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Ave con residuos plásticos encontrada en la playa Mansa de Punta Colorada. Foto: Vicki Crook

Nueva investigación sobre plásticos en playas uruguayas –esta vez en Punta Colorada– encuentra importante aumento de su presencia en los últimos 20 años

7 minutos de lectura

Plásticos constituyeron 91% de las 1.216 piezas de desechos encontrados en la arena de la playa Mansa del balneario.

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Las playas de Uruguay no son solamente el destino favorito de los veraneantes y, últimamente, las cianobacterias: la contaminación de los mares y océanos del mundo por los plásticos –tanto que la Organización de las Naciones Unidas la considera una de las principales amenazas globales para el medioambiente– hace que piezas de ese material también encuentren en nuestras arenas un lugar para quedarse. La investigación sobre esta problemática es cada vez más abundante en todo el planeta y, por suerte, nuestro país no es una excepción. A los trabajos que se presentaron en el Segundo Simposio sobre la Presencia de Plásticos en los Ecosistemas Acuáticos de Uruguay, organizado por el grupo Investigadores del Plástico en los Ecosistemas Acuáticos, se suma ahora el de la bióloga marina Vicki Crook, inglesa con una maestría en conservación que desde hace un año y medio decidió radicarse en Piriápolis.

Su informe, titulado “Monitoreo de basura en la playa Mansa de Punta Colorada”, fue presentado hace escasos días y da cuenta de los resultados de la investigación que Crook llevó a cabo durante cuatro meses de 2018 en la playa donde se encuentra SOS Rescate de Fauna Marina, organización no gubernamental en la que trabaja como voluntaria. “Empecé a ayudar con los animales, a limpiar las piscinas y esas cosas, y me gustó mucho volver a lo práctico, porque si bien hace más de 20 años que trabajo en temas relacionados con la conservación, últimamente estaba más tiempo frente a una computadora o en reuniones, y se pierde un poco el contacto con el mar, los animales y los problemas”, dice Crook. Sobre por qué estudiar el problema del plástico en nuestras cosas, la investigadora formada en Inglaterra no esconde lo personal: “Me mudé acá para vivir al lado del mar. Nado mucho, y hubo días en los que no podía entrar al agua por lo sucia y llena de plásticos que estaba. Es muy triste, entonces decidí empezar a monitorear los plásticos”.

El interés de Crook y su presencia en el país se alinearon con los tiempos políticos. Como dice en su informe, en junio de 2018 “se presentó en la ciudad de Piriápolis un Plan de Acción de la Gestión de Basura Marítima”, en el que el Municipio de Piriápolis “se comprometió a tomar iniciativas para involucrar a la ciudadanía en los esfuerzos de reducir la contaminación por plásticos, que incluye entre ellos monitoreo e investigación”, y que destacaba “la importancia de involucrar a la comunidad local y los centros educativos en el aumento de la concienciación ciudadana sobre las fuentes de desechos marinos, su destino y los impactos”. De este modo, en invierno del año pasado, “SOS Rescate de Fauna Marina inició el monitoreo de la basura que llega a la playa de Punta Colorada desde el mar”.

Juntando tapitas

Antes de meterse de lleno en el asunto, Crook hizo dos pruebas piloto para llegar a una metodología de trabajo acorde a la situación. Optó por clasificar los residuos que encontrara en la arena según las categorías de la Convención para la Protección del Medio Ambiente Marino del Atlántico del Nordeste (OSPAR, por su sigla en inglés). Cumplido este paso, procedió a relevar toda la basura encontrada en cuatro muestreos mensuales entre agosto y noviembre de 2018 “en la superficie de la arena, entre el agua y el comienzo de las dunas”, lo que, dependiendo de la marea y el clima, daba una ancho de 40 metros en un tramo “de 100 metros de largo de la playa Mansa de Punta Colorada”, próximo al local de SOS Rescate de Fauna Marina. Todos los objetos que se encontraran sobre la arena serían categorizados, pesados y anotado su volumen.

Crook también tomó otra decisión: los microplásticos –plásticos menores a 0,5 cm– no serían contados. La investigadora tiene una razón de peso para excluirlos del estudio: “Yo no quería contar los plásticos y luego no sacarlos de la playa. Toda la basura que conté la saqué de la playa, pero eso con los microplásticos me habría resultado imposible: en escasos metros podés encontrar más de 100 piezas, algunas de ellas tan diminutas que casi no se ven. Si sacás una cucharada de arena y la colás, encontrás más plásticos. Por lo tanto, contar los microplásticos era imposible para el tiempo y el trabajo que me propuse hacer”. Dado que el objetivo de su estudio consistía en “identificar el tipo y la cantidad de basura que llegaba a la playa desde el mar”, hacerlo en invierno tenía mucho sentido: después de noviembre más gente comienza a bajar a la playa, dejando tras de sí más basura, al tiempo que en el verano hay “limpiezas regulares de las playas, organizadas por las autoridades locales”.

Dime qué encuentras y te diré de dónde viene

Tras realizar sus cuatro jornadas de recolección de basura en la superficie de la arena en unos 4.000 metros cuadrados, Crook clasificó 1.216 piezas de residuos, que llenaron nueve baldes de diez litros. En el informe señala que “se juntó más basura en agosto y setiembre (11 y 10 kg) comparado con octubre (5 kg) y noviembre (2 kg)” y sostiene que el tiempo podría haber incidido, ya que los días previos a las mayores recolecciones fueron de tormenta y vientos fuertes. Como confirmación de lo que se esperaba, la mayor parte de esa basura eran derivados de plástico o poliestireno: su presencia fue superior a 87%. Sin embargo, el porcentaje aumentaría a 91% si se incluyeran los palillos plásticos de cotonetes, que de acuerdo a la categoría de OSPAR utilizada fueron contabilizados en la categoría “residuos sanitarios”.

Poco más de un tercio de los residuos plásticos “no pudo ser identificado porque estaba en proceso de degradación”. De los plásticos indeterminados, el segundo tipo más común (235 piezas) correspondió a envoltorios de snacks, golosinas, comida y otros productos, “casi todos de origen nacional o regional”. El tercer plástico más frecuente fueron justamente las tapitas y tapones (179), “la mayoría de botellas de bebidas de marcas nacionales o consumidas en Uruguay, pero también tapas de botellas de cosméticos, pasta dental, tarros de pintura y otros envases”. “Para mí era importante tener datos objetivos de que parte del plástico era generado en nuestras propias costas y eso salió como yo esperaba”, confiesa la investigadora. “Gran cantidad de tapas plásticas de botellas eran de Salus –aunque también había de Coca-Cola, que pueden venir de otras partes– y si bien encontré un envoltorio que estaba escrito en chino, la mayoría de los envoltorios eran de productos hechos en Uruguay o en Argentina: era nuestra basura”.

Lejos, en cuarto lugar, aparecieron las bolsas, de varios tamaños, que totalizaron 43 piezas. El dato no es menor: si bien Uruguay aprobó recientemente leyes para regular la entrega de bolsas plásticas en supermercados, si uno reconoce que el problema es el plástico en general, deberían tomarse otras medidas complementarias. “Por suerte ahora en Uruguay hay acciones para el tema de las bolsas, pero el problema del plástico es mucho mayor que eso. El resultado demuestra que la gente de Uruguay tiene que tomar conciencia”, señala la bióloga marina.

Cambiando hábitos

Al comparar los resultados de su investigación con un trabajo similar realizado en la misma zona hace 20 años, Crook y todos nosotros no podemos dejar de alarmarnos: si bien no se hizo con la misma metodología, la investigadora cuenta que “en ese entonces el plástico representó menos de 35% de la basura recolectada”, después de la madera y el metal, que totalizaron 40%. El vidrio hace 20 años representó 10% y el papel, 15%. “Hace 20 años la gente no usaba tanto plástico”, aventura la científica.

“Me propuse hacer algo corto, no es un proyecto enorme”, dice sobre las cuatro jornadas de recolección de plásticos. Si en apenas cuatro días Crook recolectó unos 28 kilos de basura, de los que clasificó más de 1.200 ítems, es posible sostener que su decisión fue acertada: trabajando en solitario y de forma voluntaria, la investigadora hubiera cargado toneladas de plástico y hubiera tenido que dedicar miles de horas para analizar los datos, y eso no le hubiera permitido tener su informe hasta dentro de mucho tiempo. Sin embargo, en su opinión lo importante no son tanto los números en concreto: “Es importante destacar que sólo se ven las cosas que flotan, y no todo el plástico flota de la misma forma porque tienen densidades diferentes. La razón de que se vean tantos tapones, y envases y bastoncillos de cotonetes es que son de un tipo de plástico que flota más. Alguien podría objetar que el muestreo no es representativo de todo el plástico que hay en el agua”. Luego de una pausa, Crook concluye: “Los números en sí, aunque muestran algo, para mí no son lo más importante. Los porcentajes de cómo estaba conformado lo que se encontró pueden ser útiles, porque dan una idea del problema, pero más que nada lo importante es mostrar qué hay, qué tipo de cosas y de dónde vienen, si eran de aquí o de otras partes”.

La científica cuenta que cuando trabajaba como voluntaria mucha gente se le acercaba y le decía que era consciente del problema y que por eso se deshacía del plástico tirándolo siempre en la basura. “Lo importante es que puedan comprender que ese plástico que tiran a la basura también puede llegar al mar, ya sea por el río, por la lluvia, porque se vuela o escurre de los vertederos”, reflexiona la investigadora, y sentencia: “La gente tira sus desechos a la basura y luego se olvida, piensa que hizo su parte, pero no es del todo así”. Como ejemplo cita el caso de los bastones plásticos de los cotonetes: la gente los tira en el inodoro, pasan así al saneamiento y luego van a parar al mar.

El trabajo de Crook servirá de base para talleres y charlas con niños y ciudadanos que se acercan a SOS Rescate de Fauna Marina, y como indicadores para quienes gestionan las acciones en torno a la temática. Porque para Crook lo importante de su muestreo era “mostrar qué es lo que hay, mostrar el problema con fotos, porcentajes y también números, y dejar en evidencia que cada uno tiene que aportar lo suyo para, al menos, reducir el problema”. Ojos que no ven, corazón que no siente. El trabajo de Crook ayuda a ver y sentir con un nudo en la garganta lo que les estamos haciendo a nuestros océanos.

La mar estaba plastificada

En cuatro monitoreos realizados entre agosto y noviembre de 2018, en 100 metros de largo de la playa Mansa de Punta Colorada, Crook encontró:

- 1.216 piezas de basura que totalizaron un volumen de 90 litros y un peso de 28 kg.
- ~90% fueron derivados de plástico o poliestireno.
- casi 40% del plástico recolectado fueron piezas no identificables.
- más de 40% del plástico eran envoltorios, tapas y tapones, bolsas y envases de alimentos.

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