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Bettina Tassino y Ana Silva. Foto: Alessandro Maradei

Al que madruga, la biología no lo ayuda

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Investigación liderada por las biólogas Ana Silva y Bettina Tassino muestra que la nocturnidad de nuestros adolescentes no es en sí un factor de riesgo para la salud o su desempeño en el liceo.

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Hablar mal de la educación en nuestro país está de moda. Sin embargo, nuestro sistema público de educación secundaria ayudó a realizar un experimento único en el mundo que derrumba un mito de larga data: la nocturnidad de los adolescentes no es en sí un factor de riesgo para la salud o su desempeño en el liceo. Las biólogas Ana Silva y Bettina Tassino comparten lo que han investigado sobre dormir hasta tarde, las presiones sociales, estudiantes universitarios que hicieron de ratones en la Antártida y el reloj biológico que, por más evolucionados que nos creamos, marca el pulso de nuestra vida al igual que en la de la mosca de la fruta.

Uno sabe que se va a encontrar con dos investigadoras que trabajan sobre el reloj biológico y no puede evitar pensar en lo que ha escuchado del tiempo a lo largo de su vida: que es subjetivo, que es una construcción –y obsesión– humana, que es una cárcel en la que ingresamos sin que nadie nos tenga que arrastrar. Escuchando a Ana Silva, profesora agregada del Laboratorio de Neurociencias de Facultad de Ciencias y directora de la Unidad Bases Neurales de la Conducta del Instituto Clemente Estable, y a Bettina Tassino, profesora adjunta de la Sección Etología de la Facultad de Ciencias, que juntas encabezan una línea de investigación sobre cronobiología humana, uno se fascina de lo equivocado que estaba: el mundo es más maravilloso que cualquier cosa que podamos inventar sobre él.

El tic-tac de los genes

“Si tuviéramos que decir dónde está el reloj biológico, podríamos decir que la base material está en la expresión cíclica de unos genes. Si lo decimos así, eso se cumple para todo ser vivo que viva en el planeta”, dispara Ana cuando le pregunto dónde están las bases biológicas del reloj interno que gobierna nuestras vidas y que es motivo de estudio de la cronobiología. Y si bien los humanos nos creemos distintos, la naturaleza enseguida nos quita ese tonta idea: “En la Drosophila [mosca de la fruta] y en los mamíferos hay un grupo de genes que son los mismos y que llevan nombres tan originales como Clock, Time o Per (por período). Esos genes generan un ARN mensajero que luego se expresa en una proteína. La proteína producto de estos genes ejerce una especie de control negativo sobre su propia transcripción”, explica Ana, pero como tiene cancha hablándoles a los docentes –y porque seguro mi cara no reflejaba una satisfacción completa– agrega: “Si hay mucha proteína, el mecanismo se inhibe y baja, hasta que en un momento hay tan poca que vuelve a promover la síntesis. Si lo pensamos así, y ese proceso tiene un período de 24 horas, tenemos un ritmo circadiano”.

Justamente, circadiano quiere decir cercano a un día, algo que dura más o menos 24 horas. Y lo maravilloso es que esas proteínas son las secretarias más eficientes del mundo: “organizan la agenda de todo ser vivo”, dice Ana, y yo pienso que entonces podríamos derribar la idea de que el tiempo es subjetivo o made in Homo sapiens: tenemos unos genes, que expresan unas proteínas, con un ritmo cercano al de un día... ¡y los tienen hasta las moscas de la fruta! Bettina ayuda a que nos sintamos aun menos especiales: “Son genes muy antiguos. Los tenemos nosotros, los peces anuales y eléctricos que estudiamos con Ana, y las plantas, y las bacterias y las cianobacterias”. El asunto tiene su lógica y Bettina la hace evidente: “Los seres de este planeta compartimos esos genes porque lo más regular que ocurre en la Tierra es que rota en un ciclo de aproximadamente 24 horas. Hace millones de años rotaba más rápido que ahora, pero la constante de este planeta es que siempre hubo luz y oscuridad, siempre hubo día y noche. Y ese mecanismo, que permitió acompasar el ritmo y anticiparse a lo que iba a ocurrir, fue tan exitoso que se mantuvo, se preservó y hasta se perfeccionó a lo largo del tiempo”. Ana se suma: “Fue importante medir y organizar el tiempo porque esos genes se conservaron. Es una de esas cosas que cada vez que cuento me maravilla”. Y la verdad que sí, que es imposible no maravillarse con la selección natural descrita por Charles Darwin en 1859 en El origen de las especies.

Pero así como los relojes de precisión son corregidos agregando segundos cada tanto, el reloj biológico que llevamos dentro también se sincroniza. “La actividad de los seres vivos, el ciclo sueño-vigilia, no es aleatorio, está pautado por la actividad de estos genes, que son como lo más basal, pero que tienen impacto en otros órganos, en otros tejidos”, cuenta Bettina. “Y lo más increíble es que ese mecanismo interno a la vez se sincroniza con señales externas”. Ese sincronizador maestro es obviamente el Sol con la luz que nos baña durante el día. “No es que el reloj biológico necesite señales externas como la luz para funcionar. La luz sólo lo ajusta a lo que está pasando en el exterior, sincronizar lo endógeno con lo externo”, sentencia Bettina con entusiasmo.

Peces, adolescentes y pantallas

Como sucede siempre con los genes, imponen un marco general. Pero luego cada individuo presenta diferencias. Lo curioso es que el camino que llevó a Ana y Bettina a estudiar el reloj biológico de los jóvenes uruguayos comenzó en una pecera. Ana lleva casi 30 años estudiando a los peces eléctricos porque son un buen modelo para comprender la agresión y los ritmos biológicos. Bettina, por su parte, estudia el comportamiento reproductivo y sexual en los peces anuales, animales cuyo ciclo de vida está tan sincronizado con la presión ambiental de las estaciones que también le sirven de modelo para saber sobre el ritmo biológico. “El tema siempre es el mismo: cómo esos relojes y ese ritmo circadiano endógeno es sometido a presiones sociales y ambientales”, dice Ana, que agrega: “En ese interjuego de cómo se adapta el reloj a los cambios sociales y ambientales encontramos un hilo conductor en el trabajo con organismos tan disímiles como los peces anuales, los peces eléctricos y los adolescentes uruguayos”.

Así como en los peces eléctricos, que viven en charcos oscuros y su vida transcurre sin una clave para poner el reloj en hora con la luz, que es la presencia de otros animales de su misma especie la que les sincroniza el ritmo, “siempre hay un ambiente y hay una sociedad que influye sobre el ritmo y sobre cómo se expresan los genes. Entonces saltamos del laboratorio y estamos identificando en la juventud uruguaya tanto cambios ambientales como cambios sociales”, dice Ana, dejando en claro que el marco es el mismo tanto para peces eléctricos como para nuestros adolescentes hiperkinéticos.

A la hora de hablar de la cronobiología humana, Ana llama la atención sobre dos fenómenos: “En la población urbana están pasando dos cosas: dormimos menos que antes, una hora y media menos por día que hace 100 años, y además, estamos mucho más expuestos a la luz, a una luz rara que es la luz eléctrica”. Me dice que nuestro reloj es muy sensible y que lo estamos mareando: de día nos pasamos encerrados en lugar de estar al aire libre, por lo que recibimos menos intensidad de luz, y de noche pasamos largo rato expuestos a luz menos intensa. Bettina agrega que “nos falta noche”, pero no se refiere a que nos falta fiesta, sino horas de oscuridad. Y Ana oscurece –o ilumina– aun más el panorama que ya es alarmante: “A la luz eléctrica se agregan ahora las pantallas de celulares y computadoras, que tienen mucho de su espectro en el azul, que es muy inhibitorio de la actividad del reloj y, concretamente, de los niveles de melatonina”. Ups.

“Es que a todo esto de los genes súper conservados, en los mamíferos se agrega una complejidad, que es que el reloj maestro está en el cerebro, en los núcleos supraquiasmáticos del hipotálamo, y son los osciladores maestros que regulan los ritmos de todo el organismo”, dice Bettina. “Y ese marcapasos central tiene una vuelta hormonal que es la melotonina”. A la melatonina se la conoce también como la hormona de la noche o la hormona del sueño. Bettina me dice que “cuando estamos expuestos a la luz, la secreción de melatonina está inhibida. Y si tenés la hormona del sueño inhibida, no te vas a dormir. Y en ese sentido, las pantallas, y especialmente las pantallas que emiten luz azul, inhiben la secreción de melatonina”. Ana explica por qué: “Entre las diez de la mañana y el mediodía es cuando se da la luz más azulada del sol”. Dormimos menos y nos bañamos en una luz artificial que nuestro cerebro identifica con el sol en su máximo esplendor. Y el asunto es que esto nos afecta de distinta manera de acuerdo a los genes que nos hayan tocado para regular nuestros relojes biológicos.

Alondras y búhos

Para los cronobiólogos, el mundo se divide entre alondras y búhos. De esta manera simplificada se ilustran los dos extremos de los cronotipos, nuestras preferencias circadianas. Las alondras son aquellas personas que se levantan temprano, incluso antes de que suene el despertador, prefieren la mañana para desarrollar actividades que impliquen pensar o prestar atención, y su batería se agota cuando la noche lleva unas pocas horas. Los búhos son lo opuesto: es en la tarde o en la noche cuando se sienten más claritos, se acuestan muy tarde y por más que el sol les inunde el dormitorio, prefieren dormir hasta tarde.

Las alondras son matutinas, los búhos nocturnos. Pero como casi siempre en la biología, estos cronotipos son los dos extremos de un continuo: la mayoría no somos ni alondras ni búhos extremos, aunque estemos más cerca de uno que de otro. Por otro lado, Ana me cuenta que esta preferencia circadiana cambia a lo largo de la vida: “Los jóvenes tienden a ser más nocturnos que los niños, los adultos y los ancianos. Eso es algo que todos sabemos, basta con tener un hijo adolescente”. Y ahora Ana se pone seria y muestra su preocupación: “Si bien no es nuestro tema de investigación, no lo podemos dejar de ver. Los jóvenes han tomado esas horas nocturnas, sobre todo en el Río de la Plata. Se sienten más cómodos en la noche y, como ahora no es necesario tener una reunión presencial, hay una parte de la actividad social que se desarrolla, de lunes a domingo, en horarios nocturnos, por medio de las redes y pantallas”. Y si los jóvenes son más nocturnos porque su reloj biológico así lo pauta, este exceso de pantallas azules podría estarlos haciendo más nocturnos aun.

El asunto es que si bien el cronotipo está mayormente determinado por los genes, Ana me dice que “el mundo está hecho para los matutinos”. “Al que madruga, Dios lo ayuda”, refuerza Bettina, y de inmediato sé cómo se titulará este artículo. Pero el asunto no es gracioso: si el mundo está hecho para la gente que madruga, aquellos cuyos genes los llevan a ser más nocturnos no la están pasando del todo bien. Y como los jóvenes son los más nocturnos de todos, Ana y Bettina decidieron estudiar el asunto. Y lo que se encontraron fue sorprendente.

Uruguayos campeones

Hace años que Bettina y Ana sospechaban, tanto por ser madres como por ser docentes que trabajan con jóvenes, que la nocturnidad de nuestros muchachos tenía algo especial. Y que el mundo, pensado para la gente con preferencias diurnas, podría estarlos afectando. La oportunidad de estudiar el asunto surgió en febrero de 2014 cuando se llevó a cabo la Primera Escuela de Iniciación a la Investigación Antártica. “Ir a la Antártida nos brindaba la posibilidad de hacer uno de esos experimentos que son un sueño. Fuimos en verano, donde casi no hay noche, con un grupo de estudiantes universitarios, de edades homogéneas, que los transportamos en contingente... era como llevar una caja de ratones a la Antártida, salvo que en lugar de la caja era en el Hércules y en lugar de ratones eran 17 estudiantes”, dice Bettina estallando en una risa contagiosa.

Luego de recobrar el aliento, continúa: “Los trasladamos a un ambiente en el que, sin cambiar el huso horario, sin cambiar ni la hora ni el día, pasamos a un fotoperíodo de 20 horas de luz y cuatro de oscuridad. Además, los estudiantes iban a hacer las mismas actividades, a comer lo mismo, era el experimento perfecto”. Lo que no fue perfecto fue lo que se encontraron.

Lo primero que hicieron fue caracterizar a los estudiantes que iban a ir a la Antártida. Y al aplicarles los cuestionarios de preferencias circadianas, casi se caen de espaldas. “No les creímos a nuestros propios datos. No podía ser que el valor de preferencia circadiana nos estuviera dando más alto que el valor más alto reportado en el mundo. Nos dijimos que eran pocos estudiantes y que probablemente nos estuviéramos llevando a unos raros”. Pero resulta que, pese a que todo estudiante de Facultad de Ciencias puede ser medio friki, sus datos estaban bien: “La hipótesis que hoy nos animamos a defender con fuerza es que nuestros jóvenes no sólo son nocturnos como lo son todos los jóvenes del mundo, sino que son extremadamente nocturnos”, dice Ana, y Bettina apoya: “Cuando hicimos la segunda Escuela Antártica, vimos que los primeros estudiantes no eran tan raros, porque los valores eran iguales. Y cuando lo hicimos con estudiantes liceales, aparecieron datos todavía más extremos. Cuando obtuvimos datos gracias al Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas, tuvimos datos de 1.800 jóvenes de 18 años de Montevideo y el interior, con la rigurosidad que tienen los sociólogos y los economistas en la representatividad de esa muestra, y nos volvimos a encontrar con datos similares. Entonces con unos 2.000 jóvenes seguimos viendo una tendencia hacia una nocturnidad extrema”. Es que los valores que obtuvieron arrojan que los jóvenes uruguayos son los más nocturnos jamás reportados por la ciencia en todo el mundo. Al parecer, Uruguay es un santuario de búhos adolescentes.

Saquen turno

Los resultados de los experimentos antárticos se están procesando y Ana y Bettina podrán ver cómo la melatonina funciona en un ambiente con 20 horas de luz y cómo los distintos cronotipos se adaptaron a ello. Sin embargo, toda esta experiencia las llevó a realizarse una nueva pregunta: “Luego de ver que los jóvenes uruguayos eran extremadamente nocturnos, nos interesó ver qué pasaba con el desempeño académico en chiquilines aun más chicos que nuestros universitarios, en los que los relojes están más tironeados hacia la nocturnidad”, relata Bettina.

Con eso en ciernes, comenzaron a trabajar con el liceo 10, que además de ser vecino de la Facultad, tiene bachillerato en dos turnos. “Eso es algo magnífico, porque en la mayoría de los países no hay turnos, los estudios no tienen la posibilidad de ver dos condiciones distintas. A nosotras el sistema educativo nos permitía ver qué pasaba con los chiquilines que entran 7.30 y los que entran 11.30”, cuenta Bettina. Ana amplía: “Tuvimos la oportunidad de testear una hipótesis que no está tan clara. ¿Es la nocturnidad por sí misma, por el hecho de que te tocaron esos genes, esos pares de alelos que te llevan a ser muy nocturno, la que afecta el rendimiento escolar, o lo que afecta es el déficit de sueño, la propia forma en que se organiza la agenda social?”.

Es que el asunto está claro: si los adolescentes son extremadamente nocturnos, si además su melatonina, la hormona del sueño, está inhibida hasta altas horas de la madrugada debido a la incidencia de la luz azul, los que van de mañana seguro tendrán lo que se llama “jet lag social”, o sea, un desfasaje entre los horarios que impone la agenda social-laboral y los horarios que dictamina el reloj biológico. El jet lag social genera una deuda de sueño, un déficit de horas dormidas que, como todo aquel que no pudo dormir bien alguna vez sabe, afectan el normal funcionamiento de cualquiera de nosotros.

Con la ayuda de Ignacio Esteban, que está haciendo su maestría en Neurociencias con esta investigación en el liceo 10, pudieron ver que los estudiantes del turno vespertino tenían unos cronotipos fuera de todo parámetro reportado. “Esto se mide de forma bastante intuitiva con un valor parecido al punto medio en el que uno ubica su sueño en un día libre. Por ejemplo, yo duermo de 0.00 a 7.00. El punto medio de mi sueño es a las 3.30. ¡Para esos muchachos el punto medio del sueño estaba cerca de las 7.00!”, exclama Ana. O sea que si su punto medio de sueño estaba en las 7.00, quiere decir que dormían de 3.00 a 11.00. Sin embargo, no hay problema: “Esos muchachos, que iban al turno vespertino y tenían el punto medio de su sueño a las 7.00, dormían ocho horas en promedio. Son recontra tardíos, pero no están privados de sueño”, dice Ana.

En la mañana la cosa era distinta: “En el turno matutino nos encontramos con que el punto medio está cerca de las 5.00. Pero... duermen seis horas por día”, dice Ana. “Son adolescentes y duermen seis horas, cuando lo ideal es que duerman nueve. Todos los días duermen tres horas menos de lo que tienen que dormir y dos horas menos que los que van al vespertino”. Y ahí es que salta la alerta: “En los que van de mañana el desempeño se ve afectado en función de su cronotipo. A los que son más búhos, cuando van de mañana, les va peor”, dice Bettina. Ana agrega: “Para los muchachos que van de mañana, su desempeño no sólo depende de lo que estudian y de la voluntad que ponen en ello, sino que hay una parte que depende de sus preferencias circadianas”.

Dormidos en el aula

Lo que sucede es bastante razonable una vez que uno se adentra en la cronobiología. “En los muchachos que tienen cronotipos nocturnos y que entran al liceo a las 7.30, la melatonina todavía está alta y el cortisol, que es la hormona antagónica, la hormona de la alerta, todavía ni se asomó. Esos chiquilines están despiertos, pero fisiológicamente están dormidos”, dice Bettina y cuando le cuento que algunos profesores dicen que sus alumnos son como zombis, replica que en el caso de los búhos obligados a madrugar tienen razón. Pero esto tiene algo positivo, que Ana cuenta entusiasmada: “Lo interesante de nuestros datos es esa correlación. Cuanto más nocturna es su preferencia, peor les va en la nota de la primera reunión si van a clase de mañana. Y lo lindo es que eso no pasa de tarde”. Esto la lleva a afirmar sin dudar: “Se terminó, es un mito, la nocturnidad per se no afecta el desempeño de nuestros jóvenes. No hay nadie más nocturno en el mundo que los estudiantes del turno vespertino del liceo 10 y, sin embargo, esa nocturnidad no afecta el desempeño porque duermen ocho horas por día”.

Bettina explica: “A las 11.00 ya no importa si sos alondra o búho. La melatonina ya te bajó, el cortisol ya te subió y entonces no afecta si vas al intermedio. Pero sí importa si vas de mañana, en ese caso tener un cronotipo tardío es una desventaja, porque si bien no te pudiste dormir temprano, igual estás a las 7.00 en el liceo”. Es fantástico, les digo, ser búho no afecta el desempeño, siempre y cuando no vayan a estudiar de mañana. “Exacto”, exclama y me dice, además, que “las preferencias circadianas no implican en sí mismas una desventaja. Es algo contextual. Si sos búho y vas de mañana, estás yendo tan en contra de esa preferencia circadiana que todos tus valores fisiológicos no están acompasando la situación que tenés que enfrentar en ese momento, que es estar atento, estar despierto, entender. Fisiológicamente estás dormido”. Los estudios que identificaban la nocturnidad como una desventaja se hicieron en países con un solo turno, en el que todos los estudiantes van de mañana. Ana comenta: “Es como que todos los estudios tuvieran la mitad de la historia. A nosotros lo que nos brindó el sistema público uruguayo fue la posibilidad de contrastar una población homogénea pero separada en dos turnos”.

No nos durmamos

Luego de escucharlas, uno imagina que las autoridades de la educación tomarán nota. Que podrían practicarse tests de cronotipo para ayudar a decidir a padres y alumnos qué turno del liceo les conviene más. En muchos liceos privados la cosa aún es más compleja: en los que escuela y liceo comparten local, por lo general son los liceales los que van de mañana y los escolares, que no tienen esa nocturnidad del adolescente, los que van de tarde. Bettina agrega: “También hay cosas que juegan y que tienen que ver con los factores sociales. Porque si un chiquilín es nocturno, pero además está impactado por luz azul hasta muy tarde, menos se va a poder dormir, porque su melatonina va a estar inhibida. Entonces se pueden tomar precauciones para higienizar el sistema un poquito”. Una de esas soluciones, sencilla y de costo cero, es instalar aplicaciones y software gratuitos que hacen que las pantallas de celulares y computadoras emitan menos luz azul de noche. Ana encima va más lejos: “Lo social está afectando a los nocturnos para el desempeño curricular, pero para los matutinos, tener que ir a un boliche que abre a las 3.00 es un castigo, no disfrutan de la vida social de entretenimiento tal como está pautada”. Bettina agrega que “las alondras están en el horno para esa vida social” y uno ve que para ellas es un problema tan importante como tener un mal desempeño curricular. “Es muy importante pero no tenemos datos”, dicen, y se ve en sus ojos el germen de futuras investigaciones. Es que las dos hacen ciencia desde la sensibilidad: son madres de adolescentes y docentes de gurises. Abren los ojos al mundo que las rodea y de él, como desde los antiguos griegos hasta nuestros días, encuentran la inspiración para seguir investigando.

La visita a Ana y Bettina me deja maravillado. Es fantástico que científicas que estudiaban peces eléctricos y peces anuales lleguen a una conclusión que es profundamente humana: los que están mal no son los jóvenes, sino las cosas que les hacemos hacer. La culpa no es de los adolescentes, cuyo cronotipo más nocturno está dictado por los genes y las características de nuestra especie, sino que la culpa es del sistema, demasiado rígido y para nada basado en evidencia científica.

Muchas veces se piensa que a los adolescentes les hace bien un poco de disciplina militar, que hacerlos madrugar para ir a estudiar los hará personas más responsables. Pero a un adolescente búho no se le está enseñando disciplina, se lo está privando de horas de sueño y haciéndolo vivir desfasado de su reloj biológico. Sería bueno comprender que la privación de sueño produce cosas más indeseables que la incomodidad que le pueda causar a los padres enviar a sus hijos al turno de la tarde. Es que, como dice Ana, “aunque queramos decir que somos seres muy avanzados, la salida del Sol nos afecta, y aunque podamos compensar con otras cosas, no podemos pensar que somos los únicos seres en el planeta a los que la luz no le afecte el reloj biológico”.

Artículo: “Extreme late chronotypes and social jetlag challenged by Antarctic conditions in a population of university students from Uruguay”.

Publicación: Sleep Science (2016).

Autores: Bettina Tassino, Stefany Horta, Noelia Santana, Rosa Levandovski y Ana Silva.

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