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Ilustración: Ramiro Alonso

Luchas simbólicas en Brasil

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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Entre las muchas riquezas de Brasil está una notable sensibilidad artística, mejor distribuida en la sociedad que otros bienes. La larga batalla política que se organizó tras los liderazgos de Luiz Inácio Lula da Silva y de Jair Bolsonaro, aún lejos de terminar, es también una disputa por la representación de la realidad, que moviliza fuerzas enormes.

En ambos bandos, la búsqueda de palabras, imágenes y músicas que apelen a la sensibilidad profunda de grandes multitudes es un elemento central, y conviene no engañarse creyendo que la destreza en este terreno está sólo del lado de Lula.

El bolsonarismo trabaja con miedos y odios, nociones reaccionarias de patriotismo y religiosidades alienantes, pero sus malas artes son artes también, y el hecho de que más de 58 millones de personas hayan votado en la segunda vuelta por el ahora expresidente no debe ser subestimado.

Es obvio que no lo subestima Lula, quien vio clara desde el comienzo la necesidad de forjar una alianza muy amplia para superar a Bolsonaro en nombre de la democracia, y que junto con su entorno cercano produjo ayer numerosos símbolos potentes, a sabiendas de que la contienda sigue y será dura.

Bolsonaro decidió no estar presente en la ceremonia de asunción y viajó el viernes a Florida, en Estados Unidos, para hospedarse en la extravagante mansión del brasileño José Aldo, luchador de artes marciales mixtas. Fue un gesto político significativo, a la vez lamentable y amenazador, que lo mantiene al margen de la institucionalidad y, en gran medida, convoca a sus seguidores a ubicarse en el mismo lugar contra el nuevo gobierno.

Las respuestas en la jornada de asunción de Lula estuvieron muy bien ideadas. Ante el hecho de que el presidente saliente se negaba a entregar en persona la banda presidencial, se optó por que su sucesor no la recibiera de otra autoridad institucional, sino de un grupo de personas elegidas para representar la diversidad del pueblo brasileño.

Hubo un cacique indígena y militante ambientalista de 90 años, y un niño negro de diez; un docente destacado de literatura en portugués e inglés, y una cocinera que participó en el nutrido grupo que acompañó a Lula cuando estaba preso; un creador de contenidos digitales con un trastorno psicomotor, influencer por la inclusión de las personas con discapacidad, y un obrero metalúrgico. Un artesano y una recicladora de residuos, que fue quien le puso la banda al nuevo presidente.

Lula reafirmó en sus discursos las ideas de alianza democrática, con prioridades de reconstruir desde lo más básico el “gran edificio de derechos, soberanía y desarrollo” y avanzar tras cuatro años de “destrucción” y “barbarie”. Explicitó que quiso ser candidato de un frente más amplio que el campo político en el que se formó, pero también que mantiene un firme compromiso con sus orígenes.

Hubo reciprocidad. También fue significativa la oratoria del senador Rodrigo Pacheco, presidente del Congreso, quien integra un partido derechista pero dio varias señales de disposición a los acuerdos, que de todos modos no será fácil lograr, sobre todo con miras a reformas estructurales. Pero hoy hay gente de pie entre las ruinas, con sus artes al servicio de la esperanza.

Hasta mañana.

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