinos y suizos. Lo primera conclusión como espectador medianamente preparado para seguir este tipo de competencias, es que en un Mundial se juega el mejor fútbol, y cuando digo el mejor, no me voy a la canaleta del más lindo, o el más utilitario, el más ofensivo, el de mejores defensas. Lo afirmo en un todo, conceptualizando el fútbol como tal. Todos los equipos están preparados y tienen condiciones técnicas estimables. Todos los partidos tienen un juego rápido, aplicado, muy preciso, ya sea en lo planificado o en lo ejecutado por los futbolistas. Esta suerte de reivindicación no me la encargó la FIFA, pero me pareció necesaria después de mirar flojito y sin tensiones cómo los nigerianos le plantaban cara a los franceses, y como éstos a su vez demostraban capacidad en la técnica del tratamiento de la pelota a velocidad. Parecería, y ésa es la parte reseñable, que siempre se termina generando una espectacular disputa, donde no siempre prevalece ante los ojos formados para mirar fútbol una jugada de engaño y repentización de un futbolista, o una sucesión de toques colectivos con los que avanza un equipo, sino que además se advierten destrezas defensivas, nucleamientos organizados para desbaratar la estrategia del rival, y claro, destaques individuales. Es decir, estoy de acuerdo y como pueda actuaré en consecuencia, que el actual formato de organización FIFA no es para acompañarlo y hasta hay que combatirlo, cambiarlo, con su modelo circo 2.0, o Rondamomo, donde llegan, traen la gente, y más o menos te hacen corear la canción que hay que cantar. Eso es cierto. Ya lo hemos comprobado, ya mucha gente dice que así no puede ser, que es inadmisible que la FIFA pase por sobre las leyes de los Estados, a tal punto de impedir, por encima de la Constitución brasileña en este caso, la libre circulación de un individuo que cometió una falta deportiva. Pará FIFA, bajá dos cambios. Sin embargo, cubriendo y mirando estos partidos encontré de nuevo la esencia y la génesis de la historia de esta competencia, que es la acción de los mejores entre los mejores, enriqueciéndose con la competencia y enriqueciéndonos a nosotros, los cultores del espectáculo, con el mejor fútbol del Mundo. Eso hay que rescatarlo. Se juega buen fútbol, se juega muy buen fútbol en un Mundial. Están muchos de los mejores, -habrá otros mejores que seguro no están- y los colectivos desarrollan sus mejores atributos. Como espectáculo futbolístico, vale mucho la pena. Se juega bien. Lo hacen aquellos que no acompañan el sistema, que de alguna manera, a través de ejecución sumaria o simplemente por inercia, se sacan de encima a algunos y también lo hacen bien los que no han sido traídos como actores de reparto. No los llevan de la mano, pero seguro que para dejarlos afuera hay que darles el golpe de manera tal que no haya manera de recuperarse. Los arbitrajes son malos en su mayoría. ¿Pero son malos los árbitros? ¿O son personas que de alguna manera se sienten presionados por sus managers de FIFA? Es seguro que si Neymar aquel día del codazo en el partido inaugural era croata, hubiera sido el primer expulsado del campeonato. Si Fred hubiese nacido en los Balcanes, se hubiese llevado amarilla, y nunca penal, si el Palito Pereira fuese un negro inglés, el que le pegó el rodillazo, estaría expulsado y si el holandés Robben fuese Chicharito o Suárez, en vez de penal, lo hubiesen echado por doble amarilla. Pero además cobran cada cosa increíble. Y aun así el campeonato es maravilloso y tiene las mejores expresiones futbolísticas. Hay otra cosa que rescata el torneo con la mayor expresión y también es llamativamente nueva. Habla de la excelencia por la paridad del torneo, aun cargando todos esos factores exógenos, a los que hay que agregar fuertemente la televisación de la FIFA, que omite arteramente ciertas repeticiones, y que promueve cosas increíbles, como la repetición una y otra vez del gol de James Rodríguez en el primer tiempo de la victoria colombiana sobre los uruguayos, y omitía la aparición de las caretas de Suárez, por ejemplo. Se trata del rescate del espectador, del seguidor, del connacional, del análisis de lo hecho, y no de sus resultados. Es así, que selecciones que ya están fuera del campeonato han sido recibidas en sus países con honores. Y eso ya le pasó a Uruguay, Chile, México, Argelia, Nigeria, Grecia, y capaz que les pasa a los suizos -no les hubiese pasado a los argentinos- que estuvieron a nada de llegar. Termino como arranco. Esta organización FIFA de los mundiales no tiene goyete, pero el fútbol que se juega en los mundiales es, sin dudas, el mejor producto fútbol que uno puede ver.

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