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El 5 de Talleres.

Mediocampo

13 minutos de lectura
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Charla con Esteban Lamothe y Adrián Biniez, actor y director de “El 5 de Talleres”.

Esto no fue una entrevista. O sí, porque existió cierto protocolo periodístico entre preguntar, responder, observar y analizar. De todas formas, pareció ser una conversación de viejos cafetines, con cuatro tazas, un disparador y ciertos efectos mariposa. Como quien cuenta una película.

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Adrián Garza Biniez no sólo lleva un pibe de barrio dentro, sino también un hincha del fútbol; pero sobre todas las cosas, y con todo lo que tiene su vida de cine, es hincha de Talleres de Remedios de Escalada. “Escalada es un barrio como una ciudad, de 90.000 habitantesm entre Lanús y Banfield. Te vas conociendo con todos. Empezás con los grupos de la escuela, después los de la manzana, los del otro barrio. Ahora somos un gran grupo de amigos de distintas partes. Al Patón lo debo conocer desde los 15”, comenta el Garza, entre anécdotas de colonias de vacaciones y el club donde todos coincidían. Y sigue: “Justo estábamos hablando de [Sergio] Bonassiolle con Abi Mendlewicz, que es hincha de Chacarita, y me preguntó si seguía jugando. Yo le dije algo así como ‘no, ya se retiró el 5 de Talleres’. Él dijo que era un buen título para una película; así empezó todo, como jugando. Lo primero que escribí fueron las ocho páginas de la expulsión. La piña al túnel la pusiste vos”, dice, y apunta a Esteban Lamothe, quien encarna en la película el papel del Patón Bonassiolle. Se ríe por lo bajo mientras apoya tímidamente los lentes negros sobre la mesa entre los cafés, un momento antes de abrir diálogo para reforzar la idea: “Yo me imagino que una superestrella que maneja otro tipo de nivel capaz que no se siente identificado, pero hay cosas con las que se debe identificar cualquiera. Haya hecho plata o no haya hecho plata, la violencia de dejar de jugar es para todos igual; la vivencia, sí, 
es distinta.”

Hace un par de semanas que la película se estrenó con éxito en Uruguay. La escena de la que hablábamos, una de las primeras, representa a todos quienes hayamos vivido alguna vez una expulsión en el fútbol. Carne y hueso de un jugador expulsado que putea al árbitro tras la tarjeta roja y arranca sin consuelo hacia el túnel con el puño cargado para descargarlo en la primera chapa-víctima que aparezca. Así arranca El 5 de Talleres, como una historia de amor. Una historia de amor al borde de la línea de cal. Una historia de amor con camiseta a rayas rojas y blancas. Una historia de amor entre el hombre de la cinta de capitán y Ale (Julieta Zylberberg), la mujer guapa tras el alambrado.

Cámara, acción

“Rodamos plenamente en el club. Recuerdo estar filmando y tener atrás todos los jugadores del plantel de Talleres y los otros, que son pibes de [Futbolistas Argentinos] Agremiados. Fuimos a hablar con ellos y se prendieron. Chequeamos todo el tiempo con ellos, igual que con la gente de comisión directiva, los técnicos, los utileros y el Patón, que también estaba ahí”, cuenta Adrián, y Esteban remarca la referencia del Patón en la construcción de su personaje: “A mí me ayudó mucho, nos juntamos algunas veces antes de rodar. Toda la vida entrené: primero tenis, después boxeo, pero con el fútbol soy re amargo, boludo. Soy futbolero, miro todos los partidos, pero de chiquito era amargo, ¿viste cuando hacen el pan-queso-pan? al último que elegían era a mí, y eso no lo soporté mucho tiempo; no, basta, no juego más. Ahora para hacer la película tuve que pegarle de nuevo a una pelota después de 25 años y... más o menos, ¿viste? Los pibes se cagaban de risa. Igual el otro día me acordé que te pateé un tiro libre y te lo hice, ¿te acordás, Adrián?”. El Garza Biniez emite un “sí” seco que siembra la duda. La complicidad crece como el bullicio de una tribuna cuando la pelota pasa el medio de la cancha. Se escucha la voz de Julieta -pareja de Esteban en el mundo real- que llega de la calle y dialoga con Luis, el hijo de ambos. Suenan las tazas, subimos el volumen, convertimos el café del hotel en una cantina de un club social y deportivo a la hora del partido.

Esteban nació en Florentino Ameghino, provincia de Buenos Aires, lugar donde viven aproximadamente 8.000 personas. Cuenta el actor que en la Liga Ameghinense de Fútbol mandan Sarmiento y Atlético, y que, cuando era pibe, se jugaba contra equipos de la Liga de Lincoln, “de donde son los Schiavi”. Es tan futbolero que, con los ojos en el cielo raso, se concentra y no titubea en decir la formación del equipo del que es hincha, Sarmiento de Ameghino, cuando él tenía 13 años: “Los hermanos Ballestena, Yiyo y Vasco, uno de 7 y otro de 10; Pichu Calvo era el 9, estaba el Negro Castro, que era un arquero que habían traído de General Pintos, y Patito Chávez, que era el 3; después jugaba el Lalo Mansilla, su primo Claudio Mansilla, Ariel Pote y el Chueco Pineda. Me acuerdo de casi todo el equipo, debe faltar alguno nomás. El Beto Grandana también, ésa era la defensa. Fuimos campeones de toda esa zona”. El Garza lo busca y pregunta: “¿Y entró al Argentino C?” Lamothe se defiende con un “no, no sé, boludo”, aunque en realidad prefiere centrarse en su pasión. Se entusiasma, confiesa ser hincha de Boca y vuelca sobre la mesa: “Yo iba a la cancha siempre. Pero la última vez jugaban [Carlos] Mac Allister y [Nolberto] Solano, me acuerdo, fue un partido que Boca empató con Racing. Teníamos que ganar sí o sí, porque si no salía campeón River, y empatamos y a uno le partieron la botella en la cabeza y lo cortaron. La vez anterior no sé si Boca tenía suspendida la cancha o qué y jugaron en la cancha de Vélez, cuando jugaba [Carlos] Tapia, él hizo el gol. Cuando entró La Doce me empujaron y volé y dije ‘¿por qué cuando vengo a una cancha de fútbol tengo que salir volando?’ No fui más a la cancha, no quiero ver como le parten una botella a un chabón en la cabeza. Mal flasheado me fui del partido. Ni lo vi. Ahora sí, por la tele miro todo.”

Luis se arrima y se trepa a los brazos de su padre. Julieta sonríe un par de mesas más allá. Papá Lamothe pregunta: “¿de qué cuadro sos vos?” El niño responde “De Boca”, pero no quiere cantar la canción, prefiere el abrazo.

Adrián vuelve al fútbol, Luis vuelve con su madre. “Tenía un compañero del secundario que a los 16 estaba jugando en primera junto con [Javier] Pompei y [Roberto] Zanetti en el mediocampo de Talleres. En ese momento sí hacía una diferencia económica con los pibes, pero después es como un laburo”, señala el Garza. Pasan corriendo un centenar de ejemplos de ayer y de hoy. Hay un dejo de emoción en la mesa. Todos tenemos un gol para contar cuando la borra del café se instala.

Fútbol a sol y sombra

La película tiene de todo. Es una historia humana, intensamente emocional, en la que se reflejan momentos de crisis, fracturas cotidianas y comprensibles, intervalos entre el orden establecido, lo que es y lo que debería ser. Rueda la pelota y rueda la vida, como cuando las palabras y las cosas trancan sus viejas correspondencias entre semejanzas y similitudes mientras hablan de significados.

“Esos jugadores, como Patón, que tienen 35, 36 años, y están jugando en la C, ¿por qué juegan al fútbol?”, pregunta Esteban. Se autorresponde: “Porque tienen la necesidad. Por amor, boludo. Es una pulsión. Hay una tranquilidad y un amor, que no hay en otros lados, en un chabón que se baja del taxi y se pone los cortos para jugar el sábado. Gracias a esas personas el fútbol es lo que es en Uruguay y en Argentina”.

Luis reaparece y le alcanza un pan con dulce de leche a su papá. Somos testigos de una mirada íntima entre Esteban y Julieta. Adrián rearma la defensa: “Ese estereotipo del futbolista millonario cuando yo era chico no existía, es de los últimos diez, 15 años. En los 80 lo más zarpado que veías era cuando [Diego]Maradona volvía con el tapado de piel y [Claudio] Caniggia se enamoraba de Mariana Nannis”. “Tendría que haber un límite en el valor de un jugador de fútbol, porque si no es un delirio”, dice Esteban, mientras Adrián cuenta: “Ayer fui a ver Progreso-Villa Española. Progreso está meado, a los 44 minutos un penal a favor, iban uno a uno, lo había empatado, y ya lo veías, la carrera que tomó. Lo erró mal. Terrible”. Lamothe devuelve la pared con ironía de barrio: “[Carlos] Bilardo dijo que deberían permitir que un familiar o un amigo acompañe al jugador desde el medio de la cancha hasta el penal porque es el momento más crítico de tu vida, cuando más contención necesitás”; reímos todos y nos imaginamos con nuestras madres yendo a patear el penal. El actor de El 5 de Talleres sigue expreso: “Yo me crié viendo jugadores de fútbol interactuar en el banco de suplentes. Cuando yo era chico no había tribuna, entraba al vestuario. Por eso y por el boxeo yo ya tenía calado al deportista amateur... el vestuario... esa camaradería. Aunque en el boxeo hay una cosa más aplacada, de respeto, porque se cagan a trompadas. En el fútbol se permite más empujar, bardear... en el boxeo no existe porque se matan. Por eso hay una hermandad muy grande, porque saben que van a subir a darse, a lastimarse. Entonces están más unidos, incluso los rivales. En el boxeo son menos temperamentales, y por eso el fútbol se vuelve un poco más violento. Hay cosas que se repiten, y más con un 5 raspador como el Patón. Pero el guion estaba muy claro, cuando más tenés que laburar es cuando el guion no está claro; debe pasar lo mismo con un técnico, cuando entendés qué es lo que quiere. Si el chabón no sabe, tenés que inventar vos”.

Ni contigo ni sin ti

Julieta y Luis juegan en la vereda. Los vemos a través del ventanal de la cafetería. Ríen, hablan, gesticulan. Comenzamos a hablar del papel de Ale, la mujer de la película, y todos nos quedamos con las ganas de hablar con la mujer desde la mujer. Decidimos no interrumpir.

Esteban toma la posta: “En la película esta re lindo el rol de la mujer. Ojalá todos tuviesen una mujer como la de la película, que apoya al chabón, que le sigue bastante la cabeza. Aunque también lo manda a cagar, y eso está bien”. Pone el ejemplo de un amigo boxeador, campeón latino con terrible talento y que estaba para pelear a nivel mundial, para tratar de ser más claro en su decir: “Se casó con una mina cheta... ¿acá también se le dice cheto? El chabón pintaba cuadros porque también le gustaba el arte. Y después dejó, la mina nunca lo apoyó y el pibe tenía terrible talento”. Cosas que pasan. Difícil ajustar realidad y ficción. Mundos dentro de cada mundo. Todos de acuerdo en que hay situaciones y vivencias que sólo tienen sentido cuando son compartidas.

A las piñas

El actor habla desde la pasión. De todo: su trabajo, la pareja, la paternidad, el fútbol y el boxeo, su deporte actual. “Un amigo me contó que no fue al estreno porque peleaba el sábado. Estaba todo pálido y hasta tuvo problemas cardíacos por bajar de peso. Hay muchos boxeadores, pero estamos muy atrasados con las técnicas de entrenamiento, en las rutinas, la alimentación; si no, tendríamos más campeones. El boxeador que compite tiene una vida muy intensa de entrenamiento. Los chabones pelean cada tres meses”, comenta.

Como si todo fuera el mismo escenario volvimos al café, a lo nuestro, a querer saber qué pasó cuando se estrenó la película en el propio Talleres de Remedios de Escalada. “Estaban todas las caras de 20 años para atrás y les empezás a sacar la ficha. Hubo mucha gente emocionada después de la función, algunos llorando, pibes de mi edad llorando. Les re gustó, loco”, dice el Garza. “[Porque] ese era otro miedo, que la vea gente del club y les parezca que no representa. Puede haber gente que diga que no refleja el barrio, qué sé yo, o que faltó tal personaje o tal otro”, agrega Esteban. Vuelve el Garza: “A mí me ha pasado de encontrarme en lugares muy raros con gente de Escalada con la remera, te genera una cosa muy rara. Uno con la de River Plate en París me da lo mismo, pero uno de Escalada en un contexto rarísimo me pone la piel de gallina. Cuando no lo conozco me flasheo más. En dos minutos tenés algo en común”. Cosas habituales

Hay dos personajes relevantes en El 5 de Talleres. Uno es el entrenador Hugo Donato (Néstor Guzzini) y el otro es El Negro Iono (Alfonso Tort, el inolvidable Marmota chico de 25 watts). Son dos valores fundamentales para la historia vivida club adentro. Nadie duda de su cualidad ficcional porque están en una ficción. Tampoco se vacilaría en decir que son de la realidad, porque son de la realidad.

El personaje del director técnico es espectacular. Biniez cuenta que se inspiró en cuatro entrenadores: los argentinos Ricardo Caruso Lombardi y Daniel Profe Córdoba, y los uruguayos Carlos Manta y Juan Ramón Carrasco. Esteban lo sintetiza de la siguiente manera: “Es un personaje que tranquilamente podría ser re obvio, pero está muy bien logrado. Es un chanta, y a la vez es mucho más que eso. La escena que le habla al Patón, pensando en la retirada, cuando le dice ‘¿y ahora qué vas a hacer?’, es muy linda, muy sincera.” Y el Garza, con bisturí fino de director de cine, decide agregar datos entre risas, como desmitificando la charla de vestuario. “Es un motivador nato, que lee libros de autoayuda o libros de empresas, esos para salir adelante; lee mucho [Gabriel] Rolón y se cree que ‘cuando le diga esto a los pibes...’. No es que sea chanta, él se lo cree y piensa que lo está haciendo bárbaro”.

El personaje que encarna Tort es el del otro jugador viejo del plantel y tiene un papel importante. Comenta Biniez que Alfonso jugó en las inferiores de Bella Vista y eso facilitó algunas cosas. En la trama, por momentos, se refleja una especie de conflicto entre él y el Patón, por ser los mayores de un vestuario que exige códigos. Esas cuatro paredes.

“¿Las imágenes del vestuario? él es el único que no jugó al fútbol”, dice el Garza sobre Esteban, y agrega: “Alfonso jugó; de los dos pendejitos, Ale Arrieta, que en la película juega con la número 10, estaba haciendo las inferiores de River y antes estuvo en Huracán. Le gusta actuar y quedó con nosotros. Después casi todos son jugadores. Por ejemplo, cuando están con el psicólogo, la historia es real. Le pasó a Harald Schumacher, arquero de la selección de Alemania en el Mundial de 1986, cuando jugaba en el Colonia. La anécdota me la contó el productor alemán de la película, que es hincha del Colonia. Lo echaron en la propia Bundesliga, aunque parezca un hecho que sólo puede suceder en el ascenso nuestro”.

Brava la barra

Es momento de las confesiones. El Garza Biniez se llama hincha de Defensor Sporting porque Pablo Stoll, Ignacio Alcuri y Marcos Morón lo empezaron a llevar a la cancha. Al compás de los años que le tocaron vivir, celebra que desde su decisión enganchó al violeta en una de las mejores épocas a nivel nacional e internacional. Se habla de Nacional, se dice de Peñarol, se recuerda un 4-3 de la viola ante Liverpool en la cancha de Belvedere. Esto dejó de ser una entrevista hace rato; estamos los cuatro hablando de fútbol, hablamos el mismo idioma, venimos del mismo planeta: el de las bombas brasileñas y las voces roncas, los raspones fluorescentes y el alambre oxidado, el cuero curtido de la pelota y de la frente.

Cuál fue el motivo por el que en la mesa se empezó a hablar de poesía, no nos queda claro a ninguno, ni revisando la grabación. Esteban habla del escritor argentino Fabián Casas. “Es muy bueno y además es un divino, el chabón”, resume el actor. Además, comenta que es amigo de Pablo Ramos. Referencia inevitable fue hablar de la trilogía de Ramos: El origen de la tristeza, La ley de la ferocidad y En cinco minutos levántate María. Elogios y admiración. Lo que se recuerda de Casas es Pogo, en especial lo siguiente: “Sacudida por el viento / la ropa colgada produce aplausos secos / para nadie.”

A los que no les quedó ni una remera de fútbol fue a los actores de El 5 de Talleres cuando fueron a filmar a la cancha de Excursionistas. Director y actor cuentan que el clima que se vivió en determinado momento fue tenso. Se filmó bien y se trabajó bastante tranquilo, dicen, pero cuando terminaron la filmación se acercaron varios barras de Excursionistas y pidieron todas las camisetas porque sí, no por las malas pero tampoco por las buenas.

Se juega como se vive

Allá y acá, en las canchas argentinas o las uruguayas, de primera calidad, de segunda o de tercera, hay contextos naturales que son del fútbol, del juego. Esteban ve desde dentro de la cancha. Habla de Pablo Migliore, arquero de Peñarol, como la referencia de uno de su país que juega acá. Más que charlar sobre Migliore, lo que quiere decir es en referencia a las múltiples situaciones dentro de una situación. Por ejemplo, que “el mejor de todos fue Guillermo [Barros Schelotto]. Son esos jugadores que juegan dos partidos: el partido en sí y el partido que les cuentan a los rivales, les tocan el culo, hablan con el árbitro, pegan un codazo. Así los 90 minutos, ¡qué estresante!, te hacen acordar a algunos compañeros de la escuela”.

Cuando son las 18.00 en punto suena el teléfono de Adrián. Lo incomoda. Pide perdón y permiso para atender. “Es una radio”, comenta mientras se para y busca salir a la vereda. Ya no hay café ni vasos con agua; sólo sobres de azúcar descabezados. Un par de mesas más lejos, sí: suenan como campanitas cucharas y tazas mientras conversan unas señoras.

A Lamothe le toca responder solo, y primero lo hace sobre si tenía idea de por qué no hay niños en la película. “Ni idea”, contesta sinceramente, “por ahí me parece que la pareja está como en esa instancia previa de tener hijos, como que todavía están en esa instancia de novios pero ya de grandes. Creo que el vínculo está y es entre el Patón y el padre, y está re bien logrado. Todo: el hijo que discute con el padre porque sí, el viejo que no quiere que se retire y lo aconseja, las mujeres jugando su rol, entre obligando a decir y poniendo paños fríos. Por ahí hay que preguntarle al Garza”. Pero el Garza no está, así que sale otra pregunta: ¿Creés que los futbolistas tienen que ver la película?

“Yo creo que sí, porque habla del fútbol desde el amor. No está zarpada de fútbol la película, el fútbol está al servicio de la historia de amor. Habla con mucho cariño sobre el juego y los jugadores. Además, pensando en los futbolistas, se van a sentir identificados así tengan 20, 30, 35 años, porque hay algo en la película que está re vivo. Cuenta esta pequeña muerte que tienen todos los futbolistas cuando tienen que dejar de jugar. Y también tiene códigos que la hacen graciosa. Yo la miro y me divierto, la sigo viendo y me sigo riendo. Es de las pocas cosas que hice que me puedo sentar a mirar sin problema”, explica Esteban. Para cuando vuelve el Garza al mediocampo, decidimos cerrar el partido.

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