“¿Sabías que hay más de 3.000 cerritos de indios en Uruguay” comienza preguntando el libro Los indios de los cerritos, recientemente publicado. La pregunta es relevante: con tanto cerrito de indio ocupando grandes extensiones de Rocha, Tacuarembó y Cerro Largo, el énfasis parece no estar tanto en la cantidad de estas construcciones sino en el hecho de por qué uno no lo sabía.
El asunto es que este país tiene una relación extraña con su pasado. A pesar de investigaciones antropológicas y arqueológicas que en las últimas décadas han aportado datos de una ocupación humana de estas tierras que se remonta al menos hasta hace 13.000 años, con información que muestra el desarrollarlo de distintas tecnologías propias de la región para confeccionar puntas de lanza, la proliferación del arte rupestre, la domesticación de perros, el cultivo de maíz y zapallo, la pesca, enterramientos con ritos funerarios, la organización de las construcciones de acuerdo a una orientación astronómica y hasta la presencia de genes indígenas en gran parte de la población actual de nuestro país, en los libros de historia es poco lo que se dice de estos más de 10.000 años de ocupación humana del territorio previo a la llegada de los españoles y su afán de encontrar metales preciosos. Esa postura, que niega el pasado, se resume bien en la idea de que los uruguayos “venimos de los barcos” y que inspira el nombre del reciente documental Un país sin indios.
Por eso la edición de este nuevo libro de la colección +Cerca, llevada adelante por Silvia Soler, es tan bienvenida: así como la protección del medioambiente, el aprecio por la biodiversidad y hasta la clasificación de residuos apuntan a las nuevas generaciones, contarles a los niños todos estos fascinantes descubrimientos realizados por investigadores tanto de Uruguay como de otros vecinos del continente, tal vez hacer llegar todo lo que hoy sabemos a los niños ayude a que en un futuro miremos con asombro cómo pudimos darles la espalda a tantos miles de años de poblamiento y cultura.
La ficción como caballo de Troya
La colección de libros a la que pertenece Los indios de los cerritos recurre a la ficción, protagonizada por Sofía y Lucas, dos niños curiosos, para contarnos cosas que científicos de nuestro país han descubierto sobre indígenas (Más cerca del cielo y el presente libro), la paleontología (Gigantes bajo tierra y Tierra de dinosaurios) y hasta de fauna actual (En la orilla). En la narración de cada libro, los niños se encuentran con cosas que no conocen, así que mientras se desarrolla una aventura, aprenden un montón de cosas (y nosotros también).
En este caso el pretexto narrativo para adentrarnos al misterio de estas construcciones, que comenzaron a hacerse en Rocha hace unos 5.000 años y luego se extendieron a otras regiones del país e incluso de países vecinos, es el llamado de la tía Jacinta, que vive próximo a Paso Barrancas, en plena zona de cerritos de indios, a que toda su familia se presente porque tiene un secreto para contarles. Durante el libro nos vamos informando, junto a Sofía y Lucas, de muchas de las maravillas que hacían los pobladores de estas tierras y que a duras penas conocíamos. ¿Sabías que los cerritos se construían, entre otras cosas, con tierra de hormigueros quemada? ¿Sabías que los cerritos de indios, con sus alturas que podían llegar hasta los 100 metros, servían para mantenerse secos en los bañados y que aún hoy se utilizan como refugio del ganado en épocas de inundaciones? ¿Sabías que gracias a las excavaciones en los cerritos hoy sabemos que los indígenas habían domesticado al perro, que plantaban maíz, zapallo y porotos? Claro que no lo sabías: ¡probablemente nunca nadie te lo había contado antes!
En esta ficción creada por Silvia Soler hay otros dos responsables de lujo: una es la arqueóloga Camila Gianotti, encargada, obviamente, de los contenidos científicos, y el otro es el ilustrador Sebastián Santana, responsable del trabajo gráfico de todos los libros de la colección. Es así que el trío le da vida a una historia que tanto puede ser leída como un cuento de misterio familiar o, deteniéndose en las páginas más divulgativas, como datos, gráficos, ilustraciones y gráficos que repasan lo que hoy se sabe del poblamiento temprano de lo que hoy es Uruguay y de la construcción de cerritos de indios. Por si todo esto fuera poco, el libro no escatima en fotos que nos ponen en contexto y nos hacen caer en la cuenta de que probablemente hayamos pasado cerca de un cerrito de indios rochense sin habernos dado cuenta.
El poder de la imagen
Cuando el año pasado se hizo la reconstrucción del rostro de una indígena de 1.600 años –utilizando técnicas de reconstrucción forense a partir de un cráneo encontrado en un cerrito de indios rochense– todos quedamos maravillados: más allá de que toda reconstrucción tiene algo de arte y no puede agotar la diversidad de facciones, colores de ojos, pelo y piel, los habitantes milenarios de esta tierra dejaban de ser huesos en colecciones y por fin pasaban a tener una cara en la que mirarnos. En ese sentido, a título personal, creo que este libro hace un aporte de similar magnitud.
A todo lo que Los indios de los cerritos aporta sobre el tema de manera amena, didáctica y cercana para los niños, hay dos ilustraciones, realizadas por José Ramón Almeida, que realmente impactan en el lector. Es que estos dibujos, basados en evidencia científica supervisada por Gianotti, tienen la capacidad de dar carne y hacernos visualizar cómo eran algunos aspectos de la vida de esas poblaciones de una manera que sólo se me ocurre calificar de conmovedora.
Crecí leyendo libros de la editorial española Plesa sobre neandertales y faraones egipcios, sobre el origen del hombre y fósiles de dinosaurios, que estaban destinados a niños y adolescentes. Aún hoy, cuando leo la palabra “neandertal”, mi representación mental de aquellos humanos es la que tantas veces miré de niño, aun cuando ahora sé que no eran tan peludos ni tan distintos a nosotros, los sapiens. Sin embargo, cuando voy para atrás, no encuentro ni una sola imagen tan vívida como aquella sobre los pobladores de este territorio. Hay, sí, algunos grabados de indios arrojando boleadoras desde caballos –y no de los que hoy sé que había antes de la llegada de los europeos– deslucidamente reproducidas en algún libro de historia mientras se habla de los indios que encontraron los conquistadores o alguna caricatura apresurada de Gezzio para revistas como Patatín y Patatán o Charoná. ¡Si habría falta de imágenes y relatos sobre nuestro pasado que de niño pensaba que los fósiles sólo se encontraban en Estados Unidos y en Europa! Por eso, al pasar las páginas del libro de Soler y Gianotti, la mandíbula casi se me cae al piso.
Las dos ilustraciones de Almeida representan dos escenas de la vida de los pobladores de Rocha hace cientos –o miles– de años. Y al verlas, es como si se hubiera encontrado la foto perdida de un familiar lejano. Ambas son creíbles, complejas, abundantes en información y, sobre todo, plausibles. En una de ellas vemos a una aldea tal y como muchos arqueólogos y antropólogos piensan que sería: un conjunto de cerritos rodeando una plaza central. Los indios nos miran en la figura, totalmente relajados. Unos cocinan peces y zapallo, otros conversan, otros traen la caza del día –un venado guazubirá–; lejos, un grupo planta calabazas, otros cosechan maíz, unos construyen cestas mientras un perro acompaña cerca de una olla puesta al fuego. En el cielo vuelan unos cuantos chajás. Las palmeras pintan el bañado. Niños, niñas, adultos, mujeres, ancianos, todos están lejos de la concepción del indio guerrero –visto como enemigo para los españoles que contaban la Historia en sus crónicas–, y uno parece asomarse a la vida relajada y pacífica de la aldea.
La otra ilustración es aun más potente: representa una ceremonia de enterramiento. Uno percibe el dolor por la partida de un ser querido mientras la chamana, cubierta por una piel de zorro, despide al fallecido. Nuevamente, las palmeras recortadas contra el cielo nocturno lo miran a uno como preguntándole por qué no se imaginó una escena así antes. En el cielo, la Cruz del Sur domina la escena mientras uno de los aldeanos coloca cabezas de zorro en la tumba aún abierta de su compañero (un detalle basado en mandíbulas de zorro asociadas a enterramientos humanos encontradas en cerritos). ¿Cómo era esta gente? ¿Cómo vivían? Aún es mucho lo que no sabemos. Así y todo, como aquellas imágenes de neandertales de la infancia, una vez vistas estas ilustraciones es difícil que al sentir hablar de constructores de cerritos uno inmediatamente no visualice la escena en las coordenadas planteadas por Almeida, Soler y Gianotti. Si el año pasado la ciencia le puso rostro a la abuela de los uruguayos, Almeida nos pintó la aldea.
Con las autoras
“Si yo fuera niño, recordaría esas imágenes”, dice Soler al respecto de las escenas de Almeida. “Fueron intensamente conversadas, son fruto de mucho trabajo y Camila insistió en con varios detalles. El otro día estábamos en Rocha con un grupo de maestros y profesores y uno dijo que lo que más le había llamado la atención eran esas imágenes, que tildó de ‘revolucionarias’, ya que nunca había imaginado a los indios de esa manera ni tampoco le habían dado las herramientas para imaginarlos así”, relata Soler. Gianotti, desde Santiago de Compostela, donde está estudiando la relación entre los fenómenos astronómicos y nuestros cerritos, confiesa: “Ambas ilustraciones son muy potentes, pero además eran muy necesarias, porque es lo que nos piden los niños cuando vamos a dar charlas: quieren ver cómo eran. Nosotros los podemos imaginar, pero ellos necesitan verlo, por lo que creo que la ilustración es una herramienta extremadamente útil para fijar los contenidos del libro. Las dos ilustraciones hablan por sí solas y pueden ser utilizadas como material didáctico para dar a conocer esa historia que queremos mostrar”. Parte del éxito de las imágenes tal vez se deba a que Almeida, además de ser ilustrador, es también arqueólogo.
Puede que haya gente que piense que nuestros niños tienen todo lo que precisan ver en Netflix o en Youtube. Pero difícilmente alguien allí se tome el tiempo suficiente para contarles sobre nuestra fauna presente y pasada o sobre nuestros indígenas. “Es impresionante lo que a los niños les interesan estos temas. Por ejemplo, con la megafauna están fascinados, no hay que hacer el esfuerzo. También pasa cuando vamos a hablarles de animales que existen hoy, ya sean aves o el sapito de Darwin. Los chiquilines están muy interesados”, dice Soler. “Cuando les contamos estas cosas a los niños, lo primero que vemos es su sorpresa, que muchas veces aumenta por el desconocimiento sobre ese pasado. El tema les capta muchísimo la atención y enseguida empiezan a hacer un montón de preguntas interesantísimas, incluso a generar hipótesis e interpretaciones acerca de lo que les contamos, y son experiencias enriquecedoras tanto para los niños como para los maestros, profesores y para nosotros, los investigadores”, cuenta por su parte Gianotti. “Los niños se sorprenden, se entusiasman, y más de uno o una termina diciendo que quiere ser arqueólogo” agrega.
Cada vez que hablo con arqueólogos y antropólogos me encuentro con varios que dicen que todo lo que se ha venido investigando en las últimas décadas sobre nuestro pasado prehispánico no se ve reflejado en lo que les enseñamos a nuestros niños en las escuelas. “Creo que todavía sigue siendo una gran deuda de la enseñanza reflejar lo que hacemos los investigadores en los libros de primaria y secundaria”, responde Gianotti. “El tema del pasado prehispánico, el pasado indígena, siegue siendo un debe en escuelas y liceos, y este libro efectivamente va en un poco en esa dirección, ya que pretende contar una historia que no está contada y de la que además hay mucha información, muchos datos, mucha investigación, como para que sorprenda, nos llame la atención y que, además, nos muestre otra historia distinta, una que ha sido silenciada, invisibilizada e incluso negada hasta el día de hoy” remata Gianotti.
Los indios de los cerritos, de Camilia Gianotti y Silvia Soler. Ilustraciones de Sebastián Santana. 80 páginas. +Cerca ediciones y Banda Oriental.