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Geko de las piedras en Cuchilla de Laureles, Tacuarembó.

Foto: Ernesto Elgue

Un estudio de diversidad genética al rescate del geko de las piedras

9 minutos de lectura
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El único geko autóctono del país es considerado vulnerable y prioritario para la conservación, pero su dependencia del hábitat de pedregales y la sombra de la forestación plantean una interrogante sobre su futuro. Un trabajo del biólogo Ernesto Elgue brinda algunas herramientas concretas para trabajar en su conservación.

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Para contar bien esta historia hay que retroceder algunos añitos. Entre seis y ocho millones, aproximadamente, hacia el período del Mioceno superior, con una escena que narrada en pocas palabras parece salida –engañosamente– del cine catástrofe. Durante este período geológico, el movimiento de placas tectónicas produjo un gran ingreso de aguas al continente sudamericano, que formó el Mar Amazónico (que cubría gran parte de la actual cuenca del Amazonas) y el Mar Paranaense, que invadió parte de Paraguay, Argentina, Bolivia y el sur de Uruguay.

Al este de este mar, en tierras emergentes (en lo que hoy es el norte uruguayo y el sur brasileño), vivía el antecesor del protagonista de este relato, que al quedar aislado por las aguas comenzó su propio camino en el árbol de la evolución. La retracción del Mar Paranaense, hace unos cinco millones de años, le dio la oportunidad de ganar terreno, expandirse y comenzar a diversificarse en varias especies. Dentro de ellas, una de las más antiguas es la que aún permanece en la zona: Homonota uruguayensis, conocida popularmente como geko de las piedras, el único geko autóctono que puede encontrarse en el país.

Para entonces, los homínidos estaban recién aprendiendo a ser bípedos y faltaban millones de años para que los Homo sapiens –esos invitados pesados que llegan al final de una fiesta para cambiar el clima– aparecieran en el planeta. El geko de las piedras, sin embargo, ya se encontraba calentándose en los afloramientos rocosos del norte del país, aunque pasara inadvertido para la ciencia hasta una fecha curiosamente cercana.

En 1951, un ejemplar de esta lagartija fue recolectado en Rivera y enviado al Departamento de Zoología de Vertebrados de la Facultad de Ciencias. Se creyó que se trataba de un ejemplar de Homonota darwinii, especie existente en Argentina y descrita en 1885 por el biólogo George Boulanger, que mencionaba un ejemplar uruguayo existente en el Museo Británico de Historia Natural. Las entusiastas excursiones del Departamento de Zoología realizadas entre 1952 y 1960 confirmaron que su presencia era bastante común, obteniéndose un buen número en Artigas y Tacuarembó.

Entra en escena entonces un zoólogo local legendario: Raúl Vaz Ferreira, que junto con Blanca Sierra de Soriano se encontraba preparando un trabajo sobre los reptiles de Uruguay. Al revisar los ejemplares, se percataron rápidamente de que esa pequeña lagartija era distinta a la especie ya citada. La llamaron en su momento Wallsaurus uruguayensis.

El geko de las piedras no impresiona por su tamaño, colorido o sus habilidades para el camuflaje, a diferencia de muchos de sus parientes, pero aun así guarda su buena cuota de carisma. Mide unos cinco centímetros de cabeza a cloaca (sin contar su larga cola) y tiene una coloración que lo ayuda a disimularse con el entorno, que consistente en pedregales que le permiten refugiarse debajo de piedras sueltas, desde donde sale disparado en dirección a la próxima roca si alguien osa ser tan descortés como para descubrirlo. Su hábitat es tan específico que es particularmente importante cuidarlo: si este desaparece, el geko también lo hará.

Quebradas donde se encuentra el geko de las piedras en Rivera.

Foto: Ernesto Elgue

Vaz Ferreira y Sierra de Soriano podrían describirlo en forma muy minuciosa, como efectivamente hicieron para distinguirlo de otras especies de Homonota, pero quien no tenga experiencia en reptiles cuenta con una forma sencilla de darse cuenta de si está frente a un geko de las piedras: es el único reptil autóctono con la pupila dividida.

Se alimenta de pequeños artrópodos mediante un procedimiento de lo más económico en cuanto al gasto de energía, que es básicamente quedarse quieto y esperar. Es huidizo y poco agresivo, aunque ante la insistencia de un intruso no duda en separar su cuerpo del suelo y abrir la boca en una posición amenazante, en un intento por intimidarlo.

El Homonota uruguayensis tiene una serie de características que despertarían la envidia de un hippie de manual: vive en serranías, se calienta al sol, lejos de centros poblados, y, por si algo le faltaba, tiene puestas comunitarias. Es normal encontrar en un mismo nido varios huevos, pertenecientes a distintas hembras de la especie.

Despacito y por las piedras

El geko de las piedras se encuentra solamente al norte del río Negro en Uruguay y al sur de Brasil, lo que significa que es endémico a nivel regional. Es una especie considerada prioritaria por el Sistema Nacional de Áreas Protegidas y está catalogada como vulnerable según la Lista Roja de Anfibios y Reptiles. Es, como vemos, un animal con el que se debe tener especial precaución en materia de conservación, pero para el que actualmente no hay ningún plan específico.

Es hora de que otro Homo sapiens haga su ingreso en este relato: Ernesto Elgue, un biólogo con especial debilidad por los reptiles y, a esta altura, verdadero cariño por el geko de las piedras. En su tesis de maestría, Ernesto se planteó estudiar la diversidad genética de las poblaciones de esta especie, lo que además de tener valor por la información en sí misma constituye una herramienta indispensable para tomar decisiones en materia de conservación. Para explicarlo de otro modo: el número de ejemplares en una determinada zona no es el único aspecto a considerar para establecer el grado de amenaza que sufre una especie; como el mismo Elgue explicará más adelante, las poblaciones con menor riqueza genética tienen menos potencial adaptativo (a esto se le llama depresión endogámica), y están más expuestas a las enfermedades y, por ende, a sufrir extinciones locales.

Durante un año y medio, Ernesto y sus colaboradores hicieron salidas a 46 puntos en los departamentos de Artigas, Rivera, Salto, Tacuarembó y Paysandú, cubriendo los pedregales de toda la zona de distribución del geko. Para su estudio, obtenía tejido del hígado o de la cola de al menos cinco ejemplares por punto. Lo que sucedía en este segundo caso, explicado en pocas palabras, parece salido de una película de terror, pero es una muestra de la maravillosa herramienta que la evolución le brindó a algunos reptiles. Este animal tiene “autotomía caudal”, lo que significa que cuando Ernesto se disponía a atraparlo, el Homonota uruguayensis se autoamputaba la cola, que quedaba moviéndose en el suelo mientras el resto del animal procedía a escapar, una maniobra desconcertante para el potencial depredador (no para Ernesto, suponemos, que como buen biólogo estaba advertido de este fenomenal mecanismo de defensa).

Tras amplificar y secuenciar fragmentos de los genes obtenidos, Ernesto pudo establecer que hay seis poblaciones geográficamente bien definidas, cinco de ellas en Uruguay: norte de Rivera junto con algunas localidades del sur de Brasil; Laureles y Lunarejo; norte de Tacuarembó y Salto; Artigas; y adyacencias de Tambores (que es además un gran nombre para una comparsa).

Homonota uruguayensis en Cuchilla de Laureles, Tacuarembó.

Foto: Ernesto Elgue

“Hay mucha diferenciación genética en una pequeña distribución”, explica Elgue a la diaria, lo que se debe a la baja capacidad de dispersión de la especie, a que tiene un hábitat muy específico y también a la acción de barreras geográficas como cursos de agua o quebradas. Dicho en otras palabras: pese a la escasa distancia que separa a unas poblaciones de otras, su aislamiento ha hecho que la variación genética sea grande. Por ejemplo, la población que se encuentra en Laureles y Lunarejo es tan diferente al resto que queda claro que tiene una historia evolutiva independiente y que podría incluso en un futuro convertirse en otra subespecie. A esto se le llama una unidad evolutiva significativa, que es de especial interés conservar porque de lo contrario se perdería una parte importante del legado genético de la especie. O, como dice Ernesto, equivaldría a que desparezca una rama entera del árbol; puede que haya muchas otras, pero esa no volverá a crecer.

Viva la diferencia

¿Qué conclusiones sacó de este estudio? Que las poblaciones del norte de Artigas son las que tienen la mayor diversidad genética. La respuesta parece entonces simple: si hay que elegir una sola zona en la que conservar al geko, parecería lógico que fuera esa. Esto no es, sin embargo, lo que afirma en su trabajo: “Para establecer la zona a priorizar yo aplico lo que se llama diversidad filogenética complementaria: dado que ya hay un área protegida dentro de la zona de distribución de las poblaciones [Valle del Lunarejo, que integra el Sistema Nacional de Áreas Protegidas desde 2009], analizo cuál es la otra área que se complementaría mayormente con ella. Como ya está conservado Lunarejo, supuestamente, intenté ver cuál otra área junto con esa englobaría la mayor diversidad”, explica Elgue. Y la conclusión a la que llegó es que se trata del conjunto de localidades del norte de Salto, porque conservándolas junto con Lunarejo se resguarda la mayor diversidad filogenética de la especie.

Cuando hablamos de la diversidad filogenética hay que hacer una aclaración. Esto no es sinónimo de la mayor variedad de la especie (como es la diversidad genética absoluta), sino de la mayor distancia de parentesco entre los individuos. Volviendo a la analogía del árbol, lo que toma en cuenta esta herramienta no es la cantidad de “ramas”, sino la distancia total que hay entre las “ramas” existentes. Cuanto más grande sea esta distancia, mayor será la cantidad de cambios evolutivos acumulados representados.

Naturalmente lo ideal sería conservar todas las áreas, como admite el mismo Elgue, pero como eso generalmente es difícil en épocas de intenso desarrollo productivo, debió ser realista y priorizar sólo una, decisión que lo pone incómodo porque es un síntoma “de que algo está mal”. Que las poblaciones estén fragmentadas no ayuda y complica la tarea, obligando a más esfuerzos.

¿Qué puerta abre un estudio como el de Elgue? Sus conclusiones dan una nueva herramienta a las autoridades a la hora de decidirse a tomar medidas de protección. La más obvia es “la instalación de un área protegida que impida que se acabe con el hábitat o evite que la forestación llegue a todos los sitios en los que se encuentra la lagartija”, dice el biólogo.

Al menos, de este modo, la especie tendrá mejores posibilidades para el futuro. “Una mayor variedad genética brinda la posibilidad de especializarse naturalmente o de resistir posibles catástrofes y enfermedades. Cuando no hay diversidad, si algo resulta fatal para algunos individuos, resulta fatal para todos”, advierte Ernesto.

De otro modo, si no hay variedad, únicamente se conservan más copias de lo mismo (si se nos permite, en aras de la claridad, reducir a los animales a copias de genes). Esta misma lógica es la que hace que algunas reservas o zoológicos, por ejemplo, se deshagan de los ejemplares que no aportan en la diversidad genética de sus poblaciones y que representan por lo tanto una amenaza a la salud global. A veces lo hacen con muy poco tacto, como sucedió con la mediática jirafa Marius del zoológico de Copenhague, cuya eutanasia se practicó a la vista del público para indignación generalizada.

Ver el bosque y no el árbol

La analogía de las ramas del árbol de la evolución presenta una triste paradoja para este geko, ya que el principal peligro para su hábitat es justamente la forestación, que ha tenido un gran crecimiento en las zonas en que vive (áreas de prioridad forestal, según indican las directrices de ordenamiento territorial). Tal cual explicó Ernesto, en base a sus observaciones de campo, cuando se foresta se llega hasta el borde mismo del pedregal, lo que provoca que se proyecte sombra sobre buena parte del hábitat. “Donde hay sombra no quedan gekos, porque necesitan el calor”, señala.

Es una amenaza real, ya que el desarrollo de la forestación en la zona no sólo fue impresionante en los últimos tiempos, sino que tiene las condiciones para seguir en aumento. Si sucede, además de exacerbarse los problemas de fragmentación, podrían ocurrir extinciones locales. En las áreas que no están protegidas, la coordinación con las empresas forestales –que en muchos casos prevén en sus planes este tipo de acciones de conservación– podría mitigar este impacto.

Obviamente, la explotación del área implica un mayor desarrollo económico que puede ser beneficioso para el país. ¿Cómo compite entonces una pequeña lagartija, que no tiene además mayor uso productivo? El utilitarista directamente se preguntaría: ¿por qué conservarla? Ante la interpelación, Elgue no huye a refugiarse a la piedra más cercana sino que responde seguro desde varias perspectivas. “Como investigador, puedo decir que la biodiversidad en sí misma es un síntoma de cuán saludable está un ambiente; incluso desde el punto de vista productivo te indica que se trata de un lugar sustentable”, responde como primer punto. Para explicar por qué todas las especies de un ecosistema son importantes (y no sólo las que suelen ser consideradas “clave”) usa la analogía del ala del avión, bastante popular en materia de conservación y que, explicada en pocas palabras, parece salida de una película apocalíptica: “Si yo saco un tornillo del ala seguramente no pase nada. Si saco dos, tampoco. Pero si continúo haciéndolo va a llegar un punto en que el ala se va a desarmar y el avión va a caer. El conjunto de especies es lo que hace que el ecosistema sea sustentable”.

Lunarejo, Rivera, uno de los sitios donde vive el geko de las piedras.

Foto: Ernesto Elgue

“Esa es una pregunta antropocéntrica”, prosigue, ya con impulso. “Parte de la base de que la naturaleza está para satisfacer nuestras necesidades, pero hay una cuestión de responsabilidad. Ya que tomamos cosas de la naturaleza, debemos tratar de compensar el daño o hacer que sea el mínimo posible. No digo que no se deje entrar gente a la zona para que nada se toque, sino que la actividad productiva se realice de la forma más responsable posible”, agrega. Por último, aborda la cuestión filosófica: “Cualquier forma de vida es una fuente de goce para muchas personas: conservar eso hasta por simple cariño a la naturaleza, sin querer nada a cambio, es suficiente razón”.

Publicación: “Estructura genética y filogeografía de Homonota uruguayensis (Vaz-Ferreira & Sierra de Soriano, 1961) (Squamata, Phyllodactylidae) y su relación con el paisaje”, tesis de maestría de Pedeciba - Biología, subárea Zoología

Autor: Ernesto Elgue

Orientadores: Raúl Maneyro y Arley Camargo.

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