Ingresá

Operativo retorno

2 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Luego de unas merecidas vacaciones en las playas del siglo XXI, chapoteando en las intranquilas pero muy disfrutables aguas de los cambios de paradigmas y las nuevas tecnologías, la familia decidió pegar la vuelta a sus valores tradicionales. Tan necesarios, tan fundamentales, y últimamente, tan extraviados.

Como venía manejando mamá, ni bien cruzaron el peaje se acercaron a la banquina y pasó papá al volante. Ahora sí, más rápido, más tosco, más directo.

Ya desde la primera acelerada se sintió el valor por lo nuestro (el auto, los botijas). Luego el valor de la palabra: con un “basta”, papá mandó callar a los niños que venían en el asiento de atrás contando a los gritos quién tuvo más novios/as en el verano y jugando a pegarle a papá en la pelada. Ahora los niños pasaron a estar calladitos y temblorosos. Ya estaba de regreso: el valor del respeto.

Y empezaron a cambiar muchas cosas dentro del auto. Por ejemplo, al grande se le fueron las ganas de meterse a hacer artístico y planear viajes a Machu Picchu hasta no tener una profesión. La del medio se puso un buzo para no mostrar tanto que se estaba desarrollando. Y el chico la terminó con eso de hablarle a su madre como si fuera una amiga más y empezó a responderle “sí, señor” a papá, y sólo cuando él le hacía alguna pregunta.

Ahora había reglas. Y las reglas están para ser respetadas. A saber (papá frenó el auto para que queden claras las reglas porque sino todo es un caos):

-Acá el único que insulta es papá.

-El que no se sacrifica, no cena.

-Esos amigos raros que tienen serán presentados debidamente a papá y mamá para verificar si les convienen.

-La masturbación te puede dejar ciego.

-Mamá debe dejar esa ridiculez de volver a la Facultad.

-Hay que tener bien claro qué está bien y qué está mal, porque así está de violenta esta sociedad, y el que no lo entienda se queda encerrado en su cuarto.

-Y el cinturón es por si alguno no entendió las reglas.

Ya está, listo. Papá volvió la mirada hacia la carretera y arrancó, con mucho orgullo por sus hijos y su mujer (siempre fiel, como el perro), pensando que después de que ella le haga una rica cena, él se va a ir al bar para encontrarse con los muchachos y al otro día al tablado, que dicen que hay un cuplé del puto que la gente se caga de risa y parece que está para ganar.

Casi llegando a casa, el auto empezó a inundarse de una sensación amarga, muy incómoda. Se fueron dando cuenta de que no estaba tan bueno este “operativo retorno” a los valores tradicionales. Hasta papá se daba cuenta. Notó que tener el poder no le gustaba tanto como verlos contentos. Y quisieron regresar. Pero ya no pudieron.

Mentiiiiraaa. ¿Cómo voy a terminar la columna con ese bajón?, no soy tan papá de los de antes. Al final parece que arreglaron con el del peaje y les permitieron retornar a las intranquilas pero muy disfrutables playas del siglo XXI. ¡Buena estadía, familia!

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura