En la piscina hace calor, pero los niños, quizá por el baño que se dieron en el vestuario, o más bien por los nervios propios del primer día, entran al agua temblorosos.
La historia había arrancado más temprano. Se tomaron un ómnibus en su escuela, ubicada en Avenida Italia y Abacú, y media hora después llegaron al Club Náutico donde, después de ponerse los trajes y gorras de baño, muchos experimentarán su primera zambullida en una piscina. Se siente la expectativa, pero también la cercanía de las maestras y de la profesora de educación física.
Con los 12 niños de cinco años sentados en el borde de la piscina, apenas mojándose los pies, Anahí da Misa, la profesora, que ya está dentro, los invita a mojarse y a tomar contacto con el agua: “¡Qué calentita! Nos vamos mojando los brazos, la cabeza, la pancita. ¡Qué linda el agua! ¿Alguien se anima a hacer lluvia con los pies?”, pregunta, afloran las primeras sonrisas y todos patalean.
Quizá la mayor diferencia de esta actividad de escolares en una piscina es algo que se mencionó al pasar. La cercanía de las maestras es real: no están cuidando a los niños desde el mirador, sino que se sacaron la túnica, se pusieron malla y gorra, y entraron al agua junto a la profesora de educación física. La experiencia la empezó Da Misa hace siete años, en aquel entonces en la escuela 173: “Siempre con la idea de que las maestras estuvieran en el agua”. El objetivo, cuenta, es “generar un vínculo afectivo con los más chiquitos, para futuros aprendizajes”. “En el vínculo acuático estamos cuerpo a cuerpo, maestro y niño, y eso nos repercute en un nuevo vínculo afectivo que acelera los aprendizajes, porque el chiquilín confía plenamente en vos”.
Hace tres años que Da Misa replica esta experiencia con los grupos de cinco años de la escuela 48. “En una primera reunión con las familias les cuento todo, les muestro fotos de las experiencias anteriores, y es un primer acercamiento con los padres, con quienes los profesores de educación física nunca tenemos contacto”. La amplia mayoría están contentos con la experiencia: “En tres años uno solo habrá dicho que no quiere que su hijo participe”, rememora la profesora.
Haciendo la plancha
En el agua están la profesora, las tres maestras y un estudiante de la carrera de Educación Física del Instituto Universitario de la Asociación Cristiana de Jóvenes, que a cambio de su participación voluntaria en la actividad obtiene créditos para su carrera. Siempre con mucha ternura, cada uno de ellos va abrazando a los niños y los lleva a pasear por la piscina. Para muchos escolares se trata de la primera experiencia en una piscina de natación; entre los 12 niños, sólo uno había concurrido antes a clases de natación en otra institución. Después de darles un breve recorrido por la pileta, los docentes dejan a los primeros niños que tomaron y salen con otro, así hasta que todos tienen su primer paseo. Todos tienen sus gorras y salvavidas; si bien hay mucho ruido en la piscina, proveniente de otros niños que están haciendo natación, los más chiquitos casi no se escuchan en estos primeros minutos: hay sonrisas y algunos gritos cuando se salpican entre sí.
Da Misa asegura que en las cuatro primeras visitas a la piscina ya lograron “avanzar plenamente”. El segundo paso, después de la recorrida acompañados por los profesores, fue el uso de los flotadores “panchos”, chorizos de espuma de poliuretano que permiten mantenerse a flote en el agua. Los niños se los colocan por delante y salen a recorrer la piscina, todavía acompañados por los adultos. Ya varios se van alojando y se sueltan solos, algunos hasta dan patadas para mojar a las maestras; otros todavía se tiran con un poco de miedo y reclaman el contacto.
Luego vendrá la primera prueba: tirarse al agua e ir solos, con la ayuda de los panchos, hasta la escalera de la piscina. Una y otra vez, y van ganando en confianza y soltura. La siguiente prueba será ir nadando bajo un túnel de panchos construido por todos los compañeros, que atraviesan todos, maestras y niños. Finalmente, la profe tira distintas piezas que flotan por toda la piscina y les pide a los niños ayuda para recogerlas y colocarlas en dos planchas. A esa altura, aunque siempre con sus panchos, los niños ya flotan solos, patalean, y lo muestran orgullosos. “Hola, estoy solo”, dice Ezequiel a una de las maestras. “Voy caminando”, le cuenta Benjamín a otra. Al final, los niños tienen cinco minutos para disfrutar libremente: “Jueguen a lo que quieran en el agua”, fue la orden de la profesora. Varios, concentrados como si nadie los estuviera mirando, respiran hondo, inflan sus cachetes y sumergen apenas la cabeza; cuando la sacan a veces tosen y, la mayoría vuelve a chocar la cara con el agua, como encantados.
Formas de acercarse
Queda claro después de ir a la piscina que el objetivo no es dar clases de natación a los niños. Además del acercamiento desde lo afectivo, en los días previos y posteriores a las idas al club las maestras trabajan en clase, de forma coordinada, conceptos como el agua, la flotación, el dibujo de la gota de agua.
En ese primer encuentro que acompañamos, la gran mayoría de los niños terminó flotando y recorriendo la piscina sin la ayuda de los docentes. Uno de ellos, quien más miedo le tenía al agua, terminó mostrándoles a las profesoras cómo se mojaba la cabeza. Iba pataleando solo. Otros, que son más hiperactivos en clase, para lograr flotar en la piscina se ven obligados a relajarse, y lo logran. “Los conocés más en el agua”, asegura la profesora.
Cada grupo de cinco años va cuatro veces a la piscina (el objetivo es que sean cuatro lunes seguidos). Los resultados, dice la profesora, son “muy buenos”. “Los chiquilines te reconocen mucho más; a mí en general me ven sólo una vez por semana, por media hora, y después de la piscina te miran de otra manera, te saludan, te individualizan, y siempre quieren ir de vuelta”, dice Da Misa. Las maestras “no pueden creer” los efectos de la actividad. “Al principio iban medio miedosas, porque se sacan las túnicas y se ponen las mallas, y eso para una maestra es descontracturar totalmente su rol, da otra visión”, comenta la profesora, que cuenta que las maestras han ido cambiando con los años y siempre van “convencidas”.
Da Misa fue la que consiguió el acuerdo con el Club Náutico para hacer esta actividad con los dos grupos de cinco años de la escuela; cuando estaba en la escuela 173 también había ido al Club FUECYS y al Club Naval, pero año a año debe resolver en qué piscina concretar las visitas, ya que la escuela 48 no tiene convenio con ningún club. El ómnibus que lleva y trae a los niños estas ocho veces que van al club lo pagan las familias.
La actividad se puede realizar, destaca la profesora, porque todo el colectivo docente de la escuela 48 apoya la propuesta, desde la directora hasta la maestra del otro grupo que no va a la piscina, que durante ese rato se queda sola con la clase, sin la maestra auxiliar. El proyecto termina siendo una seña de identidad de la escuela, dice Da Misa.
Después de media hora flotando, los niños salen de la piscina, caminan lentamente hasta sus chancletas y vuelven al vestuario. Una ducha rápida, siempre con ayuda de los docentes, y de vuelta al ómnibus rumbo a la escuela, con ese cansancio lindo que deja la piscina y un poco de olorcito a cloro tras el bautismo.