Mi primer recuerdo de carnaval es de una murga sobre un tablado en Las Piedras, Canelones, a pocas cuadras de la vía por donde todavía pasaba el Águila Blanca.
Una noche con media ciudad en la calle, o en esa esquina, donde alguien instaló algunas luces y unos micrófonos. Nunca le entendí nada a aquella murga; supe luego que no era una excepción sino la regla de la época, así que a todas les quedó la marca de inentendibles. Pero, salvo por esa limitación de dudosa veracidad, siempre hubo algo más que permite unir a aquellas murgas con las que vinieron después y las actuales.
Había, y hay, algo más, un sentir, una intención discursiva o de chiveo mucho más importante que cualquier verso bien dicho. Por otra parte, siempre se entendió lo fundamental de lo escrito. Así pasó, al menos, con las mejores despedidas y los más recordados cuplés.
Es cierto, los micrófonos y la amplificación no ayudaban en nada, y cuentan que la falta de piezas dentales de los murguistas y el desgaste en sus gargantas por la bohemia y la calidad de las bebidas tampoco. Pero siempre quedó lo escrito.
Metele que son Pasteles primero fue célebre como exponente de Murga Joven, y enseguida que incursionó en el Concurso Oficial dio que hablar por la calidad y la frescura de sus propuestas. 2020 fue su año consagratorio y su canción “El día después (Vamos a la plaza)” trascendió la fiesta, con una invitación premonitoria de un evento que quizás todavía no sucedió.
Su nuevo espectáculo se llama Un mundo muy muy feliz y tiene algo, no sé bien qué, de aquellas viejas murgas a las que nada se les entendía. Fue escrito por Federico Murro, Sebastián Medero y Alejandro García y puede leerse como una segunda parte de aquel adelanto de realidad. Sin embargo, aquí se la juegan por la ficción, con un texto abundante y filoso para la narración de un cuento que tiene como principales protagonistas a un brujo y unos murguistas.
Por primera vez, además, una intérprete de lengua de señas se sube a cada tablado junto a la murga; también se la pudo ver por la televisión en su actuación del Teatro de Verano.
Desde la introducción hasta la frase final de la despedida, cada fragmento de este espectáculo está construido a partir de la idea de una unidad más grande que le da sentido a toda la experiencia artística, tanto para la murga como para el espectador. No se trata simplemente de un cuento o de una reflexión estirada por reglamento, mucho menos de un escroleo por los diarios del año.
Así comienza la narradora: “Había una vez un pequeño mundo muy muy infeliz. En ese mundo reinaban el caos, las guerras, las enfermedades y las injusticias. Un grupo de jóvenes arlequines de Momo sintieron mucha infelicidad ante tales atropellos. Caminaron sin rumbo, apesadumbrados por no poder encontrarles una solución a sus problemas, hasta que de las tinieblas apareció un brujo”.
Hace su aparición el brujo: “¡Oh, murguistas! No os sintáis tan infelices por el mundo que habitáis, yo puedo daros una solución”.
Luego, pasan cosas y los murguistas se presentan:
Qué lindo vivir en un lugar maravillosamente feliz, nunca llorás, siempre reís, bienvenidos al mundo feliz. Antes que nada y para evitar cualquier tipo de sospecha, somos contrarios a lo radical, no somos ni de izquierda ni de derecha. Simplemente somos chicos entusiastas que un buen día nos dijimos basta, un verano lo perdemos, pero vamos y hacemos una murga liberal en Carnaval Total.
Con el clima de alucinada fiesta, la murga continúa su recorrido de estreno por diferentes lugares, al ritmo de la música de “Beija flor”, Los Auténticos Decadentes y Celia Cruz, y de melodías inéditas de Alejandro García.
Con “La vida es un carnaval” la murga canta:
Todo aquel que sufre una vida marginal debe matarse y trabajar y transformarse en un referente como el presi… como tantos ejemplos. Todo aquel que padece esta crisis económica y social debe consolarse con que después la cosa se va a poner peor aún.
Luego le dedican un cuplé a “Los trols”: “Les dan like a las cuentas oficiales y a las fotos de Lacalle un corazón”; otro al diario El País: “Gracias a vos, hermosa prensa, 40 años te llevó decir que se asesinó en dictadura, cuando el cuerpo de Julio Castro viste ahí, y a Juan María Bordaberry lo nombraste dictador en el 2000”; y uno más, para “Luis”: “El líder era bueno y no quería por nada del mundo que la población perdiera su felicidad, por lo tanto, si veía que algo podía borrarle la sonrisa al pueblo, él inmediatamente mandaba a sus ayudantes para entretenerlos, y cuando los ayudantes no hacían suficientes macacadas el propio líder las hacía”.
En una esperadísima nueva despedida, la murga entona:
Vale la pena insistir con este juego de cantar una vez más cada convicción. Hoy más que nunca con mi murga y mi sentir hago el intento y sigo el cuento.
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