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La licencia es el reencuentro con el deseo. ¡Y qué difícil es reencontrarse con el deseo! Sé que esto va a empezar sonándole extraño. Probablemente ya esté pensando que de ninguna manera las vacaciones pueden ser un momento difícil, si son las semanas más esperadas del año. De hecho, ahora mismo no ve la hora de que lleguen. ¡Ajá! Ese, justamente, es el primer síntoma de esto que quiero decirle. Sólo espere un poco y comenzará a comprobarlo. En sus primeros días de licencia, el agotamiento del año pasado y la ansiedad por volver a ser el dueño de su tiempo lo llevarán a un estado eufórico. Querrá levantarse temprano para ir a la playa, luego cocinar pescado a la parrilla (¿por qué? ¡usted no sabe nada de pesca ni es buen asador!), evitará dormir la siesta para poder avanzar en los tantos libros que tiene atrasados, a la tarde volverá a la playa con pelota, paletas, tejo y más libros, pero pronto regresará para llegar a tiempo a hacer las compras y cocinar pizza en el horno de pan. ¡Y esto es sólo el principio! Acostado en la cama, antes de dormirse, seguirá planificando más actividades: visitar a unos amigos que veranean en un balneario cercano y comer un asado con ellos, ir a un recital en otro balneario todavía unos kilómetros más lejos, invitar a algunos familiares a que pasen el fin de semana en su casa, pescar a la encandilada, etcétera, etcétera, etcétera. Si tuviera la lucidez de detenerse un segundo a pensar, se daría cuenta de que en los próximos días estará más ocupado que cuando trabaja. Si usted es joven, no vivirá estas cosas. Pero posiblemente en los primeros días de su licencia recorra cuatro o cinco balnearios para poder estar con sus distintos grupos de amigos. Casi pasará el mismo tiempo con ellos que arriba de un ómnibus o un auto para poder cambiar de balneario. Saldrá a bailar de noche, se emborrachará, de allí irá directo a la playa para no desperdiciar la mañana durmiendo, intentará jugar un partido de fútbol del que casi seguro saldrá lesionado, terminará dormido en la arena y se despertará achicharrado y con la marca de los lentes de sol en la cara. Las chicas que pasan por la orilla le dedicarán una mirada entre la simpatía y la lástima. Con el correr de los días, la euforia dará paso al vértigo por la ausencia de obligaciones. Sentirá que no sabe en qué ocupar el tiempo y, por momentos, especulará con lo que puede estar pasando en la ciudad. ¿Qué estarán haciendo sus amigos? Puede que sienta que se está perdiendo de algo y hasta envíe mensajes y haga llamadas innecesarias. Recién unos días más tarde, sin notarlo, empezará a llevarse muy bien con el deseo. Al mediodía no sentirá la necesidad de hacer las compras y cocinar. Comprenderá que en ese momento sólo quiere comerse un par de ciruelas con la cáscara y escupir lejos el carozo. ¡Ahhh! Ya no le importará bajar a la playa en los horarios en que todos vuelven, ni se impondrá caminatas o trotes diarios como ejercicio. Se quedará en su silla leyendo y, de tanto en tanto, chusmeará el entorno escondido detrás de sus lentes negros. Ya abandonó esa novela histórica insoportable que le recomendó con tanta insistencia un amigo ambientado. ¡Y qué bien que hizo! La novela policial que lee ahora puede que sea berreta pero también es mucho más atrapante. ¡Qué bien se siente ir de la mano del deseo! Pero ahora entiende lo que le decía al principio: mañana vuelve al trabajo.

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