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Hinchas de Durazno en el partido de revancha de las finales de la 15ª Copa Nacional de Selecciones, con Lavalleja, el 31 de marzo, en el estadio Silvestre Octavio Landoni, en Durazno.

Foto: Fernando Morán

Sueños de copa

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Sueña el goleador cómo pegarle a la pelota si le queda boyando en el área, a quién buscará en la alocada carrera del festejo. Gritará un extendido gol o puteará a nadie y a todas las malas rachas que se saca de encima. Cuando despierta, es hora de ir a la feria, manejar aquella enfardadora o repartir el pan por los almacenes.

No sueña el hincha con gritar, apretar el puño y los dientes en esa jugada de peligro para despejarla fuera del estadio cual zaguero en el último suspiro. No lo soñó; involuntariamente, lo hace. El hincha sólo sueña con ganar.

Sueña el fotógrafo con relatar el partido con la mejor foto, esa que después devendrá símbolo. Es una foto casi como un gol. Así es cada partido: enojarse porque las cosas no salieron, porque las fotos no salieron. Guardar todo en el bolso y volver para encontrar la revancha en el partido siguiente.

Bancarse los halagos que no son más que eso, las puteadas del que cambia de pensar por una derrota y te hace responsable de que las cosas esa noche no fueran como lo había soñado, aunque uno ni siquiera se puso los cortos y lejos está de los ídolos que sí la sudaron.

Ha pasado otra copa. Recorrer medio país por el placer de estar allí, al costado de la cancha, para sentir el pulso, conocer, interpretar, aprender. Tres meses de Copa OFI, un torneo al que quiero profundamente, quizá porque creo entender a cada jugador y a su esfuerzo y dedicación para dar lo mejor y más, si es necesario.

También comprendo a cada persona que trabaja sin sudar en la cancha, esas que son pilares de estas noches de verano y principio de otoño. Ni que hablar, también intento entender al hincha.

Cada partido es una final, aunque una final no es cualquier partido. La tensión es inconfundible. Seguramente haya más gente, más seguridad y más personas con poder efímero de una noche tratando de complicar la vida.

Sabemos que es así y lo aceptamos porque, al final de todo, lo del principio: estamos allí para relatar con nuestra mirada y nuestro corazón el enfrentamiento que es huella, que ya es historia. Bien nuestra, por cierto.

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