El terror, el peligro, el miedo, la codicia, el dinero, la corrupción, la muerte. Todo eso formó parte del mundo de Pablo Emilio Escobar Gaviria, el famoso narcotraficante colombiano que tuvo a su país de rodillas y contribuyó a generar una guerra que se llevó la vida de más de 10.000 personas. El hombre de barrio humilde que forjó un imperio y ganó toneladas de dinero hasta el día de su muerte en 1993 es el dueño de una historia que no parece acabar. Hoy los libros, las series, las películas y los datos que surgen confrontan una leyenda que lo tiene como héroe y villano al mismo tiempo. En esta nota, la diaria se propone ingresar en otro mundo, poco mencionado, en torno al capo antioqueño: su vínculo con el deporte, principalmente con el fútbol. Una entrevista a Jhon Jairo Velásquez Vásquez, más conocido como Popeye -ex sicario y hombre de confianza del Patrón-, junto a otras fuentes calificadas, en un recorrido que trasciende el amor que Escobar tenía por la pelota. “Es otra faceta de Pablo Escobar y va a enriquecer al deporte. Porque nosotros sí somos ejemplo. De lo que no se debe hacer”, aseguró Popeye al finalizar la entrevista con la diaria, liberado de la cárcel en 2014 tras haberse entregado a la Justicia en 1992.
Llevame en tu bicicleta
La adolescencia y madurez de Pablo Escobar transcurrió en el barrio La Paz, en Envigado, un pueblo situado al sur de Medellín, a donde llegó en 1964 junto a su familia. Pablo jugaba con sus amigos y hermanos, sobre todo al fútbol, en el que se enfrentaba a los vecinos del barrio El Dorado en apasionantes contiendas en las que ya mostraba su espíritu competitivo. Amigo únicamente de los triunfos, sus compañeros de juego de aquellos años recuerdan que cuando veía que la derrota era inminente, inventaba una excusa o directamente se iba de la cancha.
Antes de asentarse en La Paz, la familia compuesta por Hermilda Gaviria (maestra) y Abel Escobar (trabajador rural), padres de siete hijos, estuvo por otros pueblos. Roberto fue el primer hijo, nacido en 1947, y Pablo Emilio nació el 1º de diciembre de 1949 y fue bautizado así en homenaje a su abuelo. Cuando vivían en Guayabito, Rionegro, los hermanos tenían que hacer cuatro horas de viaje a pie para llegar a la escuela. Su madre, con esfuerzo, compró una bicicleta, y al tiempo adquirió la segunda, ante las quejas de su hijo mayor. Con el paso del tiempo, Roberto se fue convirtiendo en un corredor muy bueno, y obviamente la rivalidad con su hermano se despertó. “Se moría de la rabia porque entrenaba a diario con mucho esfuerzo y Pablo, que era más bien vago para la bicicleta, le ganaba todas las carreras”, describe Juan Pablo Escobar, hijo de Escobar en su libro Pablo Escobar. Mi padre. El hermano mayor de Pablo, apodado Osito, se vínculó más tarde a los negocios de su hermano, aunque con cierto recelo. Pero antes de eso se dedicó de lleno al ciclismo; fundó su propia bicicletería en Manizales y compitió en la Vuelta a Colombia y en diversos clásicos ciclísticos, en los que su hermano lo acompañaba. “No era un bandido. Pero Pablo no lo apoyaba por el deporte, y lo convencía de que trabajase con él. Era una persona sana”, dice Popeye.
Rápido y tramposo
Bien entrada la década de 1970, en el momento en el que Pablo Escobar ya se encontraba consolidado, con mucho dinero, fincas y un negocio que funcionaba muy bien, se dedicó, junto con su socio y primo Gustavo Gaviria, a despilfarrar dinero en una de sus pasiones: las carreras de autos. En 1979 aparecieron en una carrera que se disputaba en el Autódromo Internacional, al norte de Bogotá: la Copa Renault, en la que se permitía la participación de novatos. “La afición por participar en competencias de alta velocidad les había surgido en 1978, cuando habían atesorado una buena cantidad de dinero por cuenta del narcotráfico y buscaban ansiosos otras actividades para distraerse”, cuenta Juan Pablo Escobar sobre esos tiempos.
El requisito de la Copa Renault era competir con un Renault 4 original, al que se le podía realizar cambios autorizados en motor y suspensión. Los primos compraron diez vehículos y se los entregaron a un ingeniero especializado para hacerles ciertas variantes. Se anotaron en la competencia con los nombres Bicicletas Osito y Depósitos Cundinamarca.
“Le gustaba competir. Era un hombre al que no le gustaba perder, y se esforzaba al máximo. A la competencia le llamaba la ‘Coca’ Renault, porque la corrían muchos narcotraficantes. El Patrón era tramposo profesional, bandido; les metía gasolina de avión a los autos. A un Renault 4 le metió un motor más grande. Revolucionaba los carros y tenía los mejores. Él estaba enfermo por las carreras de carro. Había un competidor muy joven, y él conseguía que le tiraran grapas para hacerlo perder; era muy tramposo”, recuerda Popeye. Según recoge Alonso Salazar en su libro La parábola de Pablo. Auge y caída de un gran capo del narcotráfico, una de sus fuentes le contó la anécdota de las adulteraciones en las carreras para ganarle a su gran rival, Ricardo Cuchilla Londoño. “Pablo me llamó y me dijo que Cuchilla iba a ir adelante, y me dijo que me ubicara en el kilómetro 20 y arrojase tachuelas para pinchar sus llantas, y que las barriéramos enseguida”. Así ganó la competencia Trepadores a Santa Elena, triunfo muy publicitado por la prensa local, a la que le pagaba para que transmitieran las competencias.
Juan Pablo Escobar asume que en la primera carrera, en febrero, los médicos no autorizaron a su padre a participar porque no lo encontraban apto físicamente. “No tuvo inconveniente en sobornarlos para que alteraran el examen y autorizaran la expedición del carné con el que compitió”, detalla. Al finalizar el año, Pablo y Gustavo culminaron en los puestos cuarto y noveno, respectivamente, a pesar de todas las artimañas realizadas. Igualmente la prensa los destacó en su momento: “Entre los novatos se destacan Lucio Bernal, de Bogotá; Pablo Escobar, Gustavo Gaviria y Juan Yepes, todos de la capital antioqueña [...]. Volantes como Pablo Escobar están en plena alza”, marcaba el diario El Tiempo de Bogotá en el primer semestre de 1979.
Esta experiencia, si bien no le reportó a Escobar triunfos deportivos, sí le permitió incrementar su red de contactos; profundizó, por ejemplo, su relación con Gonzalo Rodríguez Gacha, el Mexicano -uno de los pilares del cártel de Medellín- y Ricardo Londoño, quien fue el primer colombiano en llegar a la Fórmula 1 y fundó una empresa en Miami a la que satisfacía con pedidos a Escobar.
El fútbol, siempre el fútbol
El fútbol era el deporte que Pablo Escobar más admiraba. No faltaba nunca, ni cuando estaba preso, ni cuando estaba escondido. Se han tejido historias sobre sus vínculos accionistas en este deporte, algo que parece poco creíble, ya que el dinero del capo estaba garantizado y el verdadero poder por el que quería involucrarse era el político. El fútbol era su pasión y hasta lo utilizaba a su favor, como cuando se fugó de la cárcel de Bellavista en 1976 (antes de sacarse la famosa foto en la que se lo ve sonriendo), durante un partido de fútbol, con la complicidad de los jugadores, a quienes les pidió que patearan fuerte para ir lejos a buscar el balón.
El deporte tuvo un carácter social para el Patrón, sobre todo cuando comenzó a financiar la construcción e iluminación de escenarios deportivos, principalmente de fútbol, en muchas barriadas pobres de varias ciudades antioqueñas. “Mi papá quería ayudar a esas localidades para que los chicos se dedicaran al deporte y, paradójicamente, no a la droga o al delito. Mi madre y yo lo acompañamos a dar el saque inicial en los partidos inaugurales. Nos llamaba la atención que las graderías siempre estaban abarrotadas de público”, cuenta Juan Pablo Escobar.
Muchas de esas inauguraciones tuvieron lugar en el momento en que dio el paso que muchos consideran el peor error que cometió: su incursión en la política para participar en la elección del Congreso Nacional, en 1982. “El poder económico ya lo tenía, pero necesitaba acceder al poder político. Fue más importante aspirar a ser miembro del Congreso que cualquier otro cargo en el fútbol”, señala Gonzalo Medina, periodista e investigador colombiano, en diálogo con la diaria. La presencia de grupos guerrilleros y narcotraficantes en Colombia generó que Estados Unidos pusiera los ojos allí. En 1979, bajo el gobierno del liberal Julio César Turbay, ambas naciones firmaron el Tratado de Extradición, que permitía que los narcotraficantes colombianos fuesen juzgados en Estados Unidos, una medida contra la que Pablo Escobar luchó hasta su muerte.
Tras un proceso personal y siguiendo los consejos de algunos de sus principales allegados, Escobar aceptó participar en la política como segundo en la lista que encabezaba el abogado Jairo Ortega para la Cámara de Representantes por el Movimiento de Renovación Liberal. Ese grupo adhirió también al doctor Luis Carlos Galán por el Nuevo Liberalismo.
Enseguida comenzó la campaña política del Patrón y, por ende, se aceleró el proceso de inauguración de canchas. Pero hubo un cambio radical para Escobar cuando Galán, uno de los primeros en manifestar la lucha que el país debía aplicar contra el narcotráfico, rechazó la adhesión de Ortega y Escobar a su partido, porque no podía aceptar la vinculación de personas cuyas actividades estaban en “contradicción con nuestras tesis de restauración moral y política del país”. Eso hizo que Ortega se uniera a Alberto Santofimio Botero, quien lideraba el pequeño movimiento Alternativa Liberal, y enseguida comenzó la campaña con este partido. La obra más recordada en esta campaña se llevó a cabo en el barrio Moravia, donde surgió el proyecto habitacional Medellín sin Tugurios, que incluyó la construcción de 500 viviendas en una zona devastada. Finalmente, Pablo Escobar fue electo representante en 1982, pero se mantuvo un año en el cargo, ya que se comprobó su vínculo con el narcotráfico tras una nota que encontró el diario El Espectador, publicada por ese mismo medio en 1976.
Por esos años, los comienzos de la década de 1980, cada vez era más notorio el vínculo entre el narcotráfico y el fútbol. Miguel y Alberto Rodríguez Orejuela, del cártel de Cali, eran los propietarios del club América; Gonzalo Rodríguez Gacha, de Millonarios Fútbol Club de Bogotá; los hermanos Piedrahíta, de Atlético Nacional de Medellín; y Héctor Mesa, de Deportivo Independiente, también de esa ciudad. Según el periodista Gonzalo Medina, no hay una comprobación real de un vínculo accionista de Pablo en ningún equipo, excepto el hecho de haber sido uno de los promotores de la fundación de Envigado Fútbol Club, del municipio homónimo, en Antioquia. “Pienso que a partir de tal hecho es que ha sido fácil o evidente que a Pablo Escobar se lo asocie con el fútbol, más allá de ser un aficionado. En otras palabras: a Escobar siempre se lo vio y se lo admiró más allá del fútbol”, afirma Medina.
Muchos jugadores tuvieron estrechos vínculos con el Patrón. El poder económico y político, además del gusto por el fútbol, representaba una combinación muy propia de la cultura regional paisa, de progresar a como dé lugar, aun por encima de la ley. “El encuentro entre futbolistas profesionales y el propio Escobar es la síntesis de una realización que se ha dado por distintas vías. Unos y otros se necesitaban, con toda su secuela de beneficios materiales y de imagen para los deportistas y su propio padrino”, dice Medina.
También persiste la duda acerca de por cuál equipo hinchaba Pablo Escobar, aunque Popeye y su hijo Juan Pablo aseguran que era de Deportivo Independiente, el DIM. “Era hincha del DIM. Es el equipo de la gente pobre, de los barrios. Pablo era rico, pero nunca perdió su humildad. Apoyaba al Nacional porque también era de la ciudad, y él era muy nacionalista por Antioquia. Pero él nunca fue dueño de ninguno, apoyaba a ciertos jugadores. A veces venían los jugadores y le traían quejas, como que un señor violó a una niña, y nosotros íbamos a matarlo. Éramos la ley en Medellín”, explica el ex sicario, al tiempo que aclara que su patrón no participaba en apuestas por fútbol. “Se acercó al fútbol por pasión. Nunca llegó a apostar, no le gustaba. Eso no produce dinero, sino que trae problemas. Si le ganás a un tipo y no te paga, tenés que salir a matarlo”.
Medina coincide en que Escobar era un hombre inteligente que sabía cómo legalizar su dinero. “Es indudable que los mafiosos que metieron dinero en el fútbol profesional después fueron denunciados por medios y periodistas, además de por las investigaciones de organismos del Estado colombiano y de la propia DEA [Administración para el Control de Drogas, por su sigla en inglés], de Estados Unidos. Invertir dinero mafioso es correr un riesgo de enfrentarse a la denuncia pública, como ocurrió con otros jefes mafiosos”, opina el investigador.
Obviamente esa pasión tenía al patrón jugando siempre, como desde pequeño, al deporte que más amaba. Sus partidos eran famosos porque llegaban a durar cuatro horas, ya que el único objetivo del jefe era ganar y no paraba hasta conseguirlo. “Era enfermo por el fútbol. Todos los que jugaban al fútbol con él sabían que un partido podía durar cuatro o cinco horas. A lo último se ponían de acuerdo para dejarlo ganar. Cuando se daba cuenta de que lo dejaban ganar le daba rabia, y se reía”, asume Popeye. Obviamente, en virtud de su ansia de protagonismo, aunada a su pobre estado físico, jugaba de delantero. “Le gustaba que el fútbol fuera muy rápido, sin muchos pases, y que se fuera enseguida al arco. Le fascinaba el gol, por eso siempre jugaba de delantero. Su ídolo era René Higuita; lo admiraba porque era criollo de Antioquia”, complementa.
Esos partidos tuvieron a muchos jugadores invitados a lo largo de los años. El célebre arquero Higuita fue uno de los primeros en arrimarse; según Popeye, era un gran ser humano, un muchacho pobre a quien el Patrón ayudó. “Llevaba a los jugadores para divertirse. En la cancha de fútbol de la hacienda Nápoles era un clima de puro trópico; él no se obnubilaba con nadie. Manejaba el clima y les ganaba por cansancio a los jugadores. Era un espectáculo ganarles a jugadores de Nacional y del DIM. Con los futbolistas era muy amable. Todos pensaban que él iba a ser grosero o les iba a pegar, pero no. Socio, amigo, campeón, él era muy respetuoso. A veces iban jugadores con problemas: si necesitaban dinero, se conseguía; si un futbolista estaba perjudicando a otro y había que matarlo, se moría. Y si el futbolista la embarraba, Pablo Escobar iba a por el futbolista también”.
Perseguido
A mediados de la década de 1980, el capo del cártel de Medellín pasó a estar en el ojo de la tormenta. El asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, en 1984, del periodista y director de El Espectador, Guillermo Cano, en 1986, y posteriormente del candidato presidencial con mayor intención de voto, Luis Carlos Galán, en 1989, junto a la muerte de muchos jueces, magistrados e integrantes de la Policía, lo convirtieron en el hombre más buscado por el gobierno colombiano y el de Estados Unidos. En el medio de esta búsqueda se sumaron una gran cantidad de atentados, coches bomba y secuestros.
Esa persecución tuvo a Pablo Escobar recluido en la selva, escapando, o en lugares construidos especialmente como escondite. Mirar fútbol por televisión u oírlo en la radio -siempre llevaba con él una radio chica- lo mantenía distraído en esos momentos de altísima tensión.
En 1989 se produjeron dos hechos determinantes en la historia del fútbol colombiano. El 31 de mayo, de forma inédita, un equipo colombiano se alzó con la Copa Libertadores de América. Atlético Nacional de Medellín logró el título tras superar en los penales a Olimpia de Paraguay en el Campín de Bogotá. Se dice que una de las razones por las que ese encuentro no se jugó en Medellín fue por la ola de inseguridad en esa ciudad. Mucho se tejió sobre la leyenda de ese equipo y las amenazas vertidas en el camino hacia el título. Atlético Nacional era dirigido por Francisco Pacho Maturana y contaba en sus filas con jugadores colombianos de gran nivel, muchos de los cuales fueron la base de la selección que jugó el Mundial de Italia de 1990, también bajo la dirección técnica de Maturana.
Para Gonzalo Medina, se quiera o no, el fútbol colombiano ha tenido que sufrir los rigores propios de un fenómeno mundial como el narcotráfico, con su estela de muerte y corrupción, además de los prejuicios y mitos que se derivan de esos fenómenos. “No tengo argumentos para aseverar que Escobar metió dinero, o hizo amenazas, para ganar la Libertadores. Creo que fueron más fuertes el fútbol practicado por Atlético Nacional y la renovación liderada por Francisco Maturana”. Consultado por la diaria, el entrenador uruguayo Julio Avelino Comesaña, de dilatadísima actuación en el fútbol colombiano, primero como jugador y luego director técnico, coincide con esta visión y aclara que durante esa década los clubes colombianos se potenciaron en las divisionales juveniles y en infraestructura debido a los dineros provenientes del narcotráfico, y esto generó que surgieran grandes jugadores. En sus años como entrenador del DIM, Comesaña recuerda que sólo vio una vez a Pablo Escobar en el club, pero sin mayores inconvenientes. Incluso aún sostiene que el capo era hincha de Nacional. “Nunca lo conocí, y eso que estuve cuatro años como técnico. Nunca escuché que tuviese que ver con el DIM. Sé de vínculos que había con Atlético, pero hay mucho de película en eso también”, comenta Comesaña.
También Popeye, que por ese entonces comandaba el grupo de seguridad de Escobar, asevera que no hubo ninguna intervención en el título continental del equipo verdolaga. “Yo estaba viendo el partido y salieron con un cuento de que el Patrón mandó un maletín. Cada vez que había una apuesta se usaba su nombre, porque decían que si Pablo Escobar te anotaba en una libretita significaba que te mataba. Todo eso es mentira. El Patrón no entraba en esa; estaba en mafia y crimen, pero le gustaba que el fútbol fuera transparente, no le gustaba que el árbitro les metiera la mano en el bolsillo a los equipos”, asegura.
El otro hecho de 1989 es trágico y marcó, por primera vez, la suspensión del campeonato. El 26 de octubre de ese año América venció 3-2 al DIM en uno de los partidos definitorios del torneo. Cuando faltaban tres minutos para el final, Carlos Castro anotó un gol de chilena, el empate para el DIM, pero el tanto fue anulado por el juez Álvaro Ortega, que lo consideró una jugada peligrosa. Según Popeye, ese día Ortega fue sentenciado a muerte por Escobar.
El 15 de noviembre, ambos equipos volvían a enfrentarse, en el partido de vuelta, en el Atanasio Girardot de Medellín, y la terna designada incluyó a Ortega como primer asistente. El partido no tenía mayor trascendencia, porque los equipos no tenían posibilidades de ir a la final. Ortega viajó a Medellín para concurrir al partido a pesar de que sus colegas Jesús Díaz (segundo asistente) y Orlando Reyes (principal) le solicitaron lo contrario.
El partido entre el DIM y América no salió de un 0-0. Álvaro Ortega recibió una amenaza telefónica en el hotel donde se hospedaba, y sospechaba lo que podía pasar. “La mafia tomó el control de los equipos. 1989 fue el año más duro, en el que más se operó y se obligó al gobierno a tumbar el tratado de Extradición y a negociar. Descaradamente Álvaro Ortega le robó al Medellín, y como nosotros les hacíamos inteligencia a todos los árbitros, el Patrón nos dijo que lo matáramos. Y se murió”. Así relata Popeye la muerte del barranquillero Ortega, que se produjo mientras salía a cenar tras el partido con sus colegas. De repente escucharon que un vehículo se acercaba a gran velocidad. El sicario encargado de matar a Ortega apartó a Jesús Díaz y le dijo que el problema no era con él. Mientras la víctima corría, recibió un balazo en una pierna y luego nueve impactos a quemarropa.
La Catedral
Tras meses de negociación y con el pedido de la derogación constitucional del Tratado de Extradición a Estados Unidos, Pablo Escobar decidió entregarse a las autoridades del gobierno que presidía César Gaviria. El 19 de junio de 1991, llegó a la cárcel La Catedral junto con varios de sus sicarios. Ese lugar de reclusión fue el elegido por el capo, pedido expresamente en su negociación, principalmente por los posibles atentados que podía sufrir en otros establecimientos, ya que su lucha armada con el cártel de Cali estaba en auge. El centro carcelario estaba ubicado en las afueras del municipio de Envigado y fue adaptado a demanda del Patrón. Las autoridades desconocían la cantidad de lujos que había adentro, así como el manejo del crimen que desde allí se hacía.
Obviamente, en el lugar no faltó una cancha de fútbol, a la que llegaron a asistir algunos jugadores profesionales. Igualmente la lucha latente y la organización del crimen hacían que se jugara tan sólo dos veces por semana, según recuerda Popeye. “Jugábamos de noche, porque Pablo Escobar era noctámbulo. Pablo era temperamental, te agarraba y te empujaba. Si le daban pata no se enojaba y devolvía. Pero si le decían que él pegaba se ponía agresivo. A la cárcel fueron René Higuita, Leonel Álvarez, Felipe Pérez, Luis Alfonso y muchos otros. Los jugadores iban tranquilos. Iban a jugar, no a matar a nadie, y el Patrón era animado”. En uno de esos partidos, a Juan Pablo le llamó la atención la agresividad con la que Leonel Álvarez le entraba a su padre. “Hasta que Mugre lo llamó a un lado de la cancha y le dijo: -Cáigale más suave al patrón, pues ese man no dice nada, pero ya lo está mirando feo”, rememora en su libro.
Cuando las autoridades notaron lo que sucedía en La Catedral, decidieron trasladar al capo, que fue alertado por militares cómplices y huyó en julio de 1992. Así comenzó una nueva oleada de atentados y la persecución que finalmente terminó con su vida, en diciembre de 1993. Las pocas alegrías que tuvo en esa época, en las que debió estar recluido, con contactos muy esporádicos con su familia, se las dio el fútbol. Su hijo Juan Pablo recuerda que el último momento de felicidad de su padre fue el 5 de setiembre de 1993 -tres meses antes de su muerte-, cuando Colombia venció como visitante 5-0 a Argentina en Buenos Aires por las Eliminatorias para el Mundial de Estados Unidos de 1994. “Gritamos cada gol. Fue un instante de felicidad que duró los 90 minutos. No olvido ese día no sólo por la goleada sino porque hacía años [que] no veía esa cara de felicidad en su rostro”.
Otra anécdota data de 1992, en un clásico entre Nacional y Deportivo Independiente, mientras Escobar huía junto a Popeye y siempre llevando con él una pequeña radio. “Estábamos rodeados por el Ejército, la Policía, la CIA, la DEA, y estaban transmitiendo un clásico de Nacional y el DIM. Él estaba tranquilo, y yo nervioso. Yo escuchaba los pasos de los policías a lo lejos, y los helicópteros. En eso el patrón me llama por mi nombre y le pregunto asustado qué pasaba. ‘Nada, mijo, el Medellín hizo un gol’ [ríe]. Yo le dije que ese gol iba a hacer que nos matasen, y se echó a reír”.
Los dos Escobar
Pablo Escobar fue asesinado el 2 de diciembre de 1993, cuando tenía 44 años de edad. Aún no queda claro quiénes lo mataron (incluso la hipótesis del suicidio es firme), ya que el Bloque de Búsqueda, la fuerza militar creada especialmente para su captura, contaba -clandestinamente- con la colaboración de Los Pepes (perseguidos por Pablo Escobar), grupo conformado por el cártel de Cali y antiguos socios de Escobar, con el único objetivo de matar al capo y a sus familiares.
Unos meses más tarde, el 2 de julio de 1994, fue asesinado el futbolista Andrés Escobar, también nacido en Medellín. El zaguero, que disputó los mundiales con su selección en 1990 y 1994 -y ganó además la Libertadores con Atlético Nacional- se encontraba en un restaurante en las afueras de la ciudad pocos días después de finalizada la decepcionante actuación de Colombia en el Mundial. En ese marco, tuvo una discusión con los hermanos Henao, vinculados con el narcotráfico. Su chofer personal fue quien acribilló a balazos al futbolista. La trágica muerte del Caballero del fútbol, como le decían por su profesionalismo en la cancha, estuvo signada por el gol en contra que hizo en el partido con Estados Unidos, en el que Colombia perdió 2-1, derrota que prácticamente significó la eliminación de los cafeteros del Mundial.
Muchos creen que con estas dos muertes -a pesar de que los Escobar, más allá del apellido, tenían muy poco en común- se terminó la segunda época dorada del fútbol colombiano (la primera fue entre 1949 y 1953). Si bien Colombia estuvo en el Mundial de 1998, la algarabía no fue la misma, porque el sentimiento decayó. En la antesala del Mundial de 1994, muchos colombianos sentían que era su momento y que su equipo podría ser campeón del mundo.
La muerte de Pablo Escobar cerró una etapa en la historia del narcotráfico, ya que muchos de los actores involucrados murieron o fueron juzgados. Obviamente el terror y el negocio de las drogas continuó, pero tomó un carril más global y no concentrado en unos pocos como había sido hasta ese momento. Paralelamente, la muerte de Andrés Escobar también terminó de derrotar la moral de muchos hinchas y jugadores, que estaban esperanzados de que era su momento y de que el fútbol iba a ser la herramienta para poder unir a Colombia.