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Inauguración del monumento al Jinete en Paso de Los Mellizos, Rio Negro.

Foto: Federico Estol

Cosas de Pueblo, el proyecto que busca fortalecer la identidad, la memoria colectiva y los lazos comunitarios

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En diez años financió 48 proyectos de localidades de entre 1.000 y 2.000 habitantes.

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La receta de cocina que pasó de generación en generación, el repertorio de canciones locales, la fiesta tradicional son algunos de los elementos distintivos que componen la identidad de un pueblo. El proyecto Cosas de Pueblo, enmarcado en el programa Uruguay Integra de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP), se propone desde hace una década fortalecer la identidad, la memoria colectiva y los lazos comunitarios de las localidades más pequeñas del país.

Federico Estol, fotógrafo e integrante del proyecto, cuenta que el objetivo principal es “vestir de identidad al pueblo” y que “la gente se reconozca en él”. Muchas veces sucede que en estas localidades pequeñas no hay consenso sobre sus orígenes: no se sabe cuándo se fundaron o quiénes fueron sus primeros pobladores. Esto, agrega Estol, lejos de ser un problema, es una excusa para trabajar la identidad local: “Si no hay nada que diga nada, la comunidad puede definir cuáles quieren que sean sus elementos identitarios”, agrega.

Unas 48 localidades han participado en el proyecto Cosas de Pueblo. Si bien el modo de trabajo cambió con el tiempo, la esencia se mantuvo intacta. En un primer momento, se puso el foco en aquellos pueblos de difícil acceso, alejados de las capitales departamentales, que tenían escasos lugares de encuentro en los espacios públicos. El abordaje, señala Estol, fue de acción directa: “Los primeros cinco años íbamos hasta el pueblo, juntábamos a la gente y establecíamos una meta a corto plazo para motivarlos y también para poder cumplirla”. El mecanismo cambió: ahora se abren convocatorias todos los años para que se presenten las localidades interesadas en participar de la iniciativa. Actualmente, están dirigidas a pueblos de entre 1.000 y 2.000 habitantes; en ediciones anteriores han trabajado con pueblos de menos de 1.000 habitantes. La forma de encarar el trabajo en el territorio también cambió: “Aprendimos de la primera etapa y lo que hacemos ahora es dar asistencia técnica y acompañamiento a las organizaciones de la sociedad civil, que se presentan con dos o tres socios de la comunidad, ya sea un club de fútbol o una comparsa”.

La idea es que los vecinos de cada localidad presenten su propio proyecto y lo gestionen en conjunto. “Siempre decimos que el ABC de cualquier pueblo es saber su fecha de fundación, tener un espacio público de encuentro, una fiesta, pero, sobre todo, una red de organizaciones socialmente activas”, explica Estol. Una vez en el pueblo, el equipo acompaña a los vecinos para encontrar esos rasgos que consideran propios, darles forma y traducirlos en acciones pequeñas, que generen algún tipo de impacto en el pueblo. El equipo inicial, señala Estol, estaba integrado por el antropólogo Antonio Di Candia y la asistente social Andrea Jaurena; juntos recorrieron los primeros pueblos y fueron ajustando la iniciativa.

Otro de los puntos fundamentales de la iniciativa es generar un “puente generacional” entre los más viejos y los más jóvenes. La historia de los pueblos pocas veces está escrita, por lo que hacen hincapié en rescatar la tradición oral: el cuento, la canción, la leyenda son instrumentos esenciales para reconstruir la identidad. “Muchas historias, aunque no estén validadas por escrito, las tomamos como verdaderas porque son parte del sentir local”, recalca el fotógrafo.

La cuna de los campeones

En el centro cultural de Paso de los Mellizos, ubicado al norte del departamento de Río Negro, los vecinos colgaron un cartel sobre la pared que dice: “Un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir”.

Jacinto Rivero tiene 56 años, es oriundo de Tacuarembó y hace cinco años se mudó al pueblo para trabajar en forestación. Lo describe como “chiquito”, de unas 300 personas, con cuatro calles principales, una escuela, un liceo, una policlínica, una iglesia. “Te movés un poquito más lejos de Young o Guichón, decís de dónde venís y te preguntan: ‘¿Y eso? ¿Dónde queda?’. Ni idea tienen”, cuenta.

En otras épocas, el pueblo supo llamarse Santa Amalia y Paso Viejo, pero lo que terminó de marcar su nombre fue la historia de unos mellizos que murieron ahogados en un arroyo cercano. Otros lo conocen por ser la cuna de los campeones: “A la gente que escucha radio le decís ‘vivo en la tierra de los campeones’ y te dicen: ‘Ah, sí, un pueblito de Río Negro’”, relata Rivero. Se lo conoce con ese nombre, agrega, gracias a un “lote de jinetes que cosecharon su fama en Uruguay”. Los más veteranos del pueblo, agrega, les contaron a los lugareños que los relatores de radio, al ver que más de un jinete había nacido en esos pagos, empezaron a repetir: “Mellizos: el pueblo de los campeones”.

Fernando Vasella, oriundo de Paso de los Mellizos, enumera la lista de jinetes de su pueblo: Elbio y César Carballo, Héctor Sosa, Santiago Ramón Branca, Santurnino Valdez, Mario Rosas Portillos y Abelardo Olivera.

Vasella y Rivero, junto con un grupo de vecinos, participaron de la convocatoria del año pasado de Cosas de Pueblo. Tras varias reuniones, resolvieron darle a esa identidad una forma: realizaron una escultura de un jinete. El monumento, cuenta Rivero, que integra la comisión de apoyo al centro cultural, se encuentra en la calle principal, de espaldas a la cancha de fútbol, que también se adapta para las famosas jineteadas de octubre. “Tiene algo relacionado con nuestra cultura, con nuestra historia, de peones y jinetes, de un Uruguay que se hizo a caballo. Al ser un pueblo tan chiquito, el primer monumento al jinete es algo enorme”, señala.

“Orgullo de pueblo”

Este año se presentaron unas 20 iniciativas a la convocatoria de Cosas de Pueblo. Según explicó Apezteguía, el dinero que le otorga la OPP a los proyectos depende de la realidad de la localidad. De todas formas, se estiman unos 400.000 pesos, “que no es lo suficientemente chico ni lo suficientemente grande como para no poder ser asumido por el pueblo”. Este monto, agregó, está relacionado con los desafíos que la población se puede plantear por sí sola. “Seguramente no estén dadas las capacidades en la localidad para que hagan un gimnasio o una plaza por sí mismos, pero sí se puede mejorar un espacio público, crear un monumento de la memoria o diseñar una bandera”, explicó. Los proyectos tienen una duración de un año y deben ser presentados por un grupo referente de la localidad y apoyados por organizaciones “socias” de la comunidad, que colaboren con la iniciativa.

Que no se borre

Bruna Borda tiene 22 años y vive en Piedra Sola, un pueblito ubicado en el límite entre Tacuarembó y Paysandú. Con sus vecinos se plantearon la inquietud de conservar el monumento que le da el nombre de pueblo: una roca enorme, en el medio de un camino, a unos 30 kilómetros de la localidad. La piedra está muy desgastada porque los animales se recuestan sobre ella, cuenta Borda, y agrega que por ese motivo se presentaron a la convocatoria de Cosas de Pueblo, cercaron la roca, pusieron una abertura para que la gente se pueda seguir acercando al monumento, le agregaron bancos y colocaron una bandera.

Para reconstruir su historia, los veteranos del pueblo se juntaron con los más chicos y les contaron cómo era el pueblo cundo ellos eran jóvenes. Las historias de trenes estuvieron presentes en casi todos los relatos. La vía férrea que atraviesa Piedra Sola todavía se encuentra intacta. La piedra que le dio el nombre al pueblo también se usó para construir la estación de tren. “La gente mayor contaba que la piedra era inmensa, pero luego de hacer la estación quedó más chica”, cuenta Borda, y añade que “era una memoria que los mayores tenían guardada con ellos”. Estol señala que el proyecto apuntaba a cercar el monumento natural, porque se estaba degradando: “De alguna manera, se estaba borrando el nombre del pueblo. Imaginate lo que significaba eso”.

Pequeñas grandes acciones

Los pueblos están atravesados por múltiples historias. Para Estol, que acompaña de cerca los procesos de estas localidades, la iniciativa trata de volver a estas historias colectivas mediante pequeñas acciones: “Una vez fuimos a un pueblo bien metido para adentro y llevamos una tela de color para hacer una actividad. Los niños nunca habían tenido contacto con el color flúo. Pedían tela para llevar a la casa y a la escuela. A veces es tan simple como darle color al pueblo”, dice.

Otras veces terminan creando una fiesta, una bandera, una canción o una muestra fotográfica. Los productos finales son tan diversos como los pueblos que participan en el proyecto. En Zapicán, un pueblo de Lavalleja, cuenta Estol, marcaron al primer aljibe del pueblo como un sitio de memoria. Al norte, en Casablanca, un pueblito de Paysandú, se creó La vaca, una escultura que funciona como una cápsula del tiempo, en la que los niños dejaron mensajes guardados para ser leídos dentro de 25, 50 y 75 años. Para Estol, el proyecto es como una llave que “activa la memoria y mueve a la comunidad”.

Pedro Apezteguía, director de Descentralización e Inversión Pública de la OPP, agrega que si bien 75% de la población vive en zonas municipalizadas, existen unas 25 pequeñas localidades, de 1.000 a 2.000 habitantes, que no tienen municipios. Se trata de pequeños pueblos, dice, en los que existe lo urbano, pero todavía mantienen problemas para acceder a algunos servicios. En ese sentido, el proyecto Cosas de Pueblo trabaja en esos rincones del país “en los que el Estado tiene una presencia más lejana y le cuesta un poco más llegar”. “Son localidades que tienen que plantearse un futuro en un país que es distinto al que existía cuando se fueron creando como pueblo. Muchos estaban al borde de donde pasaba el ferrocarril, perdiendo así el rol original que tenían”. Esto, agrega Apezteguía, requiere que la comunidad se vuelva a pensar a sí misma y se reinvente.

Por lo general los pueblos más pequeños tienden a ser los más jóvenes. Por eso, explica Estol, muchas veces no hay rastros del origen, fechas ni sentido de pertenencia. “Capaz que te fuiste a vivir al pueblo porque te salió una vivienda del MEVIR [Movimiento por la Erradicación de la Vivienda Insalubre Rural]. Entonces no hay pasado ni futuro; no conocés ni al vecino”. Es en estos lugares, dice Estol, donde hay que intensificar los esfuerzos para construir identidad.

Otro de los pilares del proyecto es promover a los integrantes de la comunidad como los protagonistas de la construcción de su propia identidad. Así, relata Apezteguía, los participantes tienen que diseñar y ejecutar su proyecto, cuidarlo y mantenerlo. Si bien por lo general trabajan con aquel intermediario que “impulsa” los motores de toda la localidad, explica Apezteguía, la idea es que todo el pueblo se termine sumando a la iniciativa. Para él, los procesos colectivos requieren identidades comunes, y añade: “A uno solo le puede ir bien, pero para que a la colectividad le vaya bien tiene que haber algo en común. Eso es Cosas de Pueblo”.

Lo que se viene

Cerro Chato se encuentra afinando los detalles para comenzar a implementar su proyecto en 2019. Con la particularidad de estar ubicado en la triple frontera departamental entre Durazno, Treinta y Tres y Florida, el pueblo es conocido como el sitio en el que las mujeres votaron por primera vez en América Latina. En una casona de esa localidad, en 1927, las mujeres votaron en un plebiscito local. Marina Cantera, integrante de la Comisión de Turismo de la localidad, adelantó a la diaria que la idea es hacer “un rescate identitario” de lo que sucedió y convertir a la casona en un “museo comunitario”.

El Centro de Estudios Históricos de Cerro Chato, integrado por dos historiadores, se encuentra reuniendo material sobre el hecho histórico, testimonios y relatos de los lugareños. Cantera, que tiene 42 años y vivió toda la vida allí, comentó que la historia siempre se supo, pero fue el Centro de Estudios Históricos que se puso la historia al hombro y comenzó a recolectar los testimonios que quedaban latentes en la ciudad. Evarista Palacios, cuenta Cantera, acompañó a su madre a votar cuando tenía 17 años, y su relato fue fundamental para terminar de identificar la casa.

Este proyecto, enmarcado en Cosas del Pueblo, es “sumamente importante” porque define cómo se generó todo, quiénes somos, quiénes fueron nuestros pobladores; en definitiva, “por qué estamos acá”.

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