Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
El liceo 5 de Tacuarembó fue creado en 1993, por la creciente necesidad de un nuevo centro público para cursar el primer ciclo de secundaria. Desde 1999 cuenta con un edificio propio, pero aún no tiene más identificación que su número.
Un grupo de docentes, alumnos, exalumnos, padres y vecinos decidió iniciar una campaña para que el liceo pasara a llamarse Washington Benavides. Quisieron homenajear al notable poeta tacuaremboense, que recibió en 2012 el Gran Premio Nacional a la Labor Intelectual y fue, entre muchas otras cosas destacables, profesor de literatura en su departamento y docente en un sentido mucho más amplio, como mentor de varias generaciones de artistas.
La iniciativa se promovió por medios institucionales del liceo y tiene sus opositores locales. Hay quienes piensan que sería más justo elegir el nombre de una directora que, según dicen, trabajó mucho por la institución. Es un debate legítimo, en el que no es pertinente meterse desde lejos. Benavides merece grandes reconocimientos en escala nacional y local, pero en relación con este liceo en particular, sin duda se puede discutir a quién le corresponde más el homenaje.
Lo que resulta insólito es que, según afirmó ayer en un comunicado el centro cultural Cátedra Washington Benavides, una autoridad de Secundaria les comunicó a la dirección y docentes del liceo que no pueden promover institucionalmente la denominación porque esto viola la laicidad. Quizá lo único bueno de esta noticia estrafalaria sea que reactiva la capacidad de asombro, tan necesaria en la vida.
Tendría pros y contras que a los liceos uruguayos les pusieran nombre las comunidades vinculadas con ellos, pero es preciso el trámite de proyectos de ley. Suelen defenderlos legisladores oriundos del departamento en cuestión o elegidos como sus representantes, pero también es muy habitual que la idea surja desde fuera del Parlamento, como en este caso, con una recolección de firmas.
Las eventuales objeciones a que desde el propio centro de estudios se impulse una iniciativa de este tipo poco tienen que ver con el concepto de laicidad, salvo en el sentido absurdo que intentan darle, desde el actual oficialismo, dirigentes partidarios y autoridades de la educación pública.
Según la ley vigente, la laicidad no implica pactos de silencio ni asepsias inviables; mucho menos consiste en que el gobierno de turno censure a quienes no comparten su orientación. Se trata de que las distintas opiniones sean examinadas en forma crítica, racional y democrática, con libre acceso a fuentes diversas. Obviamente, para que esto sea posible las opiniones deben expresarse.
Washington Benavides fue una persona politizada, como muchísimas otras cuyos nombres se les han asignado a escuelas, liceos, calles, plazas y parques. Una gran cantidad (tal vez excesiva) de ellas se dedicaron de lleno a la política partidaria, con muy distintas orientaciones, pero no fue el caso de Benavides, ni es esa la razón de que se plantee poner su nombre a un liceo.
Ojalá que el intento de bloqueo se deba solamente a la espontaneidad obtusa de alguien con un mando medio. Es un incidente pequeño, pero de una pequeñez alarmante.
Hasta mañana.