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Validez y vigencia de una utopía del siglo XIX

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Parece oportuno, en la perspectiva de aportar a un proceso colectivo de reflexión sobre el sentido de las utopías, volver a reflexionar sobre la “democracia verdadera” como utopía en el pensamiento fundacional del Uruguay moderno de José Pedro Varela (1845-1879) y su relación con el proyecto republicano y americanista que esbozara en 1865, procurando expedirse sobre su validez y vigencia para nosotros los uruguayos, transcurrido más de un siglo y medio de su enunciación. (1)

Si partimos del más actualísimo presente, nos encontramos con que el 8 de noviembre de 2016 Donald Trump, en nombre del Partido Republicano, ganó las elecciones nacionales en Estados Unidos, desalojando del gobierno a Barack Obama y el Partido Demócrata. En un sistema de gobierno como el estadounidense, en el que la alternancia entre los dos grandes partidos fundacionales -republicanos y demócratas- expresa de modo propio la regla democrática de la alternancia en el gobierno -habría que ver si es también alternancia en el poder-, “república” y “democracia”, en cuanto conceptos de referencia de esas dos colectividades políticas en la gran nación del norte, seguramente connotan significados y denotan realidades que, no obstante la pretensión estadounidense -muchas veces acompañada por la academia- de ser modelo universal de “república” y “democracia”, esta pretensión está muy lejos de encontrarse sólidamente fundamentada.

El triunfo de Trump lo ejemplifica claramente: gana con el voto de los colegios electorales a pesar de perder en la instancia del voto popular (esto en lo que tiene que ver con “democracia” aun en el sentido exclusivamente político) y con un discurso xenófobo y racista que, especialmente en un país multiétnico y multicultural como Estados Unidos, no parece poder responder adecuadamente a sentidos básicos de “democracia” -“gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, según la célebre definición del republicano Abraham Lincoln- ni de “república”, desde que la invocación a “la cosa pública” pasa a ser la legitimación de la promoción de intereses privados.

Sin la pretensión de resolver significados de los conceptos de “república” y “democracia” y sus relaciones por la mediación de los partidos Republicano y Demócrata, que se alternan “democráticamente” en el gobierno de Estados Unidos -no obstante ser un asunto merecedor del análisis y la reflexión, por tratarse de un país que es elevado a la condición de modelo en materia de “república” y “democracia”-, solamente queremos llamar la atención respecto de la actualidad de estos conceptos y sus relaciones, que nos habrán de interesar desde otro lugar de enunciación que nos involucra en nuestro presente y futuro.

Para decirlo de una vez, para José Pedro Varela, la relación entre “república” y “democracia verdadera” es la que tiene lugar entre un proyecto histórico y político -el de la “república” asociada a “América” y al “Americanismo”- y una utopía (un “no lugar”) que tiene el carácter de una eutopía (un “mejor lugar”), el de la “democracia verdadera”, que es el más allá válido -en el sentido de que, porque es valioso, debería ser- y por su relación con el cual el proyecto histórico y político republicano y americanista tal vez se oriente en dirección a sus mejores posibilidades.

Escribe José Pedro Varela en el artículo “El americanismo y la España”, publicado en La revista literaria, Año 1, número 31, noviembre 26 de 1865, páginas 485 a 486:

“Pero el principio republicano aparece y con él la América se presenta al mundo. Ella es la tierra destinada para la incubación del porvenir. [...] ¡La monarquía caerá ante la república, la Europa desaparecerá ante la América! Vendrá un día, no muy lejano, un día solemne, cuyas primeras claridades empiezan a irradiar, en el que la América, será la señora del mundo; en el que el principio republicano, como hasta hoy la monarquía, será el que dirija a la humanidad, el que la encamine y el que la gobierne. Y ese principio, esa faz del progreso, dominará hasta que un nuevo principio venga a arrebatarle su poder ¡y a relegar entre el número de las civilizaciones gastadas, y de las tierras caducas, el republicanismo y la América! [...].

¿Quién sabe si no será la democracia pura la que venga a hacer desaparecer a la república, la democracia verdadera, con la completa desaparición de los poderes y de los gobiernos, cualquiera sea la forma con que se represente? El olvido de todos los odios y todos los rencores que no encuentran cabida hoy, aún en el corazón de los mejores republicanos: la fundación de la verdadera igualdad y de la verdadera fraternidad del género humano; la desaparición de la propiedad individual y la aparición de la propiedad común, la destrucción de la familia y la construcción de la humanidad; la fundición de todas las naciones en una masa común, sostenida por el trabajo de todos los hombres y dirigida por la justicia infinita: el corazón de todos los hombres palpitando con un solo latido; todas las razas, juntándose, encontrándose, asimilándose, identificándose en el amor; ¡el bien sustituyendo al mal, la libertad al despotismo, la justicia a la fuerza, la verdad al error y la vida a la muerte, la desaparición del pueblo de los hombres y la aparición del pueblo de Dios!

Bajo los Césares romanos, Cristo soñaba ya con el perfeccionamiento del hombre, pero a través del tupido velo del despotismo, sólo concebía el mejoramiento de las almas en otro mundo. Desde entonces la civilización ha dado un paso. Hoy ya nos imaginamos que el verdadero paraíso puede ser la tierra perfeccionada.

Pero, entre tanto el tiempo amontonando unas generaciones encima de otras, no haya gastado el principio republicano, él será el que luchando hoy con la monarquía la vencerá mañana y se levantará triunfante para dirigir al mundo. El trabajo de nuestra generación es la república. La base en que ella tiene que apoyarse es la América. Defendamos el Americanismo”.

En su texto “La poesía” publicado también en La revista literaria, algunos meses antes, también en 1865, Varela escribe: “Las utopías de los antiguos, son las realidades de hoy: las utopías nuestras serán las realidades del mundo venidero”. Comencemos por la cuestión de la validez de la utopía de la “verdadera democracia” o “democracia pura”; esta se hace evidente sin desmedro de sus confesas raíces cristianas, aunque no católicas en un anticatólico y anticlerical radical como lo fue explícitamente José Pedro Varela. (2)

“Desaparición de los poderes y de los gobiernos”, “olvido de todos los odios”, de “todos los rencores”, “fundación de la verdadera igualdad”, de la “verdadera fraternidad”, “la desaparición de la propiedad individual y la aparición de la propiedad común”, “la construcción de la humanidad”, “la fundición de todas las naciones en una masa común”, sostenida esta “por el trabajo de todos los hombres” y “dirigida por la justicia infinita”, “el corazón de todos los hombres palpitando con un solo latido”, “todas las razas, juntándose, encontrándose, asimilándose, identificándose en el amor”, “el bien sustituyendo al mal”, “la libertad al despotismo”, “la justicia a la fuerza”, “la verdad al error” y “la vida a la muerte”, son todas notas de esa utopía eutópica de la “democracia pura” o “verdadera democracia”, que dicen acerca de su validez -en el sentido de que su intrínseco valer implica que debería ser-.

Subsidiariamente a la cuestión de su validez, puede considerarse la de su vigencia. No se trata de vigencia en términos de lo instituido, pues tal “democracia pura” o “democracia verdadera” no ha existido ni existe en algún lugar. Se trata por ello de una vigencia en perspectiva instituyente en 1865, a lo largo de los 151 años transcurridos desde entonces y -entendemos- en dirección al futuro que como república deberíamos construir. Podemos agregar que tal vez una vigencia en términos de lo instituido no corresponde a la utopía, desde que ella se define como “no lugar”. En cambio, es constitutiva de su validez una vigencia en términos de lo instituyente, como ha sido, es y -a nuestro juicio- seguramente seguirá siendo, la utopía de “la democracia pura” o “verdadera democracia”.

Respecto de las notas de esta utopía democrática, en nuestra anterior lectura del texto vareliano dejamos sin considerar la nota constitutiva de “la destrucción de la familia” y la de “la desaparición del pueblo de los hombres y la aparición del pueblo de Dios”. Ambas, por la aparente negatividad de la “destrucción” en el primer caso y de la “desaparición” en el segundo. No obstante, ahora nos proponemos recuperarlas al enfatizar que no se trata de tesis nihilistas. “Destrucción de la familia” -en lo que ella pueda implicar de abroquelamiento en intereses particulares- en cuanto condición de posibilidad para la “construcción de la humanidad” en que la particularidad de los intereses habrá sido superada por la orientación del interés universal.

En cuanto a la “desaparición del pueblo de los hombres” no se trata del aniquilamiento de la humanidad, sino de su transformación en el sentido de la transformación de sus límites individualistas y particularistas en la “aparición del pueblo de Dios”, que es el pueblo de los hombres transformado por la presencia de Dios mediante el “amor” -amor-ágape, es decir, comunidad- por el que el pueblo de los hombres se trasciende revolucionariamente a sí mismo en la realización de una humanidad plena.

Para no quedar dentro de los límites de un discurso religioso confesional, que no valdría para todos, nos permitimos interpretar la “aparición del pueblo de Dios” como la de aquel pueblo en el que de hecho y no solo retóricamente el ser humano es el ser supremo para el ser humano, superando todo fetichismo, sea este religioso o secular.

Como para Varela, según hemos citado, “las utopías de los antiguos son las realidades de hoy: las utopías nuestras serán las realidades del mundo venidero”, la utopía de la “democracia pura” o “democracia verdadera” que nunca ha sido instituida hasta el presente y por ello su validez es portadora de una vigencia instituyente debería ser una realidad en algún “mundo venidero”.

Pero para el mismo Varela, en 1865, en plena vigencia -también instituyente, pero con muchas concreciones en términos de lo instituido- del principio republicano, se trata -práctica y estratégicamente- de realizar la república. Por ello dice: “El trabajo de nuestra generación es la república”, es decir, en términos de racionalidad práctica, que atiende a lo que debe ser, y de racionalidad estratégica, que procura la construcción de lo posible -la política es el arte de lo posible- se estaba en 1865, cuando nos definíamos como el Estado Oriental del Uruguay, y tal vez podríamos seguir estando, 151 años después -cuando desde hace mucho nos identificamos como la República Oriental del Uruguay- en la realización del principio republicano -que pone en el centro a la cosa pública y, por lo tanto, al interés público en el centro frente al interés privado- como condición para la realización de la república en la realidad más allá de su definición constitucional. (3)

(1). Una primera aproximación a este tópico en “José Pedro Varela: los escritos de La revista literaria en la perspectiva de la función utópica del discurso”, en Yamandú Acosta, Pensamiento uruguayo. Estudios latinoamericanos de historia de las ideas y filosofía de la práctica, Nordan Comunidad-CSIC, Montevideo, 2010, 13-21.

(2). Ver el anticatolicismo y anticlericalismo radical -tan radical como su cristianismo- de José Pedro Varela en diversos escritos de La revista literaria. Por ejemplo: “Religión”, “De la libertad religiosa”. También en el manuscrito de 1865 “Los días de fiesta”.

(3). Artículo publicado en Revista Contextos de abril de 2017, publicación editada por la Asociación Filosófica del Uruguay. El texto fue presentado para su discusión en el I Encuentro de Ensayistas “La utopía”, llevado a cabo en la sede de la asociación el 3 de diciembre de 2016.

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