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El trabajo no es salud

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Luego de más de una semana de Juegos Panamericanos, Toronto ya es un mundo conocido y también lo son sus problemas. En realidad, no los problemas de Toronto, sino los problemas de lo Juegos Panamericanos de Toronto y, más precisamente, los problemas en relación con los medios de prensa y la cobertura de los distintos eventos. Eso es lo ya conocido.

La experiencia de cubrir un evento polideportivo tan grande puede conducir a más de uno a la locura. Pocas horas de sueño, grandes distancias por recorrer y mucho trabajo. Nombres de cientos de atletas que quedan guardados en algún lugar de la memoria y tienen que aparecer en el momento indicado cuando el micrófono y la cámara apuntan. Las caras son las mismas y están en todos lados. Poco a poco, resulta fácil reconocer qué canales estuvieron en qué evento. Incluso es posible adivinar qué deportistas tienen aspiraciones de medallas tan sólo mirando a los periodistas que los cubren, ya sean brasileños, venezolanos, argentinos o si llevan puesta la remera azul de la televisión oficial de los Panamericanos, la CBC canadiense.

Toronto tiene grandes ventajas y aciertos en la organización, pero a veces resulta inevitable detenerse en aquellas cosas que no resultan del todo bien y que, además, son las que generan frustraciones y problemas. Entre ellas, la más importante es el transporte. Los organizadores dicen que no hay más ómnibus disponibles en todo el país, que los trajeron todos para acá. La necesidad de transportar atletas y periodistas se resuelve con buses contratados que están todo el día recorriendo las sedes a disposición de la organización. Sin embargo, los horarios de salida y de llegada en algunas sedes no son muy puntuales. Además, ya se han registrado casos de grupos que quedan varados en una sede, a una o dos horas de la ciudad, y su ómnibus nunca llega. Ése es otro detalle importante. Estos Panamericanos están organizados no sólo en Toronto, sino en toda la zona de Ontario, la provincia en la que está ubicada la ciudad. Supuestamente esto es una ventaja, ya que quienes hicieron la inversión explican que esto permitirá que las comunidades cercanas a la ciudad tengan infraestructura deportiva de primer nivel en el futuro. Por ejemplo, un centro acuático absolutamente nuevo, el velódromo y otros tantos ejemplos.

Pero, a los efectos del trabajo de cobertura de prensa, resulta un problema. Los periodistas deben estar a veces en más de un lugar al mismo tiempo y, en muchas ocasiones, a la hora de optar, la distancia juega un papel clave. No es lo mismo ir a ver un evento que dura dos horas para luego ir a otro, que ir a ver un evento que dura dos horas y perder tres horas más de viaje en camino a otro lugar. El trabajo se dificulta y, sobre todo, el tiempo se desperdicia. En un principio, se dijo que todos los ómnibus contarían con wifi para que se pudiera trabajar durante los traslados, pero lejos estamos de esa realidad.

Los atletas también han manifestado sus molestias con el caso. Días atrás, antes de que le tocara competir, el judoca Juan Romero explicaba que muchas veces los traslados desde la Villa Panamericana hasta el centro de entrenamiento no se realizaban en tiempo y forma, lo que alteraba la planificación de los entrenadores.

Pese al problema del transporte y de la lejanía de algunas sedes, cada uno de los estadios cuenta con espacio cómodo para la prensa. Además, la mayoría tienen una carpa con acceso a internet y conexiones eléctricas, además de televisión e impresoras, que funcionan como centro de prensa de cada sede. Allí el trabajo es mucho más cómodo y, por supuesto, no faltan los bocaditos, el café y el té. “Sírvase de a uno, por favor”, advierten los carteles cuando uno se aproxima a esas canastas llenas de sorpresas. En algunos lugares priman los postres dulces, las magdalenas y las barritas de cereales. En otros, los salados como papas fritas y todas las líneas de snacks mundialmente conocidas.

Otra curiosidad para aquellos que están haciendo sus primeras experiencias en este tipo de eventos son las acreditaciones. Esas tarjetas grandes con foto y nombre que cuelgan del cuello de todos los que pretenden acceder a algún espacio de trabajo o área restringida. Atletas, organizadores, periodistas; todos precisan sus acreditaciones para moverse por las sedes. Esas grandes tarjetas tienen códigos. Poco a poco, uno comprende que, según el color de su tarjeta, puede sentirse un privilegiado o directamente un infeliz. El azul, por ejemplo, permite el acceso al terreno de juego; así que, como con los de figuritas, cuando abrís el sobre, rezá por que te toque azul. Pero además, las tarjetas tienen números y siglas. Todas las siglas significan algo, y la explicación de su significado está al dorso. Por ejemplo, si la tarjeta dice PAV, usted podrá entrar a la villa de los atletas.

Si uno viene caminando y se encuentra con alguien que tiene la tarjeta llena de números y siglas, sabe que esa persona tiene un puesto importante. Las acreditaciones son un lenguaje aparte. Tienen sus códigos, sus colores y hay infinitas combinaciones. Esto, a veces, complica a quienes están cuidando la puerta, voluntarios que todavía tienen problemas para reconocer qué le corresponde a cada acreditación. Con el correr de los días, obviamente, su entrenamiento ha aumentado, en detrimento de aquellos que aprovechaban los descuidos para mandarse por la puerta que no les correspondía.

Y ése es el otro gran tema: los voluntarios. Estos juegos tienen más de 22.000, repartidos por todas las sedes, que cumplen las más diversas tareas. Algunos alcanzan pelotas en partidos de vóleibol; otros señalan dónde está una salida, la escalera o las toallas de papel para secarse las manos en el baño. ¿Se imaginan? Uno llena la aplicación para ser voluntario, con la ilusión de poder disfrutar de la acción del certamen en algún estadio y, en vez de eso, su trabajo termina siendo el de sentarse en el baño y señalarle al que recién se lavó las manos que ahí hay papel para secárselas. Cualquiera que esté en Toronto les puede confirmar que esto es cierto.

Pero hay otra pregunta que como uruguayos nos intriga. ¿Cómo hacen para conseguir miles de voluntarios sin dar nada a cambio? Los voluntarios reciben un uniforme y las comidas que correspondan a sus turnos. Luego, nada más. No hay en beneficio de ellos más días de licencia y, como mucho, podrán llevarse un vale de descuentos en tiendas de ropa de la ciudad. ¿Por qué lo hacen? Algunos hablan de que es común en Canadá. En cada evento que organizan, el voluntariado juega su gran rol y ellos se sienten orgullosos de eso. Otros, con la sinceridad como bandera, explican que están invirtiendo ese tiempo, e incluso gastando días de vacaciones para hacerlo, porque queda bien en su currículum. Estudiantes de comunicación, gestión deportiva y carreras relacionadas son voluntarios y se desempeñan en funciones que luego les podría tocar cumplir profesionalmente. Lo hacen como forma de ganar experiencia y de generar contactos. Quienes están encargados, por ejemplo, de ayudar a la prensa pueden llegar a conocer en estos Panamericanos al señor o la señora que les dé su próximo trabajo en la carrera para la que se prepararon.

Con gran organización, algunos problemas de transporte y una fuerza de voluntarios que asombra, estos Juegos Panamericanos ya pasaron su primera mitad y se acercan al final. Entre la locura, corriendo de un lado para otro para llegar a ver a los uruguayos, y las escasas horas de sueño, esta experiencia es uno de esos momentos por los que varios esperamos toda la vida.

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