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Jóvenes llorando ante el incendio del Museo Nacional de Río de Janeiro

Foto: Carl de Souza, AFP

El incendio del Museo Nacional dejó expuestos los problemas presupuestales de la cultura y la ciencia en Brasil

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Científicos consideran que la reacción del gobierno de Temer ante la tragedia fue “cínica y oportunista”

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El incendio del Museo Nacional de Río de Janeiro, uno de los más importantes de Brasil y quizás de América Latina, dejó expuestos los nervios del abandono de Brasil en sus políticas de cultura, educación, ciencia y tecnología. La catástrofe, que expuso la negligencia de las autoridades, también mostró una desidia de la iniciativa privada, que no invierte, y el reflejo en la población, que tiene acceso limitado a la educación, a centros culturales, un retrato triste que puede explicar, en parte, por qué el “país del futuro”, título acuñado en 1941 por el escritor austríaco Stefan Zweig, busca cíclicamente impulso para volar, pero nunca despega.

Con las cenizas del museo se perdió la principal referencia de la investigación brasileña en varias áreas del conocimiento, como la antropología, la arqueología, la historia, la biología, la zoología, la botánica, la paleontología, la geología, sólo por citar algunos de los campos presentes en el edificio, que era además una referencia arquitectónica.

En los últimos diez años Brasil ya vio cómo se quemaban seis importantes centros culturales y la pérdida de acervos valiosos por falta de inversión. Apenas en el estado de San Pablo se perdieron en incendios el teatro Cultura Artística, uno de los principales centros de la dramaturgia brasileña; el auditorio Simón Bolivar del Memorial da América Latina, con tapicerías de la artista paulista Tomie Ohtake; el Liceo de Artes y Oficios; el Museo de la Lengua Portuguesa; la Cinemateca Brasileña y el Instituto Butantan, uno de los principales centros de investigación biomédica del mundo.

En medio de los escombros del Museo Nacional de Río de Janeiro, en que se salvó el sólido meteorito Bendegó y apenas 10% de los 20 millones de piezas, se perdieron dos siglos de historia, de grandes descubrimientos brasileños, como los estudios de los esqueletos más antiguos de Sudamérica, entre ellos el cráneo de Luzia que, con más de 12.000 años, era referencia en los estudios mundiales de paleontología genética.

Los símbolos del abandono del estado estaban presentes en las declaraciones de los científicos, desolados por sus pérdidas. El paleontólogo Alexander Kellner, responsable de importantes estudios en la Antártida, recordó que ningún presidente iba al museo desde 1958, cuando Juscelino Kubitschek lo visitó. En la fiesta del bicentenario del museo, el presidente Michel Temer y los ministros que fueron invitados personalmente por Kellner, así como el alcalde de Río de Janeiro, Marcelo Crivella, brillaron por su ausencia.

Una paleontóloga trabaja en el Museo Nacional de Río de Janeiro, en 2009.

Foto: Vanderlei Almeida, AFP

“Era el gran museo brasileño, todos los investigadores del país llevábamos nuestros estudios al Museo Nacional”, lamenta Rodrigo Elias Oliveira, arqueólogo del Departamento de Genética y Biología Evolutiva de la Universidad de San Pablo e investigador del equipo de Lapa do Santo, en Lagoa Santa, Minas Gerais, principal sitio arqueológico de Brasil, donde se descubrieron en 1974 los restos de Luzia.

El arqueólogo y antropólogo Walter Neves, reconocido internacionalmente como el padre de Luzia, clasificó el incendio como “un crimen contra el patrimonio brasileño y contra el patrimonio de la humanidad”. Consultado por la diaria, se quejó del abandono del museo por décadas y lamentó la pérdida de sus estudios, pero también de las colecciones y estudios de 200 años. “Es una extinción. Era nuestro único museo de historia natural, con una importancia enorme para la educación científica del pueblo”.

En crisis, por falta de dinero, el Museo Nacional de Río de Janeiro llegó a su bicentenario con goteras, filtraciones, polillas comiéndose la madera, salas vacías y otras cerradas por falta de mantenimiento. Otros museos importantes, como el Emilio Goeldi, de Pará, el más antiguo de la Amazonia, especializado en investigaciones de esa selva, y el histórico Ipiranga, de San Pablo, símbolo de la independencia brasileña, están con problemas. El Goeldi, cuenta Neves, está cerrando los viernes porque no tiene para pagar la cuenta de luz, y el Ipiranga, clausurado hace cinco años, sin previsión de apertura.

Ante la presión nacional e internacional provocada por la conmoción, el gobierno brasileño se apresuró a buscar culpables, acusando a la Universidad de Río de Janeiro (UFRJ), responsable del museo, y a la dirección de la propia institución, que al igual que la del museo, está a cargo de intelectuales afiliados al Partido Socialismo y Libertad (PSOL), agrupación de izquierda, que reclaman hace dos años la falta de transferencia de recursos. Tras una reunión, el ministro de Cultura, Sergio Sá Leitão, anunció la liberación inmediata de unos 2,5 millones de dólares para reconstruir el edificio, un valor que la dirección del museo no veía hacía décadas.

“Reconstruir el edificio es muy importante, pero el tema no es la estructura del museo sino todo lo que se quemó, que no tiene réplica, lo que perdimos los investigadores que trabajamos con material histórico y prehistórico”, critica Rodrigo Elias Oliveira.

Walter Neves es más duro: “Es de un cinismo absoluto. ¡Pero si dejó que se destruya un museo! ¿Y quién va a reconstruir las colecciones? ¿Quién va a darle al museo 200 años de colecciones hechas por generaciones y generaciones de naturalistas y científicos? Es un cinismo absolutamente oportunista”, dice sobre la medida.

Neves cuestionó las inversiones que el gobierno brasileño y el de Río de Janeiro realizaron para los Juegos Olímpicos y el Mundial de fútbol, creando, por ejemplo, el moderno Museo del Mañana, un impresionante edificio, especie de planetario del siglo XXI, diseñado por el arquitecto valenciano Santiago Calatrava, inaugurado en 2015 y que costó unos 73 millones de dólares.

“En Río se gastaron millones para construir el Museo del Mañana, que no tiene un clavo en el acervo, mientras el Museo Nacional moría de indigencia. Lamento profundamente el cinismo del Ministerio de Cultura, del Ministerio de Educación y del gobierno federal, diciendo que ahora tienen recursos para la reconstrucción”, compara el científico. De moda, el Museo del Mañana ya es el más visitado de Brasil, con 1,4 millones de turistas en su primer año, muy lejos del ahora extinto Museo Nacional, que ahora los brasileños reconocen como con un valor inestimable.

Límites a la cultura y a la ciencia

La tragedia trajo aparejados datos perturbadores presentados por la prensa nacional y extranjera. La BBC informó que en 2017 unos 289.000 brasileños visitaron el Louvre de París, bastante más que los 192.000 que fueron en el mismo período al importante museo de Río de Janeiro.

La edición brasileña de El País comparaba el presupuesto destinado al Museo Nacional con el monto que el Congreso Nacional gasta actualmente lavando 83 autos oficiales, o con lo que se destina a mantener el Palacio de Alvorada, la residencia oficial, que está desalojada desde la destitución de Dilma Rousseff, hace dos años. Según las cuentas del diario, la mesa directora de la cámara baja gastó lavando autos este año 2,7 veces más que el presupuesto del museo, mientras que el mantenimiento del Alvorada implica mes a mes prácticamente lo que la pinacoteca recibía en un año.

Ubicado en la Quinta da Boa Vista, en la zona norte de Río, el museo era también vecino del ahora moderno Maracaná, que a siete cuadras de distancia física estaba lejísimos en importancia si se comparan las inversiones multimillonarias realizadas en el templo del fútbol brasileño, una pasión en que los políticos siempre invirtieron mucho más, como si se tratase de opio para sus electores.

El gobierno de Michel Temer, que asumió el comando del país en 2016, tras la controvertida destitución de su ex aliada Rousseff, ha intensificado agudamente una política de recortes en las áreas de educación y ciencia y tecnología, haciendo sentir una diferencia abrumadora con los ocho años de Luiz Inácio Lula da Silva, que aumentó los recursos para becas y amplió el acceso a las universidades, especialmente para los más pobres.

Incendio del Museo Nacional de Río de Janeiro el 2 de setiembre.

Foto: Carl de Souza, AFP

Pese a que Lula tampoco mejoró la condición de los museos, la gestión de Temer ha reducido violentamente los recursos a las universidades federales, que son las responsables de los museos históricos y de historia natural. Los cortes incluyen, además de becas de estudios en Brasil y en el exterior, el presupuesto de ciencia, tecnología e innovación industrial, fundamentales para el desarrollo.

Según Walter Neves, los últimos años fueron extremadamente trágicos para todas las instituciones de investigación. “Brasil invirtió cerca de 1% del PIB en ciencia y tecnología en los últimos cuatro, cinco años. Lo mínimo ideal sería 2,5% del PIB”, reclama el investigador, que ante el abandono, lanzó su candidatura al Parlamento.

“En mi candidatura proponemos aumentar [la inversión en investigación, ciencia y tecnología] 0,5% al año hasta llegar a 2024 con más o menos 3%”, cuenta sobre su campaña por el pequeño partido de izquierda Patria Libre. Con el apoyo de un grupo llamado Científicos Comprometidos, Neves quiere llegar al Parlamento para defender las banderas de la investigación, la ciencia y la tecnología. “En Brasil es el pueblo el que paga las investigaciones, entonces tenemos la obligación de devolverle al pueblo, lo más rápido posible, los resultados”, dice Neves sobre la necesidad de difundir el conocimiento.

El Ministerio de Ciencia y Tecnología, a propósito, fue uno de los recortados por la reforma ministerial de Temer. Como base de comparación, recibió lo equivalente a 2.400 millones de dólares en 2010, y en 2017, anexado al Ministerio de Comunicaciones, alrededor de 1.200 millones de dólares, un presupuesto que sufrirá más recortes este año, cuando la previsión del Ministerio de Economía es de poco más de 344 millones de dólares.

Con el incendio, profesores y estudiantes universitarios protestaron por el país en capitales como Río de Janeiro, San Pablo y Porto Alegre, culpando al actual gobierno por negligencia, por no invertir en educación y cultura, y contra los reflejos de la Enmienda Constitucional 95 (EC 95). Conocida como “techo de los gastos”, la medida fue aprobada a toda velocidad en el Congreso, bajo la dirección del entonces ministro de Economía y ahora candidato presidencial del grupo de Temer, Henrique Meirelles.

La norma, que limita por 20 años los gastos primarios del gobierno a la inflación, fue propuesta por Temer apenas asumió la presidencia, provocó cortes en los presupuestos de las universidades públicas y empeoró la situación del área, que ya sufría desde 2014 con presupuestos menores, fruto de la crisis política y económica que derivó en la salida de Rousseff en su segundo mandato. Las políticas de austeridad muestran cómo el gobierno actual percibe como gastos y no como inversión los recursos en áreas claves para su desarrollo.

Un estudio de las Federación de Sindicatos de Profesores y Profesoras de Instituciones Federales de Enseñanza Superior, Básico Técnico y Tecnológico muestra un estrangulamiento del 60% en las inversiones en investigación, ciencia y tecnología en los últimos cinco años, que empeoraron con la EC 95.

Para tener una idea, en 2015 el presupuesto de inversión de las 68 universidades federales del país fue de unos 3.100 millones de dólares, en 2017 cayó a aproximadamente 2.100 millones de dólares, y la previsión para este año es de cerca de 1.400 millones de dólares.

Esa rampa descendente no es muy diferente de la que enfrentaba el museo que se quemó y que recibía recursos de la UFRJ, perjudicada por la nueva política, acentuada por la quiebra financiera del estado de Río de Janeiro. Los recursos del Museo Nacional cayeron entonces de aproximadamente 307.000 dólares en 2015 a menos de la mitad el año pasado.

En agosto, la Capes, entidad del Ministerio de Educación, responsable de aprobar becas universitarias, que fue clave en los años de Lula, anunció que el presupuesto de 2019 no incluiría los pagos de esos beneficios de fomento a la investigación científica. La decisión perjudica a 93.000 investigadores y a 105 alumnos de posgrado, afectando gravemente la producción científica nacional. El programa “Ciencia sin fronteras”, creado por Rousseff, que financiaba becas en el exterior, fue prácticamente desactivado.

Otra entidad importante, el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico, publicó en una carta abierta que reducirá “drásticamente” el número de proyectos previstos para el próximo año. Ambas instituciones son las más importantes en el fomento a la investigación y son una especie de nube gris que sobrevuela los ánimos de todas las universidades federales.

Vista aérea del Museo Nacional de Río de Janeiro tras el incendio. Atrás el estadio de Marcaná. AFP PHOTO / Mauro Pimentel

Foto: Mauro Pimentel, AFP

Además de esos cortes sensibles, Brasil también sufre por una estructura mastodóntica que enyesa a los investigadores, especialmente en lo relacionado a la dificultad para registrar estudios. El Instituto Nacional de Propiedad Intelectual, por ejemplo, recibe 34.000 pedidos de registros al año, de los que sólo analiza cerca de 20.000; actualmente tiene unos 217.000 en lista de espera para ser aprobados y sólo 340 examinadores.

Según la Asociación Brasileña de Propiedad Intelectual, patentar una tecnología en Brasil puede demorarse 14 años, mientras el promedio mundial va de cuatro a cinco años. Esa lentitud genera impactos en el desarrollo de innovación, en las relaciones entre las universidades y empresas, y consecuentemente, en la economía.

Los científicos protestan por los efectos negativos de esa falta de inversión y sus bloqueos en áreas de investigación en que Brasil es una referencia internacional, como salud, desarrollo de alimentos resistentes a plagas, energía, biodefensivos agrícolas no contaminantes, nanotecnología, ingeniería genética, entre otros, llevando a las empresas a importar tecnologías que ya están disponibles localmente, pero no aprobadas.

Un candidato anticultura

El desastre del Museo Nacional de Río de Janeiro también llevó al análisis de los programas de los principales candidatos a la presidencia, con perspectivas no muy favorables para la cultura. Apenas dos de los 13 candidatos incluyeron los museos en sus planes: la fórmula de Luiz Inácio Lula da Silva, que aún pelea para mantenerse en la disputa, y la ambientalista Marina Silva, que figura en segundo lugar en la última encuesta.

Entre los que más se destacan, Ciro Gomes, de centroizquierda, empatado con Silva en segundo lugar, y el conservador Geraldo Alckmin, tercero, incluyeron la cultura en sus propuestas. Ya el favorito –después de la impugnación de la candidatura de Lula–, el ultraderechista Jair Messias Bolsonaro, que lidera el último sondeo con 22%, ni menciona el tema.

El líder en las encuestas, víctima de un atentado el jueves, preocupa por su falta de interés en temas de cultura y sus propuestas polémicas para la educación. En entrevistas, Bolsonaro cuestiona la enseñanza de educación sexual en las escuelas, y la compara con pedofilia y pornografía.

Bolsonaro fue el único candidato que no se manifestó inmediatamente sobre la catástrofe del museo. Cuestionado por una periodista por no haber tratado del asunto, el ex capitán del Ejército, conocido por buscar polémica, sorprendió con la siguiente respuesta: “Ya se incendió, ¿qué quiere que haga? Mi nombre es Messias, pero no tengo cómo hacer milagros”, para luego concluir: “Si no hay dinero, paciencia”.

El ascenso de este personaje que incita la violencia y se ha fortalecido entre los electores anti PT es considerado una amenaza entre intelectuales, artistas y sectores vinculados a la ciencia y la tecnología. Bolsonaro representa un oscurantismo en esas áreas, y su atentado ha preocupado no sólo por mostrar el grado de tensión provocado por la polarización, sino también porque puede ser la munición que lo levante del techo del 20% al que parecía haber llegado, considerando que hasta antes de la cuchillada tenía el índice más alto de rechazo, con 44%.

Adepto a fomentar la violencia contra sus oponentes, Bolsonaro protagonizó una nueva polémica en Acre, días antes de ser apuñalado. Desde la cima de un camión, el ex militar levantó el trípode de una cámara de video y lo sujetó como si fuese una ametralladora, azuzando a sus militantes a “fusilar petralhas”, como llama despectivamente a los petistas. El candidato, que defiende la liberación de las armas, suele repetir ese gesto en eventos públicos, así como otro en que con la mano simula una pistola disparando, un ademán que le enseña incluso a niños muy pequeños.

Su agresor, el albañil Adelio Bispo de Oliveira, de 40 años, lo apuñaló en el abdomen durante un acto en Minas Gerais “a mando de Dios”, según consta en su interrogatorio policial. Oliveira es una figura extraña, ex militante del PSOL, que se volvió más tarde un lector fanático de la Biblia. En sus redes sociales, Bispo, que aparenta tener disturbios mentales, atacaba con textos confusos a Bolsonaro y a los masones, que lo apoyan. El candidato presidencial del PSOL, Guilherme Boulos, y la dirección del partido repudiaron el ataque.

Para analistas y políticos el atentado, que fue condenado en todas las instancias de poder, puede ser un divisor de aguas en la campaña que entra en la recta final para el primer turno de octubre. El hijo de Bolsonaro, el diputado Flávio Bolsonaro, no dudó en afirmar al salir del hospital, tras la exitosa cirugía de su padre: “Acaban de elegir al presidente. Y será en primera vuelta”. Los electores contrarios a su figura lamentan la pérdida de los dinosaurios en el museo, y el surgimiento de esta nueva especie aún indescifrable en la paleontología política.

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