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Ilustración: Ramiro Alonso

El jardinero fiel

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Leído por Natalia Rodríguez Olmos.
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Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

La muerte de Antonio Dabezies la semana pasada sigue motivando reconocimientos muy merecidos a todo lo que fue capaz de hacer y le debemos. Quizá sea necesario, además, empezar a reflexionar sobre sus motivos y, en especial, sobre el sentido político de su obra, porque fue siempre un gran militante.

Su trayectoria contrasta con lo que hoy se llama “batalla cultural”. Dabezies tuvo convicciones políticas firmes y se mantuvo fiel a ellas, pero estuvo muy lejos del sectarismo, del adoctrinamiento y de la intención destructiva, incluso en su lucha tan valiente contra la dictadura.

Esto no se debió sólo a que fuera un tipo lleno de bondad, generosidad y tolerancia (aunque así era, y por eso tantas personas lo recuerdan con cariño), sino también, y ante todo, a que tenía muy claro que cultura significa cultivo, pero de ningún modo monocultivo. Tanto sus revistas de humor y periodismo como su Espacio Guambia fueron ecosistemas con gran diversidad, cuidados con esmero para que pudieran crecer y convivir talentos muy distintos. Siempre con atención y respeto a lo nuevo, como señala Marcos Morón en esta edición.

Es posible que en esto hayan incidido las áreas con las que estuvo más en contacto, todas ellas de la cultura que no se escribe con una pedante C mayúscula. Del oficio periodístico pudo aprender la importancia de combinar distintas perspectivas; de la música popular, que no hay una sola forma válida de lograr calidad; del humor, que todo es cuestionable, empezando por lo propio.

En cualquier caso, no fue músico ni periodista estrella, y sus creaciones propias como humorista no son lo que más se destaca de su legado: sobresalió en el arte de potenciar artistas. La famosa foto del acto del Obelisco tomada por Pepe Plá es excelente por sí misma, pero se volvió legendaria porque Dabezies supo ver el título inmejorable que traía dentro: “Un río de libertad”.

No sé si había leído a su tocayo Gramsci, pero comprendía bien –a diferencia de muchos personajes que creen haber entendido al italiano– que en el área cultural la tarea militante no consiste en bajar línea, censurar o difamar. Que no es demoler sino estimular, en forma paciente y desinteresada, construcciones con cimientos más hondos y cumbres más altas, pero nunca con la intención definitiva de los mausoleos. Como el periodismo, de nuevo, la gestión cultural recomienza y se recrea periódicamente, y a veces cada día; vive en vuelos y cambios, siempre al borde del olvido, incluso cuando logra ser memorable.

Alguien me recordó la semana pasada que Antonio, en las reuniones sociales de las muchas barras que gestó, se quedaba a menudo en silencio y con una sonrisa mansa, mirando la interacción de su gente. También lo recuerdo así detrás de la barra del Espacio Guambia, cuando todo fluía del mejor modo imaginable. Era quizá la satisfacción del jardinero ante la belleza que había contribuido a crear y que, sin embargo, lo sorprendía una y otra vez.

Decir que se le va a extrañar y que hará falta es un lugar común que no lo habría entusiasmado. Mejor es decir que tenemos mucho que aprender de él, y que hará mucha falta que aprendamos.

Hasta el lunes.

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